Recientemente traducíamos el Editorial de David Healy en el BMJ que «daba la puntilla» a la hipótesis de la serotonina que ha dirigido la nefasta innovación farmacológica en el campo de la depresión de los últimos 30 años.
Esta innovación chatarra ha subsistido y se ha convertido en una fuente fabulosa de ganancias para la industria a base de ingeniería estadística (Moncrieff), la compra de líderes de opinión y sociedades profesionales, el marketing para generar el sobrediagnóstico y el sobretratamiento de la enfermedad, y el fraude científico.
Como comentan en este texto, «Why Big Pharma is not addressing the failure of antidepressants» publicado en The Conversation (también lo hacía Healy en el BMJ) y que traducimos hoy, tras esta apuesta suicida por una hipótesis falsa pero muy rentable, el terreno que posibilitaría nuevas líneas de investigación para encontrar fármacos más efectivos, ha quedado calcinado.
Un buen momento para que la financiación pública de un paso adelante.
Veamos.
«Alrededor de una cuarta parte de las personas experimentan depresión en algún momento de sus vidas, dos tercios de los cuales son mujeres. Cada año más de 11 millones de días de trabajo se pierden en el Reino Unido por estrés, depresión o ansiedad, y hay más de 6.000 suicidios anuales. El impacto de la depresión en las personas, las familias, la sociedad y la economía es enorme.
Terapias de primera línea por lo general incluyen la medicación. Todos los antidepresivos comúnmente recetados se basan en «la hipótesis de la monoamina«. Esta tesis sostiene que la depresión es causada por una escasez de serotonina y noradrenalina en el cerebro. Los antidepresivos existentes están diseñados para aumentar los niveles de estas sustancias químicas.
La primera generación de antidepresivos se desarrolló en la década de los 50 y una segunda generación en la de los 80. Productos como el Prozac y Seroxat fueron aclamados como «medicamentos milagro» cuando llegaron por primera vez al mercado.
En los casi 30 años que han pasado desde su introducción estos medicamentos aparecen cansados y hastiados. Las patentes han expirado y hay dudas sobre su eficacia. Algunos científicos sostienen incluso que estos fármacos hacen más daño que bien.
Un modelo roto
No ha habido ninguna tercera generación de antidepresivos. Esto a pesar de que ha habido una inversión astronómica en investigación. El proceso de descubrimiento de nuevos antidepresivos que dio origen a los fármacos anteriores está claramente roto. También es evidente que este proceso no había sido tan exitoso como nos vendieron ya que las únicas mejoras reales sobre los fármacos de los años 60 fue una reducción de los efectos secundarios.
A mediados de la primera década del siglo XXI las principales compañías farmacéuticas empezaron a desinvertir en este área. La financiación pública y de organizaciones sin ánimo de lucro han seguido un camino similar. En 2010, GSK, AstraZeneca, Pfizer, Merck y Sanofi anunciaron que habían dejado de buscar nuevos antidepresivos. El profesor David Nutt, el ex asesor de farmacia del gobierno, declaró que este fue el «annus horribilis» de la investigación de medicamentos psiquiátricos. Lo más probable es que no haya nuevos antidepresivos durante décadas.
Sin embargo, sigue existiendo una necesidad urgente y apremiante de tratamientos más eficaces. La pregunta que las compañías farmacéuticas ahora tienen que hacerse es si fracasaron porque la tarea era imposible o, simplemente, porque hicieron las cosas mal. Nuestra opinión es que ha habido un fallo del sistema.
La hipótesis de la monoamina no era correcta. Había poca o ninguna evidencia clínica para apoyar la idea de que la depresión estaba asociada con bajos niveles de monoaminas y las predicciones basadas en esta teoría no han sido nunca confirmadas por la investigación. El proceso de descubrimiento de fármacos construido alrededor de esta hipótesis, por tanto, está igual de viciado y contiene en su origen un error básico que implica que solo somos capaces de fabricar medicamentos con efectos similares a los medicamentos que ya tenemos.
Sin embargo, el reconocimiento de este error podría ser un buen inicio para esperar el desarrollo de nuevos tratamientos farmacológicos porque implica que la depresión puede ahora ser vista en formas que antes no eran posibles.
Nuevas ideas
Hemos propuesto una nueva teoría de la depresión que llamamos la «tercera hipótesis del ventrículo«. Los ventrículos del cerebro son una red de espacios interconectados llenos de un líquido conocido como líquido cefalorraquídeo.
La tercera hipótesis del ventrículo interconecta las características clínicas asociadas a la depresión, como trastornos del sueño o la interrupción de deseos como la comida y el sexo, con las estructuras cerebrales en contacto con este espacio. Otras características del comportamiento asociados con la depresión incluyen la postura encorvada, evitar el contacto visual y el aislamiento social.
