Seguimos con el Juicio a la psiquiatría que de manera tan consistente han desarrollado la profesora Lisa Cosgrove y el periodista Rober Whitaker -gracias al apoyo del prestigioso Centro para la Ética Edmond J. Safra de la Universidad de Harvard- en el libro recientemente publicado, «Psychiatry Under the Influence: Institutional Corruption, Social Injury, and Prescriptions for Reforms«
El concepto de “deriva institucional” (institutional corruption) nos parece fundamental para entender lo que ha pasado con la medicina en los últimos 35 años. Según los académicos que han desarrollado esta conceptualización, se trataría de explorar lo que denominan “economía de la influencia”, asumiendo que los individuos y las organizaciones son inocentes pero que el contexto en el que han aceptado desenvolver sus actuaciones profesionales no lo es.
En la última entrada, «La medicalización del síntoma mental: un logro corporativo sin base científica«, describíamos cómo el cambio de enfoque hacia el modelo médico de enfermedad llevado a cabo en el DSM-III por la American Psychiatrics Association (APA), respondió más a la necesidad corporativa de una especialidad en crisis que a verdaderas necesidades de los pacientes o a avances científicos (Cosgrove y Whitaker dedican varias páginas de su libro a desmontar las débiles pruebas científicas mostradas por los autores del DSM-III acerca de la fiabilidad y validez de los diagnósticos del Manual; de hecho, los datos originales nunca fueron posteriormente reproducidos por investigadores independientes)
La publicación del DSM-III permitió a la psiquiatría norteamericana tomar la iniciativa en el terreno de la salud mental y poner las bases de lo que Cosgrove y Whitaker denominan “la semilla de la corrupción”: la alianza con la industria farmacéutica.
El DSM-III, ciertamente, fue un éxito inmediato: la APA vendió, en los siguientes 6 meses tras su publicación, más ejemplares del Manual que los vendidos del DSM-I y II juntos; y fue rápidamente adoptado por las compañías aseguradoras, las instituciones docentes, los tribunales y gobiernos y por los investigadores, no solo norteamericanos sino de todo el mundo.
El DSM-III se convirtió en la biblia de la psiquiatría, su libro sagrado.
El nuevo manual diagnóstico permitió que la APA se posicionara como clave en el control de tres productos de enorme potencialidad en el mercado médico: (1) el diagnóstico de la enfermedad mental, (2) la investigación de la enfermedad mental y (3) la prescripción de los fármacos psicoactivos.
Así, inmediatamente tras la publicación del DSM-III, la APA se lanzó a la promoción del enfoque biológico por todos los medios a su alcance, que eran muchos, al contar con un flujo constante de financiación por parte de una industria farmacéutica que, por su parte, estaba comenzando a introducir en el mercado una nueva generación de medicamentos psicoactivos.
Las formas de la APA eran mucho más parecidas a las de una multinacional buscando ampliar su mercado que a las de una sociedad científica: gabinetes de comunicación, presencia institucional en los medios a través de anuncios, nuevas revistas científicas, editoriales para publicar libros dirigidos al gran público, días mundiales, campañas de sensibilización, así como una activa labor de cabildeo político.
Todo era posible gracias a la intensa financiación que llegaba a la organización procedente de la industria farmacéutica que, como expresó Spitzer, el director del DSM-III, “estaba encantada con el nuevo Manual Diagnóstico”.
En 1976 el presupuesto de la APA era de 294.842 dólares; en el año 2008, de 65, 3 millones (la actividad más lucrativa para la APA era la organización de las reuniones científicas, con unos ingresos que pasaron de 1 millón de dólares en 1980 a 16,9 millones en el año 2004)
El interés de la APA por “vender” que las enfermedades mentales eran semejantes a las somáticas solo era comparable al interés de la industria por «colocar» sus mediocres «nuevos» medicamentos. Enfatizar la eficacia de los tratamientos dirigidos a tratar las enfermedades mentales, “como la insulina trata la diabetes”, era de vital importancia para la estrategia de la APA: la eficacia de los fármacos confirmaría el origen biológico de la enfermedad mental.
