En la primera parte, José Aguilar nos describía como, la igual que los autores, las editoriales tienen también conflictos de interés. Pero a diferencia de éstos, carecen de políticas explícitas que los controlen aunque, muy probablemente, sus repercusiones sobre la objetividad científica son mayores. Aguilar menciona algunos casos llamativos como el de Richard Smith, ex editor del BMJ, o Catherin DeAngelis (ex editora del JAMA) que tras salir medio trasquilados del mundo de las editoriales médicas estándar abogan ahora por el open acces y la defensa del «nuevo profesionalismo»

Segunda y última parte de este magnífico trabajo del Dr. Aguilar que además de colaborar con NoGracias tiene un excelente blog sobre/alrededor del cáncer de mama.

«La cuestión siguiente es, por tanto, tratar de averiguar por qué les pagamos (a las revistas que editan investigación médica)  y qué alternativa tenemos. En realidad el dinero que ganan las compañías editoriales debería ser proporcional al valor que agregan a la cadena producción de información-generación de conocimiento gracias a (1) su labor de filtro y revisión (más o menos rigurosa y transparente, como decíamos al comienzo de este artículo) y (2) a la divulgación de la investigación que se les remite. Sobre el primer punto, ya hemos apuntado algunas objeciones y, desde el segundo, ¿cómo justificar la restricción de la divulgación biomédica de primera calidad haciéndola sólo accesible a través de suscripciones o de pago directo? Las editoriales médicas han obtenido generosos beneficios de las bibliotecas institucionales (académicas, hospitalarias, de servicios de salud, etc.)  porque su demanda es relativamente inelástica por dos razones: en primer lugar, las bibliotecas médicas están obligadas a adquirir todos aquellos servicios de suscripción que puedan permitirse debido a su misión de facilitar el acceso a la información médica de primera calidad y, en segundo, las suscripciones a revistas académicas de un determinado campo o especialidad no son intercambiables a diferencia de, por ejemplo, un periódico o una revista de actualidad, ya que su contenido resulta, por definición, al no admitirse la “doble publicación”, único (y exclusivo). Así los precios son sumamente variables y, probablemente, inflacionistas(con aumentos entre un 42 y un 104% entre los años 2000 y 2006 y no menos de un 5% anual desde entonces impidiendo la sostenibilidad de muchas bibliotecas académicas o, incluso, rompiendo las alianzas público-privadas entre las grandes editoriales comerciales y las agencias de la ONU que patrocinaban los programas de acceso para países con economías deprimidas tales como HINARI (Health InterNetwork Access to Research Initiative).

Según Smith, éstas y otras características condenarán, a medio plazo, a las revistas médicas a ser una reliquia en el mismo plano que los palimpsestos (en este caso, la metáfora es mía). La alternativa futura sería más bien algo en la órbita del open access, el copyleft o las licencias creative commons, la Wikipedia médica, los grupos de discusión o los blogs. O, mejor, una combinación de todas estas estrategias desde una perspectiva más global para permitir la gestión real del conocimiento vinculado a la asistencia sanitaria en áreas antes alejadas de cualquier acceso actualizado, lo que se ha denominado “Global Health Delivery 2.0” (que podríamos traducir por Asistencia Sanitaria Global 2.0).

¿Qué suponen las alternativas “Open access” en este contexto? Open access podría traducirse al español como acceso abierto o, mejor, libre acceso. Se denominaría así  un tipo de publicación que permite el acceso y la distribuición libre y gratuita de sus contenidos y donde los autores se reservan el derecho de copyright de su trabajo empleando una licencia tipo Creative Commons, evitando así cualquier barrera al acceso de sus publicaciones. Las características esenciales para que un contenido pueda denominarse open access serían, de acuerdo con Carroll (un miembro de la Junta de Creative Commons y de PLoS) (1) acceso sencillo online y (2) disponible para cualquiera y de forma gratuita y (3) disponible para su reutilización sin restricción excepto la referencia a la fuente; ninguna de estas características tomadas aisladamente calificarían un contenido como open access. Para BioMedCentral este mismo concepto supone (1) la investigación publicada es libremente accesible online (2) su lectura, copia, distribución y uso (referenciado) es gratuito y libre (3) el autor es el propietario del copyright, no la editorial y (4) cumple con las regulaciones legales respecto a archivo y protección de datos. El open access nació casi de la mano con la propia Web a comienzos de los 90 (de hecho los inventores de Unix y de internet, en su mayoría ingenieros informáticos, ya habían puesto en open access sus trabajos de investigación  en archivos FTP anonymous por lo menos desde la década de los 70. Posteriormente vendría arXiv y otras iniciativas de repositorios online de acceso gratuito, aunque los investigadores, curiosamente, no se han sumado nunca de forma masiva a este tipo de open access que podríamos denominar “nativo” (y que ha sido llamado por los investigadores de este fenómeno de “via verde” en contraste con el de “via dorada” que sería el acceso abierto con coste sufragado por el propio investigador).

