Mucho me temo que el de las vacunas es ya un debate perdido, donde es fácil caer en el opinionismo facilón en el que cualquiera se anima a participar aunque no todos sepan de qué va el juego. Ha vencido por goleada el postureo maniqueo del ‘o estás conmigo o estás contra mí’: o te sitúan con violencia en el lado de los antivacunas y eres acusado de magufo, o te tildan de provacunas autoritario vendido a intereses espurios. Abundan los profetas y los agoreros, y escasean los análisis rigurosos y equilibrados. Según la forma y el sentido en que te decantes en este partido absurdo así serás juzgado. Dime lo que piensas de las vacunas y te diré quién eres. Hay temas que muestran con facilidad de qué pie cojeas…
Honestamente, cada vez soy menos partidario de hablar y más de escuchar (o leer). Al menos es más divertido, y te expones menos. Y en un tema tan delicado como éste más aún. Pero no es el caso del periodista Miguel G. Jara, que ha tenido el atrevimiento de hablar y escribir de vacunas sin ser médico ni científico. Él lo deja bien a las claras desde el principio en su libro: lo suyo «es un trabajo periodístico, no científico» (p. 13). Y como tal es notable. Pero eso no le exime de intentar ser riguroso. Y máxime siendo divulgador. ¿Lo consigue en su último libro «Vacunas, las justas«? Solo tras leerlo del primer al último renglón, sin apriorismos y con la mente abierta, se puede juzgar. ¿Lo habéis hecho todos?
El libro está lleno de aciertos, pero también de contradicciones y debilidades. El primer tanto a favor llega en los primeros envites del encuentro, al hacer una declaración de potenciales conflictos de interés. No todos los que escriben sobre el tema tienen el coraje de hacerlo: algunos pensarán que no es algo necesario y otros que los conflictos de interés solo alteran el juicio ajeno y nunca el propio. Que Miguel lo haga no es un asunto baladí, puesto que él vive de esto: de los libros que vende y de trabajar para gente que se ve afectada por las vacunas, entre otras. ¿Altera eso su capacidad de juicio o, más allá aún, lo invalida? No creo que lo invalide, pero sí lo sesga. A nadie le sorprende que Miguel Jara escriba un libro en el que se buscan las cosquillas a las vacunas, pero ese no es el problema, porque por desgracia hay mucho que arrascar en ese tema. El problema es que el libro recalca en exceso los daños de las vacunas, lo cual concede ciertas sospechas para pensar que esto no es una mera casualidad.
A pesar de lo que prejuiciosamente se pudiera pensar, este no es un simple «libro antivacunas». Con cierto alivio, uno descubre en numerosos pasajes cómo Jara reconoce el valor de las muchas vacunas útiles, e incluso llega a preguntarse de si la actitud de algunas personas reacias a ponerse vacunas por haber sufrido daños en familiares cercanos no es un tanto «exagerada» (p. 130). Estoy convencido de que hasta el campeón de los provacunas suscribiría muchas de las cosas que Jara afirma en el libro. Por ejemplo, su apuesta por la información independiente a padres y niños de las ventajas y riesgos de cada vacuna, así como por la individualización a la hora de administrarlas en vez de la sistematización impuesta por los programas preventivos. Lanza al aire preguntas que podrían hacer tambalear a muchos supuestos expertos, como cuántas vacunas puede soportar un humano (p. 21), o si es preciso vacunar a un recién nacido o si se puede por el contrario dejar para un momento en el que su sistema inmune esté más maduro (p. 24). Y plantea propuestas inteligentes y pertinentes, como la de desarrollar más vacunas orales (no hay necesidad de torturar a los niños con dobles o triples raciones de pinchazos…), crear un sistema de compensación de daños que nos sitúen al nivel de países civilizados (p. 33), o «definir indicadores de protección más válidos» (p. 28). Por el contrario, otras propuestas están basadas en especulaciones y en asunciones erróneas, como la de hacer análisis genéticos «que aseguren al máximo posible que la vacuna no le hará más mal que bien» (p. 22), y otras directamente son inviables, como la exigencia de «pruebas de alergia y de intolerancia a los componentes de las vacunas» (p. 141).