Pero la prueba imprescindible necesaria para validar el enfoque médico del DSM-III era la demostración de la existencia de alteraciones biológicas en los pacientes con enfermedades mentales. La hipótesis del disbalance bioquímico en el cerebro había sido explorada desde los años 60, sin resultados satisfactorios, pero ¿sería el “nuevo empuje” capaz de convertir débiles hipótesis en verdades objetivas?
La teoría del disbalante bioquímico cerebral surgió de manera indirecta a partir de los mecanismos de acción de los medicamentos psicoactivos: si la clorpromacina y otros antipsicóticos habían mostrado capacidad para bloquear los receptores de la dopamina en el cerebro, entonces se podía hipotetizar que la esquizofrenia se debía a la existencia de demasiada dopamina; si los antidepresivos actuaban inhibiendo la recaptación de serotonina y norepinefrina de las sinapsis cerebrales, entonces es que en la depresión existía un déficit de serotonina y epinefrina.
La APA y la industria se emplearon a fondo en la difusión de estas meras hipótesis como si fueran verdades científicas: los tratamientos psiquiátricos re-establecían las alteraciones neurobioquímicas cerebrales, como la insulina restablecía el metabolismo glucémico. Nancy Andreasen, que más tarde fue editora jefe del American Journal of Psychiatry, escribió un best-seller titulado “The Broken Brain: The Biological Revolution in Psichiatry”:
“los síntomas mentales son enfermedades como la diabetes, los infartos de miocardio o el cáncer”.
El investigador Joseph Coyle escribiría:
“La gente con alteraciones mentales actúa así porque tienen o muy poco o demasiados de algunos elementos bioquímicos en el cerebro”.
Sin embargo, la literatura científica sobre el disbalance neurobioquímico era bien distinta a la propaganda de la APA y la industria.
Desde finales de los 60 se sabía que la hipótesis serotoninérgica no explicaba la depresión: no existían diferencias en los niveles de serotonina cerebral entre enfermos y sanos; tampoco era posible inducir depresión disminuyendo los niveles de serotonina.
Ya en 1974, Joseph Mendels señalaba:
“La revisión de la literatura señala claramente que la depleción de los niveles de norepinefrina, dopamina o serotonina en el cerebro no son causa suficiente para el desarrollo de un síndrome depresivo”.
En 1984, Maas, un investigador del National Institute of Mental Health, apuntaba:
“La elevación o la disminución de los niveles de serotonina per se no están asociados a la depresión”.
La teoría dopaminérgica de la esquizofrenia no corrió mejor suerte: ni los niveles de dopamina estaban más elevados en los esquizofrénicos, ni los esquizofrénicos contaban con más densidad de receptores dopaminérgicos (un efecto que posteriormente se relacionó con los propios tratamientos neurolépticos).
Los estudios que intentaron encontrar alteraciones bioquímicas en el TDAH también fracasaron.
En el año 2005, Kenneth Kendler, co-editor en jefe del Psychological Medicine, escribió un sucinto epitafio:
“Hemos buscado una explicación sencilla neurobioquímica para las enfermedades mentales pero no la hemos encontrado”
Sin embargo, la APA y la industria farmacéutica llevaban 30 años trasmitiendo como científica la idea de que el disbalance neurobioquímico estaba en el origen de las enfermedades mentales.
