En marzo de 2020, en lo peor del confinamiento por la pandemica covid19, se decía: “de esta saldremos mejores personas, más solidarios”, pero no parece tal. De hecho, podríamos decir lo contrario: “de la pandemia saldremos peores personas, más insolidarios”.
La pandemia ha permitido un gran cambio, dominado por el cinismo, la codicia y la corrupción, que ha hecho más ricos a los inmensamente ricos y más pobres a los empobrecidos, en España y en el mundo. Así, al comenzar el año 2021, el 1,1% de la población (la más rica) poseía casi el 46% de toda la riqueza mundial y, en imagen casi especular, el 55% de la población (la más pobre) poseía el 1,3% de dicha riqueza mundial.
Por supuesto, se ha incrementado la caridad y han aumentado los gestos de solidaridad, pero ya sabemos que la caridad no debería sustituir a la justicia social. No precisamos donaciones sino un justo sistema de impuestos y una democracia fuerte que redistribuya la riqueza.
Con la pandemia ha crecido el individualismo y la insolidaridad, que se perciben ya en lo sanitario, por ejemplo.
Cambios en el sector socio-sanitario
En España el sistema sanitario público es de cobertura universal por lo que presta atención a toda la población, al menos en teoría. En la práctica sigue habiendo dolorosas restricciones que obligan a reclamar una verdadera sanidad universal.
Además, la pandemia covid19 está siendo un terremoto permanente para este sistema socio-sanitario debilitado por los “recortes” (las restricciones presupuestarias en todos los ámbitos asistenciales). La filosofía permanente que debilita los servicios públicos atribuye a los servicios privados mejor gestión y rendimiento, en contra de todos los estudios científicos.
Especialmente desde la crisis de 2008, la política neoliberal de austeridad de la Unión Europea y de los distintos gobiernos españoles (centrales y autonómicos) llevaron a recortes indiscriminados que debilitaron la estructura y función de la sanidad pública.
Se recortó “piel, músculo, grasa y hueso” y se eliminó en la misma proporción lo superfluo y lo necesario, con el resultado final de un sistema socio-sanitario frágil, con problemas de material y de personal en los hospitales, en atención primaria y en las residencias de ancianos y personas con discapacidad.
El virus, el SARS-CoV-2, encontró un terreno tóxico en el que se produjeron miles de muertes que hubieran sido evitables con un sistema socio-sanitario fuerte y bien financiado.
Lo que es peor, el miedo inducido en la población y el deterioro creciente de la atención pública (listas de espera, no presencialidad, carencia de profesionales de enfermería y medicina de cabecera, etc…) ha llevado al incremento de la suscripción de pólizas privadas, en busca de la satisfacción y de la inmediatez en lo personal. Es una forma más de egoísmo y de insolidaridad.
El precio de la satisfacción en sanidad, ya los sabemos, es el incremento del gasto, de las hospitalizaciones y de las muertes, lo que no se suele percibir individualmente.
Además, la insolidaridad en el sector socio-sanitario conlleva el descrédito y la infra-financiación de lo público, que abandona quien puede pagar las pólizas privadas.
Un sistema socio-sanitario que atiende básicamente a pobres, termina siendo un pobre sistema, “de caridad y socorro”.
Cambios en el sector educativo
La presión neoliberal de la Unión Europea y de los gobiernos españoles (centrales y autonómicos) domina también el campo educativo, lo que se traduce en infra-financiación del sistema público escolar y en apoyo al sistema privado. Es una forma más de egoísmo y de insolidaridad.
Para la sociedad, el deterioro del sector educativo público provoca un grave daño, pues desperdiciamos un gran potencial intelectual. Para los individuos es destructivo ya que impide el progreso personal.
Con ello se entra en un círculo negativo que se alimenta a sí mismo, pues cuanto menos se financia lo público menos atractivo resulta, y acaba siendo un sistema educativo básicamente para pobres, un sistema fallido, “de caridad y socorro”.
