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Los investigadores Howard Brody y Donald Light, enunciaron en un artículo de 2011 la «ley de beneficio inverso» aplicada a los nuevos medicamentos que introduce la industria farmacéutica en el mercado:

«states that the ratio of benefits to harms among patients taking new drugs tends to vary inversely with how extensively the drugs are marketed»

Traducida por el Gerente de Mediado (Sergio Minué) en la entrada que dedicó al texto:

«la ratio beneficio-daño es inversamente proporcional a la agresividad con que se realiza la campaña de marketing del producto»

Según estos investigadores, la industria -a través del marketing- pretende que los nuevos medicamentos sean utilizados lo más amplia y rápidamente posible (este es uno de los efectos perversos del sistema actual de patentes, como ya comentamos) lo que acaba generando una situación de riesgo para los pacientes ya que es posible que dichos medicamentos acaben siendo sobre-prescritos (sin una clara indicación o a dosis más elevadas o durante más tiempo del recomendado).

Los autores señalaron 6 vías utilizadas por la industria (copiamos de Minué) para aumentar el NNT de los medicamentos (número de pacientes a tratar para que un paciente resulte beneficiado; nótese que un medicamento se considera más efectivo cuanto menor sea su NNT):

«Primero: disminuir los umbrales para el diagnóstico. Por ejemplo, reduciendo las cifras que etiquetan a alguien como hipertenso o diabético. Segundo, apoyarse en medidas de resultados intermedios (control de la hiperglucemia, disminución de las cifras de colesterol), en vez de utilizar  medidas de resultados finales (disminución de infartos de miocardio por ejemplo); Tercero. Exagerar las aparentes ventajas en seguridad que tienen los nuevos fármacos en comparación con los antiguos (como ocurre respecto a las supuestas ventajas de los nuevos antipsicóticos); Cuarto. Exagerar la efectividad del nuevo fármaco (Inhibidores de la ciclo-oxigenasa 2 frente a antinflamatorios no esteroideos clásicos ocultando los riesgos); Quinto, crear nuevas enfermedades, desde la fobia social a la prediabetes pasando por extravagancias de hoy que serán la enfermedad de mañana (como el  llamado Post Orgasmic Illness Syndrome). Y sexto. Fomentar usos no autorizados de fármacos»(precripción off-label)

Como comenta Minué:

¨Todo este laborioso y entretenido proceso sería imposible de realizar sin la “desinteresada”  colaboración de tantos especialistas y pseudo especialistas»

Efectivamente, las farmacéuticas utilizan una potente y sofisticada máquina de manipulación (no podemos seguir llamándola marketing) con el objeto de influir (y, a fe que lo consigue) en todas las etapas del conocimiento médico.

Nos gusta especialmente cómo lo contaron Stamakis, Weiler e Ioannidis en este artículo del 2013. Según estos autores la industria influye indebidamente en:

(1) la etapa de generación del conocimiento: manipulando la evidencia científica;

(2) la etapa de difusión del conocimiento: manipulando las Guías de Práctica Clínica, la literatura científica y determinando los contenidos de la formación médica continuada

(3) la etapa de aplicación del conocimiento: manipulando, coaccionando -sí, la persuasión hipertrofiada (multi-canal e intensiva en el tiempo y el espacio) es coacción-  y comprando, llegado el caso, a los médicos que deben prescribir esos nuevos medicamentos.

En este asunto la industria hace lo que se espera de ella: intentar vender sus productos para poder ganar dinero (lo de la ética y la responsabilidad social ya sabemos que suele ser malo para los negocios cortoplacistas).

Pero hay un colaborador necesario que no está haciendo lo que se espera de él: la profesión médica (tampoco lo está haciendo la administración que, como me dijo un amigo, «ha dejado solos» a los profesionales ante el inmenso poder de las corporaciones, y es verdad; también, al final, le pediremos sus responsabilidades).

Efectivamente, en todas las fases de esta estrategia de manipulación masiva del conocimiento médico hay un elemento que no puede faltar: la colaboración necesaria «de tantos especialistas y pseudo especialistas» -que dice Minué- a los que nosotros vamos a agrupar dentro de lo que llamaremos «casta médica».