Donde Miguel se mueve como pez en el agua es en su faceta de periodista crítico. Su denuncia del arrinconamiento oficialista de posturas incómodas o abiertamente discrepantes en la comunidad científica, de la connivencia con los intereses de las farmacéuticas de asociaciones de prensa y científicas, y de las prácticas irregulares de profesionales sanitarios y laboratorios que atentan contra la ética, puede parecer exagerada o basada en detalles anecdóticos, pero por desgracia hay elementos de sobra para pensar que no va tan desencaminado. En otras acusaciones, por el contrario, va quizá un poco lejos y no muestra pruebas convincentes a pesar de la gravedad de los hechos que describe (como con el asunto del presunto fraude de sobredosificación con aluminio de una vacuna combinada, p.97), cuando no directamente alienta sospechas basadas en intrigas palaciegas (p. 216). Que pida abiertamente más transparencia en los ensayos clínicos y en las decisiones de las agencias reguladoras y de los comités públicos de evaluación de seguridad de farmacovigilancia quiere decir que está al loro de lo que se cocina en el mundillo masterchef de la crítica científica internacional, algo que ni huele gran parte de los periodistas de nuestro país.
Los profesionales de la salud y científicos (y también gerentes, burócratas y políticos sanitarios) debemos tomarnos la empatía con los afectados de las vacunas que derrocha el libro como toda una lección de humildad. Estamos poco acostumbrados a veces a escuchar testimonios de personas que resultan afectadas directa o indirectamente de nuestros servicios, pero es saludable hacerlo. Muchas de las pretensiones de los afectados son técnicamente posibles y humanamente necesarias satisfacer. Pero en su afán por dar protagonismo a las víctimas Jara ha caído en la misma trampa de la que pretendía prevenirnos: el que hayan sufrido daños por las vacunas no les coloca en una situación de mayor legitimidad ni superioridad moral frente al resto de la sociedad, ni sus vidas tiene mayor peso que la de las personas que han sufrido enfermedades que en ocasiones pueden ser potencialmente prevenibles con las vacunas que se critican.
Que el libro presente numerosas inexactitudes o inconcreciones es algo hasta cierto punto lógico puesto que, como el propio autor confiesa, «ni tiene ni quiere la calificación de experto». Comienza a preocupar que contenga algunas afirmaciones erróneas de signo tendencioso, como calificar de «polémica» la vacuna del papiloma por el hecho de «acumular el 16% de las notificaciones en general» (p. 32), cuando el problema principal de dicha vacuna es que no es ni tan necesaria ni tan efectiva como se difunde. Pero que termine lanzando afirmaciones del tipo «las vacunas salen al mercado sin demostrar capacidad preventiva en ensayos clínicos» (p. 27), o «la sobrevacunación resta esperanza de vida» (p. 25), o que recurra a la especulación para mostrar unos datos extrapolados de muertes por vacunas que no proceden de ninguna fuente fiable (p. 32), acaba por confundir al lector más escéptico.
Sin embargo, probablemente la mayor debilidad del libro sea las atribuciones de causalidad de los daños a las vacunas: una cosa es que los síntomas o enfermedades de un individuo concreto se imputen al efecto nocivo de una vacuna, y otra diferente que se concluya en estudios poblacionales que haya causalidad y asociación estadística. Para entenderlo, vayámonos al ejemplo de la vacuna del papiloma. En estudios realizados a nivel poblacional sólo dos efectos adversos se han identificado como asociados estadísticamente: las infecciones en la zona de punción y el síncope. Ni las enfermedades neurológicas desmielinizantes ni las autoinmunes son más frecuentes en las mujeres vacunadas que en las no vacunadas. Pero eso no quita a que la vacuna y sus adyuvantes se le pueda achacar algunos casos, aislados y poco frecuentes, de dichas enfermedades, englobadas en un síndrome poco conocido y de existencia un tanto controvertida, como es el ASIA (autoimmune/inflammatory syndrome induced by adjuvants). Por momentos, al leer el libro de Miguel Jara, parece desprenderse que no fuera cierto lo que los estudios, muchos de ellos independientes, concluyen, que no es otra cosa que la vacuna sea esencialmente segura (que no inocua). Los lectores no deben llevarse a engaño tampoco en estos hechos.
Si he de quedarme con algo del libro de Miguel Jara es la siguiente idea: que las posturas inflexibles de muchas personas que no ven en las vacunas más que virtudes solo consiguen sumar dar más argumentos a los que reniegan de un bien necesario, en su justa medida, como son las vacunas. Pero también, al contrario, que la crítica llevaba a extremos insostenibles, que olvida su función de falsar los conocimientos adquiridos y de ser escéptico hasta con el escepticismo, también concede espacios para el radicalismo provacunas. No soy partidario de equidistancias milimétricamente perpretadas, pero en este caso procede situarse a una sana distancia de ambos extremos. Si el juego es ser blanco o negro, prefiero ser gris. Y, a ser posible, salir vivo del fuego cruzado entre los eternos enemigos.
#Vacunaslasjustas? ¡Como no: ni tanto ni tan poco!
Felicidades Enrique,
Tu ejercicio de análisis y esfuerzo por conservar una distancia prudente que no te aleje demasiado y que ademas no te intoxique por estar demasiado cerca…casi una postura psicoterapeútica!