Estos años de pandemia han sido muy duros para los estudiantes que han perdido la presencialidad de las clases. Dejar de interactuar con profesores y compañeros lleva aparejados efectos negativos tanto a nivel curricular como afectivo y psicológico. La convivencia escolar incrementa las habilidades sociales y la conciencia de grupo, así como las capacidades y aptitudes puramente académicas.
La burbuja personal y social
Las filosofías neoliberales se han aprovechado de la soledad forzada por la pandemia covid19 y sus respuestas, como la vida encerrada en la propia vivienda, las compras por Internet, el tele-trabajo, las tele-conferencias, la enseñanza virtual y el ocio en solitario centrado en pantallas. Estamos pasando de seres palpables a seres virtuales.
El manejo institucional de la pandemia nos ha inducido a percibir y desear un mundo en el que apenas tengamos la oportunidad de tocarnos y de olernos, aislados en nuestras burbujas, enmascarados, convertido el prójimo en portador peligroso del virus y temerosos de la interacción social. Son formas de egoísmo y de insolidaridad.
Al mercado le interesa que pisemos poco la calle y que permanezcamos aislados pues de esta manera somos más vulnerables y manipulables, y consumimos más. Debido a esto, la sensación de malestar y enfermedad aumenta lo que nos llevará a consumir más productos y servicios sanitarios.
Por otro lado las redes sociales digitales y la invasión de noticias falsas favorecen que nos relacionemos con una burbuja cerrada de personas y en consecuencia dentro de un círculo con las mismas ideas, lo que potencia la cerrazón mental y el anquilosamiento en los mismos planteamientos identitarios y políticos.
¿Qué hacer?
- Lo fundamental es perder el miedo y rechazar el egoísmo y la insolidaridad que se promueven como respuesta a la pandemia por los que nos gobiernan, con sus políticas neoliberales. Quien teme a la muerte muere mil veces. El principio de precaución no se puede transformar en un principio de destrucción.
- En lo personal, rompa las burbujas, “mézclese”, “contamínese”, sea valiente con prudencia, toque, abrace y bese cuanto pueda. Y, llegado el caso, si tiene con quien, tenga la actividad sexual presencial que le sea placentera. Evite los lugares cerrados mal ventilados. Salga y disfrute de la vida al aire libre si puede, en jardines y plazas, y si tiene oportunidad en bosques, montañas y mares. Promueva que se desarrollen en el exterior cuantas actividades laborales, docentes y lúdicas sean posibles. Crea la mitad de la mitad de la información oficial sobre la pandemia covid19, y cuarto de la mitad de la información “alternativa”. Disfrute de la vida, vaya al cine, al teatro, a conciertos, a jugar a las cartas con amigos, a cantar en un coro si lo tiene, etc, disfrute que esto se acaba. Carpe diem (vive el momento porque pronto morirás), que decían los romanos. Los daños de las políticas de respuesta a la covid19 son inmensos y serán duraderos, especialmente para los pobres y marginados. Tendremos que aprender a convivir con el SARS-CoV-2, a aceptar los riesgos que siempre hemos sabido sortear. La verdadera prudencia es ver desde el principio de un asunto cuál ha de ser su final y en Suecia lo supieron ver desde el comienzo de la pandemia covid19 al plantear una estrategia maratoniana, no de sprint pues “no es una carrera de velocidad sino de resistencia”.
- Deberíamos apoyar y fomentar la solidaridad de la justicia social para lo cual es necesario un sistema justo de impuestos y una democracia fuerte que redistribuya la riqueza. Los sistemas públicos socio-sanitarios, educativos y demás son esenciales para el desarrollo armónico de la sociedad y de las personas. Hay que defenderlos y lograr su mejora constante para favorecer la solidaridad y disminuir la exclusión social. Esto no será fácil habida cuenta de que el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Unión Europea exige como contrapartida otra vuelta de tuerca contra los servicios públicos y a favor de los privados.
