Drapetomanía, exposición homenaje a la resistencia cimarrona

Un siglo antes de que se publicara la primera edición del DSM (de las siglas en inglés del manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), tratado que algunos encuentran heredero contemporáneo del Malleus Maleficarum del medievo, ya existían signos que anunciaban la tendencia al paroxismo etiquetador que actualmente nos invade.

Un médico estadounidense sureño, Samuel Adolphus Cartwright, miembro de la Louisiana Medical Association, se inventó dos trastornos mentales, según él, propios de los esclavos negros, con los que justificaba su «posición aprendida en las Escrituras» de sometimiento a los amos blancos.

El primero de ellos, la «Dysaesthesia aethiopica«, amenazaba principalmente a los esclavos liberados, y afectaba no solo la mente, que quedaba aletargada, sino también a la piel, dejándola insensible a los azotes de los patrones. Este estado llevada a estas gentes a ser unos ladrones, vagos, maleantes, sucios y buscabocas que no aceptaban la autoridad. El remedio propuesto nos recuerda a los castigos que infligían a Kunta Kinte en la serie Raíces: «primero hacer que el paciente se lave con agua tibia y jabón; luego untarlo todo con aceite, y hacer penetrar el aceite en la piel con golpes de una ancha cinta de cuero; a continuación poner al paciente a trabajar a pleno sol con algún tipo de trabajo duro que obligue a expandir los pulmones». Según Cartwright, «la enfermedad es el fruto natural de la libertad de los negros, la libertad de ser ocioso, de revolcarse en la inmundicia y de dejarse llevar por las comidas y bebidas inapropiadas».

El segundo, la «Drapetomanía«, se caracterizaba por tener «ansias de libertad» o simplemente por albergar sentimientos en contra de la esclavitud. Su causa: tener un patrón demasiado severo, o por el contrario demasiado blando. La mejor prevención: ser amable y dotarles de lo (justo y) necesario para vivir, pero al mismo tiempo sin condescendencias, sin menospreciar el recurso de administrar las correspondientes dosis de castigo para alentar miedo. Su cura, cortar por lo sano: la sección del dedo gordo de los pies para impedir que los esclavos, literalmente, pudieran escapar.

Una década más tarde, en plena guerra de secesión, y coincidiendo con la muerte de Cartwright, la esclavitud fue definitivamente abolida en todos los rincones de los estados unidos de américa.

Pero 30 años antes, el 23 agosto 1833, ya dieron ese paso las colonias británicas, a través del famoso Slavery Abolition Act. La bendición médica a dicha decisión la trajo el anatomista, zoólogo y fisiólogo alemán Friederick Tiedemann, quien en 1836 presentó un estudio antropométrico que tras comparar el cráneo y la médula espinal de negros, europeos y orangutanes, concluyó que «ni la anatomía ni la fisiología pueden justificar que coloquemos a los negros por debajo de los europeos en un punto de vista moral o intelectual».

Una vez más, la ciencia puede servir para una cosa o justo la contraria en función de la coyuntura o los intereses políticos reinantes en la época…

 

 

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– Samuel A. Cartwright. Diseases and Peculiarities of the Negro Race. The New Orleans Medical Surgical Journal. 1851;7:691-715.

– Friederick Tiedemann. On the brain of the Negro, compared with that of the European and the Orang-Outang. Philosophical Transactions of the Royal Society of London. 1836;126:497-527.

– Kevin White. An introduction to the sociology of health and illness, 2º ed. SAGE, London: 2009.