Yalom estaría (tambien) orgulloso!
Ya quisiera yo postura/anális así de otros temas tan cotidianos: uso de antidemenciales, antidepresivos a tutti-plen, las estatinas por doquier, el tratamiento del dolor neuropático (careo cariñoso y no policial con Mateu Seguí) y…
No he leido el libro pero apetece luego de tus comentarios y repasar lo que tan fácil se confunde (y confundimos, incluyéndonos todos) la causalidad con la asociación y una postura previa que condiciona el análisis (otra vez nos pasa a todos).
Lo encuentro, tu análisis a complementar con la última aportacion de Abel Novoa sobre homeopatia y las apostillas de Baos.
Gracias por dejarte leer
Saludos
Jose Antonio Tous Olagorta
Antes de hablar y de criticar, sobre todo en temas de salud, hay que informarse bien, y usar el pensamiento crítico, aunque lo que vayamos descubriendo choque con nuestros puntos de vista previos. En relación a la vacuna del papiloma, Miguel Jara no exagera ni crea «polémicas». Lean un texto pequeño, que aclara muchas cosas, escrito por un profesor español que «parece» «saber algo» de estos temas (Busquen el nombre: «Máximo Sandín»): «http://www.dsalud.com/index.php?pagina=articulo&c=994». Y otra cosa: ¿Qué es una fuente fiable de información»…¿ Acaso las familias de las niñas afectadas por esta vacuna están formadas por locos o idiotas carentes de todo sentido común y capacidad de juicio?…,¿Y Acaso las grandes farmacéuticas se cree alguien que no están orientadas al puro y duro negocio, comprando al ministro de turno?…, ¿ Y cuantos efectos adversos no se notifican a los sistemas de vigilancia?.
Me parece una crítica muy trabajada y oportuna. Yo colaboro con el autor, pues hemos fundado un bufete donde llevamos a posibles víctimas de daños por vacunas. Soy abogado y desde el punto de vista legal quiero aportar al debate.
En vacunas es necesario un debate donde quepan todos los puntos de vista, pero hay algo que, como dice, D. Enrique Gavilán, no admite dudas:
– Derecho a la información terapéutica.
– Sistemas de compensación de daños.
– Transparencia.
– Principio de precaución.
Conozco a Miguel y sé que no es un «antivacunas». También es posible que en el libro trate demasiado el asunto de las víctimas, ya que él está muy sensibilizado por los casos que conoce de cerca por su Bufete.
Es cierto que asuntos como los adyuvantes en vacunas, por ejemplo, el aluminio, es todavía controvertido por falta de más estudios independientes. Los que hay quizás no son suficientes, pero si dan indicios de que es necesario más investigación al respecto.
Felicitar al autor de libro (Miguel Jara) y al autor de la crítica constructiva (Enrique Gavilán), ya que se atreven a debatir sobre un tema tan controvertido y complejo como el que rodea al mundo de la vacunación.
Sí hecho en falta en el libro como en la crítica un comentario sobre ¿Quien es el verdadero prescriptor de una vacuna? El Estado, el médico, ?? Yo creo que es el Estado quien realiza una prescripción/indicación sistemática. Pero esto es meternos quizás en temas legales muy puntillosos, aunque de aquí derivan aspectos como el derecho a la información (consentimiento informado) en vacunas…algo que el ciudadano no tiene a día de hoy, pues nunca ve un sólo prospecto de vacunas.
Ah, se me olvidaba, no creo que sea tan difícil hacer pruebas de alergias y revisar contraindicaciones de vacunas. Tan sólo se necesitaría voluntad..
Saludos
Como abogados no tengo ni idea de cómo seréis, pero en el ámbito médico deberíais al menos tener mucha más cautela a la hora de aseverar que «hay pocos estudios sobre el aluminio» y similares, al menos sin dar referencias muy solventes que apunten en esa dirección.
No voy a negar que haya tejemanejes en la industria farmacéutica, pero sí voy a proponer que promovamos acciones como alltrials.net para obligar a todas las farmas a que publiquen la totalidad de los ensayos clínicos tanto de los medicamentos que actualmente están en circulación como de los que se quieran poner a la venta en lo sucesivo.
Dos cosas más: quizá se nos olvida que hace apenas 50 años había muchísima gente aquejada de polio o de sarampión, puede que nos hayamos acostumbrado a un mundo de gente sana donde un niño no muere por una complicación de una enfermedad que solía ser común y ahora es rara. Eso ha sido producto de la investigación farmaceutica y de la sistematización de vacunas del Estado.
La segunda cosa es que es un desperdicio de recursos hacer pruebas de alergia y revisar contraindicaciones cuando, al hacer la vacunación, tienes precisamente al equipo médico preparado para actuar ante contingencias que no es que sean raras, sino rarísimas estadísticamente hablando.