En 2001 arrancó la que parece la iniciativa formal más potente o popular en este sentido, la Public Library of Science conocida por su acrónimo “PLoS”a partir de una solicitud online por parte de Patrick O Brown, un bioquímico de Stanford, y Michael Eisen, un biólogo de Berkeley, para que todos los científicos dejaran de remitir sus publicaciones a revistas que no permitieran que los artículos quedaran disponibles a texto completo a todo el mundo de forma gratuita inmediatamente o en el plazo de pocos meses. A la iniciativa se incorporó pronto Harold Varmus, ex director del Instituto Nacional de Salud (NIH) y premio Nobel, para organizar una revista basada en el modelo de acceso sin restricciones de la británica BioMedCentral (aunque ésta se considera, en cierto sentido, un híbrido ya que es propiedad del grupo editorial Springler cuyo modelo de negocio principal sigue siendo la edición en papel y el acceso restringido por suscripción). En 2003 se lanzó PLos Biology y en 2004 PLos Medicine. Posteriormente vinieron muchas más. PLoS se financia a través de donaciones (por ejemplo de la conocida Bill and Melinda Gates Foundation) pero también solicita un pago directo de los investigadores (que admite una dispensa en caso de que se solicite específicamente) para el proceso de publicación y que, según las tasas 2011-2012, oscila entre 1350 y 2900 dólares por artículo. Diversas sociedades e instituciones han solicitado que estas tasas se incluyan sistemáticamente en los fondos, becas y ayudas que financien la investigación biomédica. La opción open access ha sido también reivindicada por otras instancias científicas e institucionales agrupadas en torno a la denominada Declaración de Berlin (una de cuyas consecuencias más simbólicas fue la cancelación del acuerdo de licencias de la Sociedad Max Planck con el grupo editorial Springer en 2007) o  la Iniciativa de Open Acces de Bucarest. Actualmente se asume que el open access puede representar un 10% del total de las publicaciones científicas y que constituye, además, la gran esperanza para el desarrollo científico y la promoción de investigación relevante en los países en desarrollo (y, podríamos añadir, también para aquéllos en situación crítica).

Sin embargo, a pesar de estas nuevas posibilidades de publicación de manuscritos y aunque probablemente, en un futuro cercano, no necesitemos compañías editoriales, o, al menos, no tal como las hemos venido conociendo hasta la actualidad, seguiremos necesitando editores (en este sentido, los términos ingleses son algo más específicos pero pueden prestarse a confusión en su traducción a nuestro idioma: reviewer (revisor, pero también, en ocasiones, “editor” en castellano), editor/s (comité editorial), editorial (artículo editorial, de opinión), publisher (compañía editorial o editora)) adecuados. Y esto será así porque las revistas de acceso libre no están libres de conflictos de interés: como apuntábamos antes, la financiación no es el único interés en juego (aunque seguirá siendo un punto fundamental: pensemos en los repositorios electrónicos, los denominados servidores, los webmasters, etc y sus costes de mantenimiento). Seguiremos necesitando revisores independientes y bien entrenados que sean capaces de filtrar los sesgos y dar sello de calidad a la metodología empleada en los artículos remitidos, expertos en lectura crítica, bioestadísticos, documentalistas e incluso revisores del lenguaje médico y redactores de resúmenes (se dice que hasta un 60% de los médicos malinterpretamos lo que leemos en un abstract). La abundancia de la información disponible online necesita incluso algo similar a los curators del mundo del arte, expertos en generar conocimiento y, por tanto, valor donde sólo hay información dispersa y de calidad muy variable. Es posible que incluso precisemos expertos en mover nuestras publicaciones en los distintos foros electrónicos y redes sociales (científicasy no científicas) para darles un mayor impacto, una mayor visibilidad. Y generadores de nuevos algoritmos que nos permitan no naufragar en la búsqueda de información relevante (y que limite de alguna forma el denominado riesgo moral(moral hazard): el peligro de abuso de una fuente gratuita de información. Aunque quizá esos revisores del futuro seamos también todos nosotros, los lectores comprometidos con nuestra tarea, los que realmente queremos información de buena calidad. Y no olvidemos “la próxima parada”: el acceso libre, sin restricciones, a los resultados de los ensayos clínicos. En cualquier caso, no lo olvidemos, las revistas no van a solucionar el problema mayor, es decir, el sesgo que impone la industria farmaceutica sobre los ensayos clínicos que patrocina.

Editar la investigación, generar conocimiento: como dice Smith (háganse un favor y lean su libro) “[cuando lo que se publica] es relevante, válido y accesible, es extremadamente útil”. Algo quizá demasiado importante para dejarlo en manos de un mercado cautivo.»

José Aguilar es cirujano y colaborador del Nodo NoGracias de la Región de Murcia