Por @Espemartn7

Como muchos de mis compañeros de profesión, soy muy reacia a tomar medicamentos (¡bonita paradoja profesional!). Tan sólo utilizo intermitentemente diclofenaco 50 mg cuando me acompaña, mensualmente, la inseparable dismenorrea.
En general, tengo buena salud (seguramente asociado a que practico mucho deporte y me alimento siguiendo nuestra bienaventurada dieta mediterránea sin realizar excesos de forma habitual).
Llevo 13 años trabajando como médico de familia en un CAP en Barcelona. En este tiempo, he estado de baja en 4 ocasiones: en mis 3 partos y a consecuencia de una operación programada tras la ruptura del ligamento cruzado anterior y el menisco de mi rodilla derecha (gajes del oficio entre los que practicamos todo tipo de deportes de forma habitual).
Nunca he faltado al trabajo por una gripe, una gastroenteritis, una conjuntivitis ni cualquier otro de los motivos habituales de incapacidad leve que suele aquejarle a nuestra población.
El preámbulo es para intentar enmascarar lo que supusieron para mi los efectos secundarios de la ingesta de tramadol 50mg .
El cuadro empezó un domingo por la mañana:
me levanté con una intensa odontalgia (probablemente asociada a no haber realizado controles odontológicos desde el nacimiento de mi tercera hija hace ya 7 años). Como sabéis, es algo habitual entre nosotros y nuestros pacientes.
El dolor era insoportable y totalmente invalidante: punzante, irradiado, de intensidad de 10 sobre 10. No me permitía comer ni salir a la calle (a la que abría la boca y me entraba algo de aire, el dolor aumentaba provocándome las lágrimas). Sospechando el posible origen neurológico, inicie amoxicilina 750 mg cada 8h y paracetamol y diclofenaco alternados cada 6h. Aún así, el dolor no cedía así que opté por el enjuague de toda la vida de orujo blanco (sin llegar a tragarlo, claro) que, evidentemente, me producía el mayor alivio momentáneo pero sin efecto alguno a largo plazo.
La madrugada del domingo al lunes (hacia las 3 de la mañana), desesperada ya por el dolor (¡y el hambre!) me bebí una ampolla de metamizol de 2g.
El lunes me levanté nuevamente dolorida aunque parecía que la intensidad había bajado. Entraba a trabajar a las 7.45h. Tomé un yogur para encarar el día. Falsa alarma: a las 7 aumentó de nuevo la intensidad del dolor así que mantuve mi pauta analgésica, hice un enjuague de orujo y me llevé una botellita pequeña para la consulta.
A las 8.00 ví claramente que no podría asumir la consulta con ese dolor: ni siquiera podía hablar porque, cuando movilizaba la mandíbula veía las estrellas. Así que decidí añadir tramadol.
El tramadol se ha convertido en un fármaco ampliamente utilizado: muchos de mis pacientes lo utilizan habitualmente alternado con gabapentinas, antinflamatorios y benzodiazepinas en el tratamiento del dolor (crónico, artrósico, fibromiálgico,….etc). Las dosis, a pesar de las advertencias incluidas en el butlletí groc farmacológico de nuestra comunidad (Catalunya) en forma de síndrome serotonérgico, riesgo de hipoglucemias y amplios y conocidos efectos secundarios, va en alza en función de la tolerancia de nuestros pacientes y la dificultad para controlar esos dolores.
Pues bien, me tomé una pastilla de tramadol 50mg a las 8:10h que cogí del servicio de urgencias de nuestro CAP situado en el sótano. Está claro que esta dosis se sumaba a todo lo que llevaba ya tomado hasta ese momento.
Subí a mi consulta (situada en la segunda planta del CAP) y encendí el ordenador.
A las 8:30h entraba el primer paciente por la puerta. Parecía que el dolor daba algo de tregua.
Hacia las 9:15h, algo empezó a ir mal: no veía bien las letras del ordenador. Empezaron a bailar las frases y, aunque por edad empiezo a detectar algún síntoma de presbicia, hasta el momento nunca he necesitado utilizar gafas.
Tuve que levantarme a explorar al paciente de las 9:22: al levantarme de la silla noté que todo me daba vueltas. La vista se nublaba y la sensación de estar flotando y de no saber dónde poner el pie fue algo más que un aviso.
Agarrándome en la camilla le pedí al paciente que avisara a mi compañera enfermera de la consulta de al lado que, al verme en ese estado, me tumbó directamente en su camilla.
Por supuesto, estaba hipotensa y el vértigo era claro: a la que intentaba mobilizar la cabeza, todo me daba vueltas. También aparecieron náuseas. A las 10h subió mi jefe a consulta. Yo no me podía poner en pie.
Tuvo que suspender la consulta. A las 11h me subían en un taxi dirección a mi casa.
Estuve 72h con síntomas residuales: por supuesto reapareció también el dolor.
Pero los efectos de visión borrosa, mareo, inestabilidad, nauseas, vómitos y cefalea me invalidaron del todo durante 48h (las primeras 24h las pasé en la cama).
El cuadro supuso una baja de 48h para mí y un gran aprendizaje personal y profesional.
Creo que a menudo recetamos muy alegremente: no es una crítica, es una realidad. El tiempo que tenemos de consulta es el que es y la posibilidad de incidir en los determinantes sociales de nuestros pacientes (origen de muchas de sus dolencias) bastante bajita de momento. Por eso nos resulta ‘necesario’ dar pastillas: resuelve, en teoría, los problemas de forma fácil.
Está claro que no es así.
Basta con experimentar en primera persona.