Hay una teoría del origen de la esquizofrenia que dice que si una persona recibe mensajes contradictorios por parte de la persona encargada de su crianza, generalmente de la madre, corre el peligro de perder la cabeza. Una madre demasiado protectora, que priva de su autonomía al hijo, controlando todos sus movimientos, pero que al mismo tiempo se comporta de una manera emocionalmente distante, hostil, incluso amenazante, y que no ofrece el cariño necesario para el equilibrio mental del niño, puede contribuir a que éste pierda todos sus marcos de referencia y termine, confundido y sin salida, abandonando el juicio.
No era fácil vivir en un país como la Unión Soviética, que por un lado protegía en la conocida como la “constitución de Stalin”, de 1936, la libertad de prensa, de asociación, de opinión, de manifestación y de conciencia, pero por el otro hacía todos los esfuerzos para controlar la vida de sus ciudadanos y coartar sus libertades. Tal doble mensaje creaba el ambiente propicio para volver loco a cualquiera. No en vano, la URSS era uno de los países del mundo con mayor proporción de esquizofrénicos. Pero este dudoso privilegio no tenía como única causa la ambivalencia de la madre patria. Era más fácil ser considerado esquizofrénico a un lado que al otro del telón de acero. Y eso no era, en gran medida, algo casual, sino parte de una estrategia.
En ese ambiente insano nació Natalia Gorbanevskaya en el mismo año de la promulgación de la constitución de Iósif Stalin. Vivió y creció entre los libros de la librería de su madre. Se licenció en filología, trabajaba como traductora de escritores polacos y escribía poesía. Como Don Quijote, encontró en las historias que leía el alimento para su fantasía, el combustible para su rebeldía, el aire de sus suspiros de libertad. Era sensible y rebelde, soñadora e insolente. Y odiaba con pasión la injusticia.
A los treinta años ya había ingresado en la disidencia, y junto con otros compañeros editaba un samizdat (revistas clandestinas, autopublicadas de manera casera, de crítica política, que se pasaban de mano en mano) llamado “Crónicas de actualidad”, cuyo objetivo era denunciar las contradicciones del régimen comunista y la hipocresía de sus dirigentes.
Cuando a finales de agosto de 1968 los fríos tanques soviéticos aplastaron la primavera de Praga, Natalia, empujando con una mano un carrito con su hijo de tan solo 3 meses y con la otra enarbolando un cartel que suplicaba “Por vuestra libertad y la nuestra”, fue una de las 7 personas que se concentró en la Plaza Roja de Moscú en solidaridad con los checoslovacos. Varios agentes de la KBG no tardaron en disolverlos; por suerte Natalia fue la única que quedó en libertad. Pero no por mucho tiempo.
Pocos meses más tarde fue declarada loca por un tribunal psiquiátrico presidido por el siniestro Dr. Andrei Snezhnevsky. En las mismas fechas en las que una oleada de protestas recorría los cuatro rincones de los países del bloque comunista, el todopoderoso psiquiatra se sirvió de las teorías de toda una tradición de científicos, que sostenían que no hacía falta haber perdido el juicio para ser considerado psicótico, para inventar una nueva forma de esquizofrenia, de curso continuo y lentamente progresivo e intensidad leve (sluggish squizofrenia en inglés, vyalotekushchaya shizofreniya en ruso) caracterizada, entre otros síntomas, curiosamente, por las mismas cualidades que protagonizaban los disidentes como Natalia: ‘convicciones inflexibles’, ‘tendencia a formular formulaciones ideológicas’, ‘originalidad’, ‘lucha por la verdad’, ‘perseverancia’, ‘deseos reformistas’, ‘conflictos con la autoridad parental o política’ e ‘incapacidad para adaptarse al entorno social’.
