Más de 4.400 personas han muerto en la epidemia de Ébola en el oeste de África y los tres países más afectados están ya al borde del colapso total. Según estima el CDC, a finales del próximo mes de Enero, alrededor de 1,4 millones de personas pueden estar infectadas en todo el mundo.
No parece, sin embargo, que la respuesta de la comunidad internacional esté a la altura de lo que reclama la magnitud y gravedad de la epidemia. Quizás la única esperanza real para estimular a los países desarrollados, como señala Fiona Golee en un reciente editorial del BMJ: “Es hacerles ver cuál es su propio interés. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha declarado el brote como una amenaza a la paz y la seguridad internacional. Una amenaza real de propagación de la enfermedad más allá de África occidental. Pero hasta ahora poco más se ha hecho que el cribado en los aeropuertos, que puede ser reconfortante para los viajeros y ciudadanos, pero es una falsa tranquilidad y una pérdida de tiempo y dinero. La experiencia previa del síndrome de distress respiratorio (SARS) le costó a Canadá 12 millones de €, sin haber identificado ni un solo caso”.
Con un periodo de incubación de 21 días y la probable ocultación de los síntomas de las personas que quieren hacer el viaje, la detección, en la entrada de los países, para evitar la importación del Ébola es muy probable que falle. Es más eficaz la información veraz, el asesoramiento y especialmente la intervención en donde está la epidemia, con recursos humanos, adecuado equipamiento y la construcción de centros, con un ritmo que supere al de la epidemia. Con ello, no sólo ayudará a las personas de los países afectados, sino que reducirá el riesgo de propagación del virus del Ébola en todo el planeta.
La responsable de Médicos Sin Fronteras, Joanne Liu, describe una situación desesperada: «Los médicos locales han sido muy valientes, pero se nos acaba el personal». Los trabajadores de la salud capacitados han sido diezmados por la enfermedad, el agotamiento y el miedo. Se sabe que cerca de 200 trabajadores de la salud han muerto. Lo que se necesita son personas bien entrenadas y equipadas, como los equipos de bioterrorismo que establecieron los países después del 11-S. Es verdad que los Estados Unidos y el Reino Unido están enviando (o prometiendo) tropas para establecer centros de tratamiento, pero la respuesta es lenta y todos los países están buscando excusas para no implicarse.
Cabe destacar, como ha elogiado el New York Times, la “impresionante contribución” de Cuba con 165 médicos y enfermeros para combatir sobre el terreno la epidemia del ébola. Por el contario, la aportación de España es manifiestamente insuficiente. Inicialmente sólo medio millón de euros y posteriormente, si hacemos caso de las declaraciones del secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Gonzalo de Benito,se entregarán 2,5 millones de euros a las Naciones Unidas. Poco e insolidario, con ofertas absurdas como el ofrecimiento de ser el aeropuerto de entrada en Europa.
ALEA JACTA EST
La entrada en el mundo de la cultura por el lenguaje, lo que nos hace civilizados, facilita un gran error: que nos creamos una especie especial desde el punto de vista biológico.
No hemos aprendido mucho de Darwin. Decía Kauffman que todo el mundo cree comprender la evolución… y no es así.
El virus del Ébola nos sorprende ahora a pesar de que no es precisamente nuevo. Simplemente afectaba a gente que vive en África, a pobres. Pero resulta que esos pobres forman parte, como nosotros, de una misma especie, de una sola especie. Y eso en un mundo globalizado es mucho más radical de lo que podría ser, por ejemplo, antes del descubrimiento de América.
