Los estoicos decían que el temor a la muerte era peor que la muerte. El mundo antiguo no temía a la muerte. La había «domado», como tan bien describió Aries, al hacer de la muerte no solo un proceso individual sino, sobre todo, social y por tanto, compartido. Los ritos como el luto, las plañideras, la demostración pública de pena en definitiva, o la misma presencia de cementerios en el centro de los pueblo eran parte de esa dominación. Tizón nos cuenta como los cementerios se constituían en recordatorios permanentes mediante los que la comunidad compartía la muerte de los seres queridos. La cremación ha privatizado los restos: «La urna y las cenizas pasan a ser una especie de propiedad privada, mientas que en el cementerio eran más una propiedad colectiva, una traza humana que había que recordar y compartir con la comunidad de los vivos, de los vecinos, de los visitantes». Ahora y cada vez más la muerte está «salvaje»

De algo social y colectivo, el duelo ahora es algo más privado y familiar con cada vez menos representación en el espacio colectivo. Esta privatización del duelo lleva consigo algo paradójico: más sufrimiento y dolor. Tizón señala como la progresiva privatización del duelo es paralela a su profesionalización: alguien tiene que hacerse cargo del dolor y el sufrimiento. Pues tranquilos, el DSM se hace cargo.

El Lancet en su último número dedica una dura editorial a la equiparación que el DSM-5 (de inminente publicación) hace entre duelo y depresión. Mientras que ediciones anteriores del DSM han puesto de relieve la necesidad de establecer una distinción entre el duelo y los trastornos depresivos mayores, el actual no lo hace. Según el editorial, “en el borrador del DSM-5 no hay ninguna consideración que excluya el duelo, lo que significa que los sentimientos de profunda tristeza, falta de sueño, llanto, incapacidad para concentrarse, cansancio y falta de apetito, que se prolongan durante más de dos semanas después de la muerte de un ser querido, pueden ser diagnosticados como depresión, más que como una reacción normal de aflicción”.

El texto añade que “medicalizar el sentimiento de tristeza es peligrosamente simplista y erróneo… El dolor durante el duelo no es una enfermedad, es una respuesta normal a la muerte de un ser querido, y poner plazo al dolor no es apropiado»

La mayoría de las personas que sufren la muerte de un ser querido no necesitan tratamiento médico. Para aquellos que están de duelo, el tiempo, la compasión, el recuerdo y la empatía, son más efectivos que las pastillas.

Es un paso más en la insana medicalización de la vida. Un paso más en esa ideología que convierte a los sanitarios en servidores de la negación y disociación.

Muerte sin duelo para el DSM-5.