En resumen, que se habla demasiado del «daño causado por las vacunas» y se olvida que, antes de decir eso, tiene que poderse demostrar que efectivamente haya habido una relación y no sea producto de una correlación espuria. Al final del día se descubren demasiados casos de intereses de denuncia por parte de bufetes (sin ánimo de ofender) para intentar obtener indemnizaciones indebidas. Si se ha de hablar de conflictos de intereses, es conveniente sacar también éste a la palestra, máxime viniendo el movimiento antivacunas de donde viene.
Por referencias contesto a Emilio.
En relación a «como abogados no tengo ni idea de cómo seréis, pero en el ámbito médico deberíais al menos tener mucha más cautela a la hora de aseverar que “hay pocos estudios sobre el aluminio” y similares, al menos sin dar referencias muy solventes que apunten en esa dirección».
Tras varios años de investigación jurídica, con revisión de la literatura científica mundial sobre aluminio en vacunas, sigo diciendo que hay pocos estudios sobre su aparente inocuidad…Es más, los que hay van en una dirección bien diferente, aunque, como bien dice, también hay que tener mucha cautela al respecto. A la industria nunca le ha interesado este tipo de estudios, como usted bien sabe.
En relación al daño causado por las vacunas, quizás tenga usted razón. Por mi parte, es lo que conozco, personas dañadas presumiblemente por la vacuna, con los mismos síntomas que describe la ficha técnica y el prospecto, en la mayoría de las veces. Que tengan derecho a una compensación o no, cada uno es libre de pensar lo que quiera. Si le puedo decir que es tremendamente difícil conseguir probar una relación de causalidad daño/vacuna, aunque el aparente daño se produzca dos minutos después de la vacunación….Se lo puedo asegurar…Ahora bien, nosotros, por nuestra parte, cogemos casos que podamos probar de forma razonable, aunque en probar si una inmunización provoca o no un determinado daño es muy complejo y requiere estudiar mucho, tanto derecho como literatura científica…la cual, en su mayoría está elaborada por los propios fabricantes de vacunas.
No quiero dejar de comentar lo que usted dice de que el equipo médico está preparado…No dudo de la preparación. Por ej. en casos de las vacunas del VPH, pregunte usted a un médico o a un enfermero si se han leído la ficha técnica. Yo lo he hecho. Y la respuesta ha sido: NO. Además, mucho médico no saben cuando sus pacientes están siendo vacunados. La ficha técnica de los productos vacunas dice que el médico debe revisar la historia clínica antes de proceder a la vacunación……En vacunas nuevas como la del VPH quizás si se debiera tener más cautela. Pero eso no lo sé claro..Y considero que es difícil, no digo que no…
Si considero que el ciudadano tiene derecho a la información si quiere saber….
Sr.Almodovar,
Suelo leer mucho a su socio, en Twitter, en programas de televisión, etc. He leído también su respuesta a Emilio, y lo que no ha contestado en ningún momento, es algo que a mi parecer es la clave. Ustedes tienen un claro conflicto de interés en realizar demandas a la industria farmacéutica. Lo cual no me parece mal, si así hubiese que hacer, lo que ya no me parece correcto, es que ustedes hablen, y en concreto su socio, de los conflictos de interés que tienen los médicos, con la industria farmacéutica, los cuales y por fortuna, cada vez son más transparentes, y sin embargo haya médicos, que les entren al trapo, cuando ustedes si que tienen un claro conflicto de interés. De hecho se ganan su pan, precisamente con esas demandas que interponen a la industria farmacéutica.
Andrés, gracias por seguirme. Sobre conflictos de interés veo que ni te has leído el libro ni siquiera el post de Enrique donde cuenta que desde el principio de mi texto declaro ese conflicto de interés. También lo hago en el blog en la sección fija de Publicidad. Estos días de promo del libro en la prensa lo he hecho varias veces por coherencia, porque en efecto es un tema sobre el que publico mucho.
Observa no obstante que los posibles conflictos de interés que nos surgen son por defender a las víctimas no a los diferentes poderes, creo que la diferencia es considerable.
Andrés, tiene usted toda la razón. Lo cierto es que tenemos un claro conflicto de interés. Defendemos a las víctimas, y en esa defensa vemos cosas que nos son del todo adecuadas, o puntos oscuros, tanto a nivel científico como legal. Pero, no cabe duda, que nos ganamos nuestros honorarios con acciones legales contra la industria farmacéutica y/o la administración por daños provocados por los medicamentos. Aún así, no somos antivacunas. Yo, fíjese, me sitúo más donde Enrique Gavilán, en el gris. Es tan complejo este asunto..
Gracias Enrique es un gusto leerte la verdad.