El término «casta médica» haría referencia a una parte -cuantitativamente minoritaria pero cualitativamente muy relevante- del estamento profesional que detenta el poder corporativo, académico, científico y social, valiéndose de una fructífera alianza con el poder económico -que representa la industria farmacéutica y tecnológica; también la alimentaria o la de las aseguradoras privadas-, con el objetivo de mantener posiciones de privilegio y preeminencia sin considerar en ningún momento ni los verdaderos problemas de los pacientes ni los de la sociedad, contribuyendo eficazmente tanto al saqueo de la institución médica como a, lo que Berwick ha denominado, la «confiscación de la riqueza común de la sociedad» por parte de un sistema de salud que ha perdido la visión de sus fines.

Denominamos saqueo de la institución a la utilización interesada de la alianza moral existente entre la medicina y la sociedad, fruto de una larga tradición y basada en valores como confianza, benevolencia o equidad, y que constituye el ethos de la profesión. La casta médica estaría dilapidando y apropiándose indebidamente (saqueando) una credibilidad y un patrimonio ético que no les pertenece para obtener unos objetivos contrarios a los fines legítimos de la institución médica.

La participación de médicos en actividades ajenas al ethos de la profesión es siempre un escándalo social porque la sociedad, de alguna u otra manera, cuando conoce los hechos, se siente profundamente traicionada.

Son casos paradigmáticos de actos profesionales contrarios al ethos de la medicina que han sido un escándalo social: las acciones de los médicos nazis; las de médicos que colaboran en penas capitales o la de médicos que asesoran en la aplicación de torturas.

Ahora, en EE.UU, el enriquecimiento de los médicos colaboradores de la industria también está siendo un escándalo social

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Pongamos algunos ejemplos de cómo la profesión médica colabora en las estrategias comerciales de la industria y qué pasaría si no lo hiciera:

(1) la profesión médica colabora en la etapa de generación del conocimiento sesgado, al aceptar las restrictivas condiciones de los promotores de los ensayos clínicos -confidencialidad, derechos de publicación, control de la metodología, de las bases de datos y del análisis estadístico, etc…- que tan nefastas consecuencias tienen para el conocimiento médico porque «el que paga manda»

La pregunta clave es: ¿Qué pasaría si ningún médico considerara admisible colaborar en la realización de ensayos clínicos sometidos, por ejemplo, a cláusulas de confidencialidad y, por tanto, no aceptara participar en las investigaciones de la industria mientras ésta no garantizara la publicación de todos los resultados, positivos o negativos?

Pues que la calidad de la evidencia sobre seguridad y efectividad de los medicamentos sería mucho mejor que la que ahora tenemos y, entre otras cosas, nos hubiéramos ahorrado millones de euros pagados por un medicamento como el Tamiflu, no mucho mejor que una aspirina para la gripe (algo que supimos solo al tener acceso a los resultados de los ensayos con resultados negativos que habían sido ocultados por las empresas farmacéuticas)

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(2) la profesión médica es también colaboradora necesaria en la difusión del conocimiento manipulado: aceptando elaborar y difundir Guías de Práctica Clínica que responden a los intereses de las empresas al incluir medicamentos no suficientemente testados (no basados en buenas evidencias; ver imagen arriba); aceptando colaborar en estrategias de ampliación de la definición de enfermedades; participando como líderes de opinión a sueldo para incrementar las ventas de fármacos (ver imagen abajo y el link en relación con cómo los conflictos de interés determinaron el posicionamiento de los expertos sobre la seguridad del retirado antidiabético Avandia) y/o firmando artículos escritos por los ghostwriters de la industria para defender -normalmente con medias verdades, exageraciones o, directamente, opiniones infundadas- los nuevos medicamentos, otra vez, porque, «el que paga manda»

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La pregunta clave sería ¿Qué pasaría, por ejemplo, si los médicos que forman parte de los paneles de expertos que elaboran las Guías se negaran a introducir nuevos medicamentos entre sus recomendaciones mientras no existieran evidencias sólidas de que esos nuevos fármacos eran mejores y/o más seguros que los más antiguos?