- Para construir sociedad hay que recuperar la calle y la interacción. No es posible delegar la responsabilidad de todos los cuidados en el Estado. Tenemos que crear un nuevo conjunto de normas, prácticas y relaciones que cambien el orden social neoliberal, evitando el replegarnos hacia adentro. Por ejemplo, preocuparnos y tratar de ayudar a nuestros familiares y vecinos, favorecer dinámicas comunitarias en nuestros pueblos y barrios y/o participar en la vida asociativa, colectiva, política y sindical son pasos esenciales para habitar lugares socialmente vivos. Empezar por compartir paseos con nuestros mayores o nuestros pequeños puede ser algo revolucionario en un tiempo en el que los primeros tienen miedo a salir a la calle y los segundos ya no van andando a sus colegios. Y por supuesto abrirnos a la diferencia y a la belleza que encontramos en quienes son distintos de nosotros, en el arte y en la naturaleza.
Juan Gérvas, Doctor en Medicina, médico general jubilado, Equipo CESCA, Madrid, España.
jjgervas@gmail.com www.equipocesca.org https://t.me/gervassalud
Salvador Casado, especialista en Medicina de Familia, Centro de Salud Soto del Real, Madrid, España.
Pasa a menudo que, de pronto, SE determina cómo debe sentir y actuar la gente en base a cualquier cosa que parezca una aspiración moral, ideológica o religiosa, “humanitaria”, incluso. SE crean unas expectativas respecto a lo que SE tiene que hacer (y sin duda se hará) de improbable, si no imposible cumplimiento. Y de la inevitable frustración sobrevenida, producto de la enésima quimera, el reproche, el juicio moral, la descalificación y la condena.
¿Sería aplicable a este texto?
Los autores desarrollan su artículo a partir de una predicción anónima: “SE decía: de esta saldremos mejores personas, más solidarios”. Y presentan la suya en ese mismo primer párrafo: “de la pandemia saldremos peores personas, más insolidarios”. Si la primera es de un naif encantador, la segunda proyecta una solemnidad como de sentencia inapelable. Ambas basadas en expectativas poco realistas, en lugares comunes aportados por moral, ideologías o contraideologías, y en la polarización “público vs privado”.
En la sanidad pública hay no menos abuso y despilfarro de recursos (por gestores Y usuarios) que “dolorosas restricciones”. Discrepo en que suscribir pólizas privadas sea “una forma más de egoísmo e insolidaridad”. Pero puedo comprender que no sea del gusto de los autores.
En la educación, “el deterioro del sector educativo público provoca un grave daño”… sí, de acuerdo, pero solo cuando el SEP merece ser mantenido en términos de beneficio a las personas, no a las ideologías. Que no siempre es el caso, lo tenemos delante de nuestras narices. A veces, lo mejor que cabe hacer con ciertos SEP, impregnados hasta la médula (más allá del “hueso”, pues) de ideología exclusiva y excluyente, es desmontarlos y volverlos a montar.
Por otra parte, “el progreso personal de los individuos” no es ni mucho menos privativo de la educación pública. La pequeña escuela inglesa que facilita al máximo la autonomía y libertad de sus alumnos es privada. Y cumple 100 años, por cierto.
De acuerdo con los autores en la influencia de las “filosofías neoliberales, el manejo institucional y el mercado”, a través de las tecnologías, RRSS, etc., en las personas. Pero todo se hace con su consentimiento y bajo su responsabilidad, la cual no debe claudicar ante un paternalismo obsoleto que pretende rebajarla, infantilizando así a los usuarios no menos de lo que lo hacen los agentes aludidos. Y no está de más recordar que es SU responsabilidad. Pues, como sabemos, la de los gobiernos de protegerles va siempre por detrás de los abusos… cuando va.
No sé si quien teme a la muerte muere mil veces, como dicen los Drs. Gérvas y Casado, o no muere nunca, puesto que ese miedo no le deja vivir.
SaLuz.