La medicalización

La medicalización es un proceso liderado por la profesión médica que transforma malestares (sociales, psicológicos o físicos) en enfermedades o diagnósticos y, por tanto, en objetivos de la atención sanitaria. Los médicos hemos sido los principales agentes medicalizadores durante la historia de la medicina convirtiendo el «dolor en el flanco» en la apendicitis o el morbus sacer en la epilepsia. 

Acompañando a este proceso obviamente positivo siempre han existido tentaciones ideologizantes como las que consideraron, hasta bien entrado el siglo XX, la homosexualidad una enfermedad mental. En los años 70 comienzan a surgir las primeras voces críticas con el proceso medicalizador médico. La antipsiquiatría de Szasz aludía a cómo los psiquiatras se habían convertido en jueces que establecían lo que era o no un comportamiento “normal”.

Ivan Illich hablaba del imperialismo médico, su excesiva influencia social y como la medicina podía llegar a ser la principal amenaza contra la salud.

En sociología, se introduce el concepto técnico de “medicalización” en los años 70 (Zola) para examinar la dinámica de expansión de la institución médica y estudiar los procesos de construcción de la autoridad profesional a través del diagnóstico médico, sustituyendo a antiguas formas de clasificar las “desviaciones” como la religiosa o la penal. El mismo Zola escribió:

la medicina se ha convertido en el nuevo repositorio de la verdad, el sitio donde son realizados los juicios finales y absolutos por parte de expertos supuestamente neutrales y objetivos. Y esos juicios son realizados en nombre de la salud“.

Sin olvidar los excesos cometidos o las atinadas y clarividentes críticas de Ivan Illich o Szasz, el proceso medicalizador liderado por la profesión médica y controlado por una ciencia biomédica, ambos más o menos independientes de los intereses comerciales, ha sido netamente positivo durante gran parte de la segunda mitad del siglo pasado. 

La biomedicalización

Sin embargo, la expansión de la farmacología y las tecnologías sanitarias -a través de lo que Echevarría llama la «revolución tecnocientífica» que comienza a finales de los años 80 y que ha transformado la salud en un inmenso mercado global, la investigación biomédica en un asunto casi exclusivo de la empresa privada, la ciencia biomédica en una herramienta comercial y los conflictos de interés en el combustible que alimenta toda la empresa- está introduciendo factores medicalizadores exponencialmente más poderosos y cada vez más ajenos a los fines de la medicina.

La medicalización del final de la vida (muertes intervenidas en hospitales), de la vejez (quimioterapia o diálisis para nonagenarios), de parámetros analíticos, genéticos o de imagen (colesterol alto, densitometrías, pre-diabetes, pre-alzheimer), de etapas de la vida (la infancia/adolescencia, el embarazo, la menopausia) o de síntomas emocionales o sexuales (el duelo, una erección no pétrea o la violencia estructural patriarcal que conduce a la falta de deseo sexual en muchas mujeres), viene determinada por intereses económicos con objetivos no solo ajenos a los fines de la medicina sino contrarios al bienestar de los individuos o las poblaciones.

En los últimos 30 años es la «innovación» al servicio del mercado el principal motor de la medicalización. Esta nueva fase del fenómeno medicalizador responde a dinámicas más complejas determinadas fundamentalmente por la capacidad de las nuevas tecnologías -como la genética, la bioinformática o la farmacología personalizada- para expandir el mercado de la salud y, por tanto, para definir lo que es o no objeto de la medicina; es decir, para sustanciar el progreso médico. Este es el periodo que algunos autores denominan bio-medicalización.

La transhumanización

Pero si el proceso biomedicalizador ya es poderoso nos acercamos a otro salto cualitativo que amplifica la capacidad de actuación de la medicina: es lo que Luc Ferry denomina revolución transhumanista (neologismo que sigue la terminología de los trangénicos en las especies vegetales). Se trataría de pasar de una medicina curativa o preventiva a una medicina perfectiva o de mejora, apoyándose en las «tecnologías convergentes» o las NBIC: acrónimo de nanotecnología, biotecnología, informática (big data e internet de las cosas) y ciencias cognitivas (que incluye neurociencias, inteligencia artificial y robótica):

«Las NBIC colocan las profesiones de la salud bajo una nueva perspectiva. Ya no se trata de reparar sino realmente de perfeccionar lo humano, de lo que los transhumanistas llaman improvement o enhacement»

Y continúa:

«Simplificando, los transhumanistas militan, con el apoyo de medios científicos y materiales considerables, a favor de las nuevas tecnologías y del uso intensivo de las células madre, la clonación reproductiva, la hibridación hombre/máquina, la ingeniería genética y las manipulaciones germinales, las que podrían modificar nuestra especie de forma irreversible, todo ello con el fin de mejorar la condición humana»