Un estudio realizado en el año 2006 comprobó cómo había calado esta idea en la población: el 87% de los ciudadanos entrevistados creían que la esquizofrenia era debida a una alteración química cerebral; el 80% que esto era cierto también para la depresión
La psiquiatría biologicista había conseguido cambiar la concepción de la enfermedad mental
Como escriben Cosgrove y Whitaker:
“A finales de los años 90, la APA podía mirar hacia atrás con satisfacción al observar como gracias a sus campañas de (des)información y de relaciones públicas había conseguido transformar la idea que la sociedad tenía sobre la enfermedad mental, su etiología y su tratamiento” (el paréntesis es nuestro)
La realidad es que:
(1) no se han encontrado alteraciones bioquímicas cerebrales relacionadas con las enfermedades mentales;
(2) los tratamientos farmacológicos no producen respuestas específicas de enfermedad sino efectos similares en pacientes con distintos diagnósticos;
(3) los pacientes psiquiátricos suelen tener un conjunto de síntomas que son difícilmente agrupables en diagnósticos discretos y
(4) los criterios diagnósticos del DSM-III carecen de una mínima base científica (validez, fiabilidad y consistencia)
¿Cuál es entonces el estatuto del DSM-III y siguientes?
¿Son las enfermedades tipificadas en el Manual reales o maneras arbitrarias de agrupar los síntomas mentales?
Si son meras agrupaciones arbitrarias ¿Son válidas las investigaciones que han utilizado sus diagnósticos como criterios de selección, por ejemplo, en los ensayos clínicos con medicamentos?
La psiquiatría ha construido una narración fabulosa pero falsa sobre cómo diagnosticar la enfermedad mental (y, por tanto, diferenciar entre sanos y enfermos o entre enfermos entre sí), las causas biológicas de los trastornos psicológicos y los mecanismos que sustentan los tratamientos farmacológicos.
La psiquiatría como disciplina conocía y conoce las debilidades del enfoque biológico pero ha preferido seguir trasmitiéndolo como si se tratara de una verdad científica debido a sus propios intereses corporativos.
La deriva institucional de la psiquiatría ha procurado una gigantesca estafa social con una enorme repercusión en términos culturales, sociales y de daño a la salud de las personas y las poblaciones que incluye la gravísima colaboración activa de la profesión con la industria farmacéutica en el engaño acerca de la seguridad y eficacia de los tratamientos psiquiátricos.
ES UN ARTICULO AMBIGUO Y que no propone nada nuevo, es mas crea confusion ya que el hecho de que ciertos neurotrasmisores no sean en todos los casos o en la mayoria de los casos los causantes de los trastornos NO SIGNIFICA QUE NO HAYA UN DESBALANCE ELECTROQUIMICO digo electroquimico porque ambos conceptos electrico y quimico estan intimamente relacionados y funcionan correlacionados. POR FAVOR ALGO MAS CONCRETO YA SABEMOS TODOS LO QUE SON LAS CORPORACIONES Y EL NEGOCIO MEDICO Y LOS QUE NO POR LO MENOS LO SOSPECHAN
Lo que no existe hasta el momento es prueba alguna de ese desbalance que tanto se menciona. Se compara al desorden mental con la diabetes, pero para saber de la existencia de esta última se realizan estudios en sangre para su diagnóstico. Aún no existe estudio biológico que determine una patología psicológica, ya que su origen no es bioquímico sino biográfico y ambiental.
Lo que cuesta aceptar es la arbitrariedad de un saber médico extensamente difundido.
La construcción del mito puede tener también otras raices – en diferentes momentos y lugares -no solo es algo del capitalismo.
http://www.nytimes.com/1983/01/30/magazine/the-world-of-soviet-psychiatry.html
http://www.nogracias.eu/2015/02/17/loca-de-rebeldia/
Imagínate que el médico te diagnóstica diabetes sin nisiquiera hacerte un análisis de glucosa en sangre. Te pincharias la insulina? Pues esto es lo mismo. Un supuesto desbalance químico sin pruebas. Sólo que si te niegas a tomarte la medicación pueden incluso obligarte. Los locos son los que creen estás cosas. Pseudociencia.
una gigantesca farsa ,,,,yo cuando consegui desengancharme de los antidepresivos NO he vuelto a tomar ni una sola pastilla hace ya 24 meses de ello. Nunca me habia sentido mejor que ahora, la verdad, porque la etiqueta mas el mundillo mas los efectos secundarios (impotencia etc. ) todo esto junto PESA MUCHISIMO