Pues que, como explicó Ioannidis, la calidad de la evidencia sobre la seguridad y efectividad de los medicamento sería mucho mejor que la que ahora tenemos ya que la industria se vería obligada a financiar ensayos clínicos de más calidad. Por ejemplo, serían indispensables ensayos comparativos de efectividad para demostrar que el nuevo medicamento es superior a los más antiguos o ensayos dirigidos a evaluar la seguridad. Sin esas evidencias, las sociedades científicas no deberían recomendar nuevos medicamentos.

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(3) la profesión médica es también colaboradora necesaria en la aplicación sesgada del conocimiento: estableciéndose cómodamente en una posición de conformidad y permanente autoengaño, en el mejor de los casos, para poder seguir con unas relaciones comerciales que se han demostrado perjudiciales para la calidad del desempeño profesional (ver imagen debajo); y, en el peor de los casos, tomando decisiones deliberadamente interesadas al prescribir un nuevo medicamento, porque, otra vez, «el que paga manda».

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La pregunta en este caso sería: ¿Qué pasaría si los médicos se negaran a recibir a los representantes de la industria, a participar en sus cursos o a ir a sus invitaciones a congresos o comidas?

Pues, que las empresas solo podrían vender su nuevos medicamentos si éstos demostraran fehacientemente ser mejores y/o más seguros que los anteriores. Así que se verían obligadas a dedicar su gigantesco presupuesto de marketing (el doble que el dedicado a investigación; ver imagen abajo) a intentar desarrollar verdaderos medicamentos innovadores (ya que los me-too, sin publicidad, no se prescribirían, sencillamente, por no ser mejores que los más antiguos, más seguros y más baratos).

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Además, los congresos médicos dejarían de ser una feria, bajarían de precio -al no contar con las inscripciones de la industria- y tendrían que ser más austeros, serios y sostenibles (disminuirían, por ejemplo, los muy contaminantes viajes en avión).

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Entonces la Gran Pregunta es

¿Por qué, si existen tantas evidencias sobre lo perjudicial que es que la profesión médica colabore y/o se relacione con la industria aceptando «sus» condiciones, siguen los médicos haciéndolo?

Parece una pregunta trascendental ¿no?

Las respuestas solo pueden ser de tres tipos (no excluyentes entre si):

(1) porque parte de la profesión se mueve en una peligrosa ingenuidad

(2) porque parte de la profesión se encuentra inmersa en un irresponsable desconocimiento o, no cuenta con una información suficientemente equilibrada o, dicho de otra manera, «ha comprado la moto» que le vende la industria (ver abajo; tomado del libro «Medicamentos que matan y crimen organizado»).

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Los profesionales que pueden adscribirse a estas dos primeras respuestas son la mayoría; no forman parte de lo que hemos denominado «casta médica» pero sí colaboran, activa o pasivamente, en su estrategia (más adelante lo explicaremos mejor) y, por tanto, tienen parte de responsabilidad en el saqueo de la institución médica y la confiscación de los presupuestos sociales que produce la colaboración de la casta médica con los poderes económicos.

Este grupo de profesionales, que llamaremos «colaboradores», ejercen, por ingenuidad o ignorancia, unos privilegios (ver diapositiva con resumen de datos de este y este trabajo) a los que tienen acceso gracias a su pertenencia a una élite experta (un abuso de poder, al fin y al cabo)

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(3) la última respuesta a la Gran Pregunta de por qué parte de la profesión sigue colaborando con la industria es que lo hace cínica y conscientemente buscando en primer lugar sus propios intereses (económicos, profesionales, académicos, científicos, sociales, etc..) y no los de los pacientes o los de la sociedad

La minoria profesional instalada en posiciones de poder gracias a la permanente, estratégica e intensa colaboración con la industria es a la que llamamos «casta médica«.