Nuestra hipótesis afirmaría que este tipo de comportamiento sería una respuesta a situaciones en las que la supervivencia del individuo se vería amenazada por el grupo social, que se habría vuelto hostil hacia éllos. Comportarse de una manera defensiva ayudaría a reducir la probabilidad de ser víctima de nuevos ataques. La hipótesis continuaría señalando que este efecto se produciría por la liberación explosiva de sustancias inflamatorias conocidas como citoquinas en el tercer ventrículo.
La tercera hipótesis del ventrículo enlazaría con la evidencia experimental que demuestra que el ventrículo se amplía en los estados depresivos, que la depresión está asociada con niveles elevados de citoquinas en la sangre, y otras teorías de la depresión que la relacionan con la liberación de hormonas del estrés. Si se desarrollara, podría dar nuevas pistas sobre la naturaleza de la depresión y aportar nuevos enfoques para el desarrollo de fármacos que pudieran utilizarse para tratarla.
Sin embargo, no ha sido posible testar esta teoría porque su publicación en 2010 coincidió con la retirada de financiación de las compañías farmacéuticas. Esta desinversión ha impactado en todos los trabajos en este área. El Dr. Guy Goodwin, ex jefe de psiquiatría en la Universidad de Oxford, ha advertido de una «crisis generacional« en términos de capacidad para desarrollar nuevos antidepresivos.
Sería necesaria una revisión del gobierno de los fondos destinados a la investigación básica en la depresión para revitalizar el interés de las compañías farmacéuticas en el desarrollo de nuevos antidepresivos, similar a la reciente revisión de la estrategia para el desarrollo de nuevos antibióticos. Si se pudieran poner en marcha nuevas estructuras de financiación, sería posible ofrecer esperanza a los millones de afectados por esta enfermedad.
La investigación psiquiátrica es de los campos de la medicina que ha alojado mayor fraude (ocultación de datos, no publicar estudios negativos, etc). La alteración de los niveles de serotonina en los enfermos estaba provocada por la propia medicación. Nunca se ha podido demostrar esta en pacientes no tratados. Y los mismo se puede decir de la hipótesis dopaminérgica en la psicosis (aunque esto es para otra discusión).
Durante los últimos años (décadas ya) se ha ido acumulando información sobre los efectos adversos negativos de los ISRS: aumento del riesgo de suicidio, aumento del riesgo de comportamientos violentos, dependencia (aunque inicialmente se negaba), conversión de depresión a trastorno bipolar, posible aumento del riesgo cardiovascular y de mortalidad total. Y todo esto, teniendo en cuenta, como comenta el artículo, que su modesta eficacia está en tela de juicio. Hoy por hoy, creo que sólo estaría indicado dar antidepresivos en trastornos afectivos graves y siempre que sea posible por un corto periodo de tiempo. En el resto de casos, el balance beneficio/riesgo creo que no es favorable.
La pregunta es: ¿cómo es posible que, con toda esta información acumulada, los psiquiatras los sigan recetando como agua de la fuente? Además, ahora según el DSM-V, con dos semanitas triste ya te pueden empastillar sin problemas. .Los psiquiatras críticos, como David Healy o Jorge L. Tizón, no abundan por desgracia.
La hipótesis del estrés oxidativo y la inflamación como posible corazón etiopatogénico de la depresión cada vez va tomando más cuerpo. Aún queda, pero esto entra en aparente colisión con este concepto de la mente humana como un órgano aparte, diferente, casi no material. La separación cuerpo-mente me parece una reminiscencia de la separación cuerpo-alma religiosa. Nunca lo he entendido bien. Cuando no puedes mover un brazo, el problema es físico y es cosa del neurólogo; pero cuando la cosa va de emociones y carácter, eso parece que puede ser inmaterial o algo parecido, y es cosa del psiquiatra, que sería algo así como el «cura» de la medicina. Que ahora nos digan la la depresión puede está ligada a la inflamación, al estrés oxidativo, a la longitud de los telómeros o a los micro-RNAs me parece que choca frontalmente con esta concepción de la patología psiquiátrica.
Modestamente, creo que no tenemos ni idea. Nos queda mucho por aprender y, muchas veces, nuestros prejuicios no nos dejan ver.
Un saludo y felicidades por el artículo.
Voy a matizar un poco más mi comentario para que no haya malentendidos. La gran mayoría de trastornos psiquiátricos son reactivos a problemas sociales (la exposición puede ser aguda o crónica). Pero hay un grupo de trastornos psiquátricos, como por ejemplo la esquizofrenia, en los que no veo porque esta enfermedad no puede ser un trastorno neurológico, al igual que un ictus o la esclerosis múltiple. Es cierto que no se ha encontrado el sustrato anatómico que lo explique, pero tampoco hay sustrato anatómico o anomalía claramente demostrada en otras enfermedades neurológicas (por ejemplo, distonías y otros trastornos del movimiento)