David Michaels fue nombrado por Obama en 2009 director de la Occupational Safety and Health Administration (OSHA), la agencia pública norteamericana responsable de la salud laboral. El nombramiento de este profesor de salud pública y epidemiólogo tiene especial mérito ya que ocurrió poco después de que Michaels publicara su libro «Doubt is Their Product: How industry’s assault on science threatens your health», un duro alegato contra la capacidad de las grandes corporaciones para debilitar la ciencia, las regulaciones gubernamentales y poner en grave peligro la salud pública.
Michaels ya había sido nombrado por Clinton en los 90 director de la Office of Health, Safety and Security (HSS) del Departamento de Energía norteamericano y tuvo que pelear, cuenta en el libro, contra la industria armamentística que rechazaba cualquier regulación mientras no hubiera «evidencias sólidas» de la cantidad mínima aceptable de exposición al berilio en los trabajadores de dispositivos bélicos nucleares.
Las corporaciones acogotan a los políticos, especialmente a los «creyentes del mercado» de izquierdas y derechas, para que sigan la premisa: mientras haya dudas, es mejor no hacer daño al negocio (aunque haya vidas en juego). Y para que las dudas sean escuchadas colocan a «sus expertos» en los órganos oficiales de asesoramiento; después, el cabildeo (lobby) consigue suavizar cualquier reacción legislativa.
En 2002, siendo profesor de la Universidad de Washington, Michaels junto con otros académicos publicó un editorial en Science contra las reformas que la administración de Bush hijo realizó en la Federal Advisory Committee Act, la ley que regula el funcionamiento de las comisiones de expertos que asesoran al gobierno federal. Estas reformas permitieron que en el comité que aconsejaba al director de la agencia federal responsable de la salud medioambiental (el National Center for Environmental Health), 15 de los 18 asesores acabaran siendo científicos con grandes conflictos de interés con la industria química y petrolera, y que públicamente se habían posicionado en contra de diversas regulaciones gubernamentales dirigidas a limitar los daños de estos productos para el medio ambiente y las poblaciones.
Nos recuerda Michaels a nuestro Ildefonso Hernández, catedrático de salud pública que aceptó ser Director General del ramo con el gobierno Zapatero: académicos que «solo tienen que perder» en el mundo de la política pero que comprenden que ésta es el nuevo campo de batalla de las estrategias de salud pública; no en vano, la ley del tabaco impulsada por Hernández ha sido el avance más importante en salud pública de los últimos 20 años en España, evitando literalmente miles de muertes y daños a las personas.
El libro de Michaels no tiene desperdicio. Apoyándose en una extensa revisión histórica, explica la «construcción de la duda» iniciada sistemáticamente a mediados del siglo XX por la industria tabaquera, poniendo en nómina a expertos y científicos y financiando un extenso programa de investigación dirigido a minar las evidencias que hablaban de la mortal capacidad del tabaco para hacer daño.
Hoy en día, la industria tabaquera tiene los más bajos índices de reputación y la investigación por ella financiada no tiene más credibilidad que su publicidad, pero durante décadas consiguió detener cualquier medida de salud pública que pudiera disminuir sus ventas. Esta estrategia ha costado millones de muertos y un enorme sufrimiento evitable en todo el mundo pero debido a su éxito enseñó el camino a otras industrias como la alimentaria, la farmacéutica o la petrolera.
Escribe Michaels:
«La industria ha comprendido que polemizar sobre ciencia es más fácil y efectivo que hacerlo sobre política»
Es obvio que la ausencia de regulaciones y sistemas de control que pongan cerco al depredador afán de lucro de las grandes empresas siempre acaba aumentando el riesgo de daño para la salud de los ciudadanos, pero también contra la democracia. La falta de sistemas de control y evaluación de la utilización de antibióticos de amplio espectro, por ejemplo, incrementa las resistencias bacterianas pero también las ganancias de las farmacéuticas que los producen; la consecuencia es que el factor que mejor predice las resistencias antibióticas es el nivel de corrupción de los países.