Para poner unos ejemplo de qué estamos hablando cuando hablamos de casta médica:

– Según Pro-publica, el Dr. Jon W. Draud, jefe de psiquiatría en dos hospitales de Tennesse ganó, por pagos por conferencias o por consultoría de 7 distintas empresas farmacéuticas norteamericanas, entre 2009 y 2012, más de 1 millón de dólares. Pro-pública ha comprobado que 21 médicos habían ganado, al menos, 500.000 dólares en ese periodo, en EE.UU, la mitad psiquiatras.

Cuando esta organización civil norteamericana preguntó al Dr James Scully, chief executive de la American Psychiatric Association, contestó:

«Pagar por dar conferencias «es perfectamente legal, y si la gente quiere trabajar para las compañías farmacéuticas, esto es Estados Unidos», dijo Scully, jefe de una especialidad que a menudo ha sido criticada por su excesiva dependencia de los medicamentos. «Pero todo el mundo tiene que ser claro que se trata de marketing»

Evidentemente, Scully también es casta médica norteamericana

– Al Dr. Kanis, el profeta de la osteoporosis, le dedicamos una entrada repasando su asombrosa actividad «social» y académica. Merece la pena re-leerla

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– En España no es posible tener información sobre cuánto cobran los médicos de la industria. Pero es fácil detectar quién actúa cómo casta médica, por ejemplo, cuando hay médicos hablando en los medios de comunicación generales sobre algún medicamento o tipo de medicamento. Hace unos meses fue bochornosa la actuación de dos médicos españoles, con importantes responsabilidades en grupos de trabajo o «investigaciones«, en una rueda de prensa, pidiendo «nuevos anticoagulantes para todos«, lo que generó una importante alarma entre los pacientes y consiguió que, a partir de entonces, la actuación prudente de muchos médicos que decidieron y deciden no prescribir estos nuevos medicamentos mientras no haya mejores evidencias, pareciese una decisión ligada a los recortes.

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– También fue bochornosa la puesta en escena de cuatro sociedades científicas alertando sobre el riesgo cardiovascular de los enfermos mentales graves sin mencionar, más que «de pasada», que los nuevos medicamentos antipsicóticos son la causa contribuyente más importante al aumento de la mortalidad de estos pacientes y, por supuesto, sin informar a la opinión pública de quién estaba detrás de esta evidente campaña de maquillaje de unos medicamentos que matan (Peter C. Gotzsche afirma en su libro «Medicamentos que matan y crimen organizado» que la Olanzapina habia causado hasta 2007 unos 200.000 muertes en todo el mundo por enfermedades cardiovasculares)

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– Hoy precisamente hace una entrada Carlos Oropesa en su imprescindible blog Sala de lectura comentando como la baja calidad de las GPC españolas evidenciada en una revisión probablemente se debía a su utilización por parte de las Sociedades para promocionar medicamentos:

«las guías se han utilizado como un instrumento de marketing más, en la que los expertos al dente son una importante pieza de la maquinaria de ventas de determinados medicamentos» 

En dicha entrada, le da duro al nuevo intento de la evidencia trucada para intentar hacer pasar por medicamentos efectivos los SYSADOAS, unos productos no mejores que suplementos nutricionales pero que, en España, se llevaban hasta hace unos pocos años 100 millones de euros de dinero público al año

Merece la pena re-leer la intensa entrada de Rober Sánchez «Grandes fraudes de la medicina contemporánea» donde se describe muy bien cómo funciona el engranaje casta médica, industria farmacéutica y medios de comunicación (el complejo médico-industrial) a propósito de estos productos

Terminamos con sus palabras esta primera parte dedicada a la casta médica:

«Es una vergüenza que la Medicina se parezca cada vez más a territorios de depredación como la política o los sistemas financieros.

La Medicina, los grandes ideales que la construyeron como una ciencia grande, ya no valen nada.

En el contexto de esta crisis se está convirtiendo a un producto más del neoliberalismo, del capitalismo, en un mero objetivo empresarial, como la vivienda, como la dependencia… un nido para los especuladores y carroñeros«

Continuará…

Aquí, segunda parte

Abel Novoa