Ocurre que no somos la única especie y que la evolución, puro azar, nos toma como a cualquier otra especie entre millones de ellas. Hay quien esgrime el principio de mediocridad para calcular cuánto tiempo nos queda como civilización o, incluso como especie, pero no es necesario ese simple cálculo matemático para recordar que muchas especies compiten con nosotros y, desde el argumento de la vida (si cabe hablar así metafóricamente), da lo mismo que estemos o que no, pues lo que importa (es difícil no incurrir en antropomorfismos al usar el lenguaje) es la vida misma. Y si nos extinguimos, otras formas de vida podrán ser beneficiadas. Si cupiera hablar de una finalidad en el mundo, que no es factible, no sería la histórica sino la biológica, la de una adaptación a las condiciones de ese mundo, una adaptación que implica llenar de vida cualquier ámbito.
Un vulgar virus nos lo muestra. Lo que nos puede aniquilar biológicamente como especie (cabe pensar en otras formas como la atómica, la caída de un meteorito, etc.) no es la enfermedad concebida al modo del primer mundo, como cáncer o cardiopatía, que suelen darse, salvo algunas formas, tras el período reproductivo, sino el ataque de otra especie o de varias. Incluso sin afectarnos a nosotros mismos, un parásito de las abejas puede provocar hambrunas insospechadas. No es lo endógeno degenerativo, sino lo exógeno multiplicativo, la infección, lo que puede extinguirnos o hacérnoslo pasar sencillamente muy mal.
Desde un darwinismo social despreciamos el darwinismo real. Se desprecian los virus que atacan a regiones concretas sin caer en algo tan elemental como que los virus no saben de barreras geográficas y que algunos de ellos, como el de la gripe, mutan con mucha facilidad. Se desprecian las bacterias pero de vez en cuando nos recuerdan su existencia en forma de brotes de legionelosis, por ejemplo.
Basta con echar un vistazo a la gran base de datos bibliográfica de Medicina, PubMed, para comparar lo que se ha publicado sobre el Ébola, desde que de él se sabe, con el número de trabajos relacionados con cualquier forma de cáncer a lo largo de ese período. Pues bien, la mortalidad global por cáncer no ha disminuido mucho más de un 10 % en cincuenta años, aunque lo haya hecho claramente en el primer mundo en determinadas formas, principalmente desde los años 90. El intento de Nixon de acabar con el cáncer, que pretendió emular el reto de Kennedy de colocar un hombre en la Luna, fracasó; y es que lo complejo biológico supera a la dificultad tecnológica. La mortalidad por Ébola o por cualquier otro virus “emergente” al que se le dé por incordiar puede multiplicarse en meses haciéndose exponencial. Esperemos que no, claro, que funcionen costosas medidas tomadas a destiempo, pero… quién sabe. Parece que no hayamos aprendido la cruda lección del SIDA, por no ir más atrás en la Historia y recordar la gripe española o pandemias anteriores víricas o bacterianas.
El racismo persiste, la desigualdad económica entre países es enorme. Y, a la vez, ocurre que todos somos hijos de Dios, que todos somos una sola especie. Mientras nos miremos sólo el ombligo nacional o continental y sigamos con un colonialismo de facto, facilitaremos que los dados sigan echándose sobre el tapete de la corteza terrestre. En esta jugada, un virus está siendo beneficiado.
so, Javier 🙂 exaltamos a Darwin y su evolucíon y luego pretendemos ser hijos de Dios?
Ebola como ya se había dicho es nada nuevo. Lo nuevo es que EEUU tenga un patente en «ebola». Se sabe que la planta llamada maiz es nada nuevo bajo el sol, sin embargo hay varios patentes en maiz. Porque? Pues, porque el maiz patentado esta «mejorado»- es una nueva creación gracias a la ingenieria genetica.
Se estan creando problemas globales para poder recurrir a soluciones de emergencia donde las libertates individuales y nacionales se verán restringidas poco a poco.
I´ll be back !:)
Me parece interesante observar las posibles causas, estructurales, de nuestro sistema de funcionamiento. En este articulo se apunta directamente al sistema de agricultura capitalista como causa que pone en contacto al reservorio con el ser humano…
https://noticiasdeabajo.wordpress.com/2015/08/02/ebola-neoliberal-los-origenes-agroeconomicos-del-brote-de-ebola/