Ferry pone un ejemplo:

«Dos personas de muy corta estatura, por ejemplo, dos hombres de 1,45; el primero porque ha sufrido una enfermedad en su infancia; el segundo porque sus padres, aunque totalmente «normales» simplemente son de baja estatura. ¿Por qué tratar a uno y abandonar al otro desde el momento en que ambos sufren por su escasa estatura en una sociedad en la que se da más valor a los individuos altos? En el plano ético, desde el punto de vista del transhumanismo, la diferencia no tiene razón de ser, pues solo cabe tener en cuenta las vivencias dolorosas de los individuos»

Según Ferry no estamos lejos de poder implantar genes que permitan que el hijo de los dos padres bajitos pueda superar la barrera que representa su herencia genética:

«Sería bastante difícil oponerse a ello por una razón muy sencilla y es que no existen en realidad motivos razonables para hacerlo» 

https://su.org/

Este movimiento cuenta con su propia universidad en Silicon Valley, financiada fundamentalmente por Google, la Universidad de la Singularidad, y está mereciendo una atención creciente por parte del gobierno norteamericano y, últimamente, de la Unión Europea.

https://www.itas.kit.edu/downloads/etag_coua09a.pdf

La UE publicó en 2009 un informe denominado Human Enhacement que asumía la inevitabilidad del transhumanismo y proponía «no prohibirlo sino empezar a pensar en los límites, reflexionar en las condiciones de la regulación que debería imponerse en el ámbito internacional».

Menciona Ferry un best-seller francés, «La muerte de la muerte» al parecer muy bien documentado y, a pesar de título, equilibrado en sus conclusiones, escrito por un médico, el Dr Alexandre. El envejecimiento y la inmortalidad serían objetivos del transhumanismo.

http://www.crionica.org/wp-content/uploads/2017/01/FirstpressreleaseILCS2017final.pdf

En España recientemente los medios se hacían eco de la celebración de una Cumbre Internacional de Longevidad y Criopreservación, organizada por la Universidad de la Singularidad, que ha contado con la participación de científicos de todo el mundo que nos presentan una visión sorprendentemente optimista de la posibilidad de acabar con la muerte». 

Al margen de estos aspectos más sensacionalistas, Luc Ferry analiza de manera profunda las críticas que el transhumanismo ha recibido por parte de diversos pensadores que denomina «bioconservadores» como Fukuyama, Habermas o Sandel (los dos últimos afinan más que el sobrevalorado Fukuyama) adoptando él mismo una posición abierta a la innovación pero con limitaciones regulatorias prudenciales:

«El transhumanismo se divide en dos grandes campos: los que simplemente quieren mejorar la especie humana sin renunciar por ello a su humanidad, limitándose a reforzarla, y los que abogan, como Ray Kurzweil, rector de la Universidad de la Singularidad, por la tecnofabricación de una posthumanidad para la creación de una nueva especie, hibridada en su caso con máquinas dotadas de capacidades físicas y de una inteligencia artificial infinitamente superiores a las nuestras»

El primer caso, al que se adhiere Ferry, sería una continuación del humanismo ilustrado que aboga por una perfectibilidad infinita del ser humano; el segundo, «una ruptura con el humanismo en todas sus formas» inspirado por lo que denomina «una fantasía de omnipotencia, a un tiempo ultraliberal y tecnófila, según la cual todo lo que es científicamente posible debe convertirse en realidad».

La posición «abierta con reservas» de Ferry ante el transhumanismo también se opondría a aquellos que desean prohibir cualquier avance perfectivo en nombre de una supuesta «naturaleza humana sagrada» y el potencial peligro de la «pesadilla eugenésica». No se trataría de prohibir sino de regular los límites:

«La palabra clave es «regulación». Tendremos que esforzarnos, como hacemos con la ecología, la economía o las finanzas, por regular, por fijar unos límites, que deberán ser, en la medida de lo posible, inteligentes y ajustados, y evitar la lógica insostenible del todo o nada»

Luc Ferry sin embargo advierte que «regular» será más difícil que en cualquier otro ámbito, debido a tres características de las nuevas tecnologías «que les permiten sustraerse muy fácilmente a los procesos democráticos ordinarios»:

(1) se desarrollan a una velocidad desenfrenada

(2) son muy difíciles de comprender

(3) tiene gigantescos intereses económicos detrás

En efecto, no se trata ya de la industria farmacéutica o tecnológica, con la que ya teníamos bastante, sino que también se introducen otros gigantes económicos como los denominados GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) junto con Microsoft o Twitter.