Esta semana en el JAMA se ha publicado cómo ha funcionado este sistema de «construcción de evidencias» con la industria alimentaria que compró científicos en la década de los 50-60 para que desviaran la atención del azúcar como factor de riesgo cardiovascular independiente. En el comentario al artículo la nutricionista (con apellido paradójico) de la Universidad de Nueva York, Marion Nestle, critica cómo la historia se sigue repitiendo.
Estos casos tienen afortunadamente cada vez más eco en los medios de comunicación pero con un alto coste para la credibilidad de expertos y autoridades. La semana pasada El País se hacía eco de los resultados de una investigación realizada en toda Europa en la que se detecta un alarmante incremento de la duda vacunal en toda Europa (aunque no se especifica si esta duda es mayor con las vacunas más recientes que con las más consolidadas). En una entrada en su blog titulada Reporters Need to Avoid Experts with Vaccine Industry Funding; Here’s Why, and Here’s Help, Alice Dreger vincula casos como el conocido de la industria alimentaria con el incremento de la duda vacunal:
«Muchas vacunas son demasiado importantes para la salud pública como para tolerar que los conflictos de intereses financieros lleven a pacientes y cuidadores a posiciones escépticas… El lado de la ciencia en los debates sobre vacunas tiene que mantenerse super limpio. Hay demasiado en juego para que finjamos que el dinero de la industria no tiene impacto en cómo piensan y se comportan los expertos, incluyendo las vacunas, y nos estamos engañando a nosotros mismos si pensamos que los pacientes y los cuidadores no piensan en esto cuando se les anima a cumplir los calendarios vacunales.»
Muchos de los padres con dudas vacunales, según esta autora, no son anti-vacunas sino, simplemente, personas informadas que conocen la capacidad de las corporaciones para sesgar la ciencia, influir en las recomendaciones de los expertos y en las regulaciones gubernamentales en relación con la salud pública.
Saber gestionar adecuadamente los conflictos de interés cuando existen -básicamente evitando que expertos que los tienen puedan participar en comisiones que asesoran a los gobiernos o en la elaboración de recomendaciones profesionales que influyen en las decisiones de los sanitarios- se convierte en un asunto de salud pública de primer nivel. No pensemos que la duda vacunal solo es un problema de falta de información o fanatismo de los padres. Como vemos con la vacuna del HPV, a veces puede ser razonable.
El capitalismo voraz está desacreditando a la ciencia, a los profesionales sanitarios y a las autoridades. Los padres y los pacientes dudan, con razón. La credibilidad de la ciencia se compromete cuando la ganancia prima sobre la salud pública. Conseguir re-alinear intereses económicos e interés común en la atención a la salud es uno de los grandes retos de este siglo.
Sociedades profesionales y gobiernos tienen la responsabilidad de que el capitalismo pueda poner por delante de su ansia depredadora su capacidad innovadora. Esperar que sea la propia industria la que se reforme con códigos de conducta y auto-regulación es mirar hacia otro lado y lo pagaremos con vidas humanas e incremento de la desconfianza de los ciudadanos en la ciencia, los profesionales y las autoridades.
Freudenberg en su recomendable texto «Lethal but legal» nos explica como es necesario plantearse la lucha contra el modelo de negocio de las corporaciones como la medida más eficiente existente de salud pública y conseguir prevenir la muerte prematura y la morbilidad por enfermedades crónicas en la actualidad, estableciendo objetivos políticos orientados a un marco de actuación presidido por virtudes democráticas como la transparencia, la rendición de cuentas, la participación y la elección individual informada y libre.
Salud pública y democracia nunca habían estado tan unidas.
La duda es su producto.. y ahora es nuestro problema. Los emergentes problemas con la confianza de la población en las vacunas son un buen ejemplo.
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