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[En 1976 la cantante Joan Baez dedicó una canción a Natalia Gorbanevskaya, que se convirtió en un símbolo de resistencia y de valentía]
Natalia fue recluida dos años en una psijushka (prisión psiquiátrica), el Instituto Serbsky, en cuyos muros se sentó, 44 años después, el polémico artista ruso Pyotr Pavlensky, desnudo y blandiendo un machete, en una performance macabra llamada “Segregación”, que concluyó con la mutilación de parte de su lóbulo de la oreja derecha en señal de protesta contra el uso de la psiquiatría con fines represivos. El muro (de Berlín) hace años que ha caído, el capitalismo impera en el mundo y la Rusia de Putin es una democracia muy sui generis, pero la forma peculiar de esquizofrenia sigue siendo un diagnóstico socorrido para etiquetar y controlar a aquellos rebeldes que molestan al régimen, como en el caso reciente del opositor Mikhail Kosenko.
Un año antes de este acto radical, Natalia, rememorando el 45 aniversario de su atrevimiento, volvió, obstinada, a manifestarse en la Plaza Roja. Al igual que entonces, la pacífica concentración motivó la actuación de la policía.
Fue su última demostración de rebeldía. A los pocos meses, moriría en su casa de París.
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http://www.pwf.cz/en/prague-spring/945.html
http://www.bbc.com/news/world-europe-25163062
http://schizophreniabulletin.oxfordjournals.org/content/15/4/533.long
Un texto impresionante, tremendo, el de este post.
El otro, el que disiente, no es en realidad malvado sino enfermo. La enfermedad psiquiátrica real o, como en este caso, simplemente atribuida (recordemos, en una ideología aparentemente contraria, los pintorescos estudios de Vallejo Nájera sobre el carácter marxista) sigue siendo marca siempre real de discriminación, de segregación.
«Ya sabes cómo es» es una triste expresión que segrega al diferente, al disidente en muchos colectivos, incluyendo el nuestro, el de los hospitales. No se llega a decir de un compañero que está loco o perturbado; no hay valor para tanto y el rebaño de cobardes mediocres se limitará a asentir con gusto frente a aquella frase compasiva y presuntamente comprensiva de participación en el saber común de esa singularidad borderline. «Ya sabes cómo es». ¿Para qué profundizar? Seamos benévolos, bondadosos cristianos. Limitémonos a separar a las negras ovejas. Y, llegado el caso, siempre habrá siervos voluntarios, como ese Dr.Snezhnevsk, prestos a refrendar con su prestigio «científico» lo que ya es por todos sabido.
Por desgracia, la psiquiatría se ha usado y se para convertir problemas políticos y sociales en problemas médicos. Los médicos actuamos muchas veces de «mamporreros» del sistema al medicalizar problemas de origen social, legitimando de esta manera el orden social vigente, causa de dichos problemas. ¿Cómo si no se puede explicar que el 85% de los psicofármacos los consuman las mujeres?. Hemos medicalizado casi todo: el fracaso escolar, la timidez, las rabietas, la tristeza, los problemas laborales, los problemas económicos, etc. Todo tiene su diagnóstico y su pastillita.
La historia de la psiquiatria especialmente siniestra. Ingresos forzosos, lobotomía, electroshock. El caso de Natalia es muy triste. ¿Cuántas mujeres habrá habido como ella?. Me viene a la cabeza la historia de Frances Farmer. La película que cuenta su historia, interpretada por Jessica Lange, me causó una honda impresión cuando era niño. Aún hoy no queda claro si le hicieron una lobotomía o no. El siniestro cirujano que la inventó ganó el premio Nobel. Pero no aprendemos de nuestro errores. Hoy hacemos lo mismo con medicamentos.
Un saludo.
Ponemos un enfasis modesto, ante la situacion y el comportamiento de medicos, laboratorios y gobiernos.
Lo de dosificadores a granel de sicofarmacos se queda corto. Un paso para evitar la oposicion y la rebeldia. Y un comportamiento diligente del trabajador «in itinere», que fruto de esa ensalada de pastillas, posiblemente llegue a una total insania.
Es hora de que se eviten los causantes, de tantos desequilibrios. El estado, la sociedad, el consumismo en espiral. Las falsas problemas de un mundo , al estilos de «alicia en el pais de las maravillas», y la imperativa tragica realidad, de una sociedad enferma moral y fisicamente.Gracias por enfrentarse a una dura realidad, pero como siempre , es un negocio y una explotación coayudado por el cuerpo medico
Por cierto, no son incompatibles protestar, luchar por injusticias, defender derechos y ser/tener patologia mental!!!