La uberización del mundo 

Hay dos aspectos del análisis de Ferry especialmente interesantes. El primero son las bases epistemológicas o filosóficas en las que se sustenta este salto cualitativo del proceso medicalizador y, por tanto, de la innovación biomédica que nos viene. El segundo, su relación con la uberización de la economía. Veamos para acabar este post el segundo (al primero le dedicaremos otra entrada).

Luc Ferry defiende los vínculos profundos de la revolución transhumanista con la, para él, mal llamada «economía colaborativa»:

(1)  Una y otra serían imposibles sin un fondo de infraestructura tecnológica común en muchos aspectos (big data, inteligencia artificial, internet de las cosas, impresoras 3D, robótica, etc)

(2) En ambos casos se trata de ampliar los campos de la libertad humana que anteriormente pertenecían al orden de la fatalidad o la superestructura socio-económica:

«Del lado del transhumanismo, se trata de pasar del azar a la elección, de la lotería genética que no podemos controlar a una manipulación/perfeccionamiento libremente aceptado y activamente buscado. Lo mismo ocurre, en cierto sentido, con la economía de las redes entre particulares, una nueva situación que cada vez da más prioridad, al menos si nos colocamos del lado de los usuarios, al acceso o al uso que libera, en lugar de la propiedad que somete..; (permite) liberarse de las alienaciones y obligaciones .. que imponen arbitrariamente la economía, la sociedad y la política organizadas de manera tradicional»

El mensaje es revolucionario: la innovación biomédica y digital se retroalimentan en la búsqueda de la «emancipación humana definitiva», aquella que presuntamente nos liberará de los determinantes genéticos y socio/económicos. Ferry le da, por tanto, a todo el movimiento un sentido democratizador e imparable:

«En realidad el transhumanismo y la economía colaborativa se limitan a continuar un proceso inherente a la esencia misma del humanismo democrático. En ambos casos, se trata de luchar contra las figuras tradicionales de la alienación, las de la lotería natural de la evolución, por una parte; y por otra, contra los intermediarios que se oponen a las relaciones directas entre particulares… es vano querer detenerlo todo.. sería combatir la lógica democrática»

Pero, reconociendo su carácter democratizador, Ferry no ignora los peligros; por ejemplo, advierte ante algunas interpretaciones -que califica de ingenuas o ideologizadas, como las de Jeremy Rifkin- que anuncian el fin del capitalismo. Según Rifkin, la infraestructura de la web está haciendo nacer una organización social y política completamente nueva, ni estatal ni (exclusivamente) mercantil (los comunes), en la que la gente se agrupa en redes donde el ánimo de lucro será cada vez más marginal ya que los intercambios de servicios e información serán casi gratuitos.

Para Ferry, al contrario, el proceso de la economía colaborativa implica una «formidable desregulación y mercantilización de bienes privados». La gente al vender su coche (blabla car), su casa (airbnb) o su habitación (badi), no solo está introduciendo la lógica mercantil en esferas anteriormente consideradas privadas sino que «regala» sus datos personales a Google, Twitter o Facebook.

Como dijo Tim Cook:

«Si no pagas nada es que eres el producto»

Es el llamado «capitalismo de dos caras»:

  • la del consumidor, que parece que accede a servicios (casi)gratuitos;
  • la de las empresas que recopilan los datos y los venden a otras empresas que desarrollan productos cada vez más personalizados que se convertirán en nuevos e irresistibles mercancías de consumo y/o control

Escribe Luc Ferry:

«Las plataformas de la economía mercantil del compartir llevan el low cost a un nuevo nivel. La lógica de Ryanair o Lidl: reducir el trabajo de la empresa y aumentar la acción de los particulares: el cliente pasa él mismo los productos por la caja, sustituyendo a la cajera, llena el depósito de gasolina, sustituyendo al dependiente; selecciona el mismo un asiento en el avión, sustituyendo al touroperador. Lo digital lleva esta lógica al límite: los particulares crean servicios (para Airbnb o BlaBlaCar), contenidos (para YouTube o Facebook), productos (para las aplicaciones de Apple) que después una plataforma monetizará»

Pero mientras las grandes plataformas de comunicación venden a precios astronómicos nuestros datos, esta nueva economía colaborativa instaura la cultura del low cost también para las prestaciones sociales:

«Los particulares se remuneran a si mismos, así que no están sometidos a cargas sociales. Las plataformas digitales hacen realidad el sueño de muchas empresas: simplificar radicalmente y reducir las cargas sociales.. Rentabilidad del capital, creación de nuevos mercados, externalización hacia los particulares, simplificación radical y supresión de las cargas sociales»

En vez del optimismo de Rifkin (en relación con la economía colaborativa y su capacidad para enterrar al capitalismo) o la del rector de la Universidad de la Singularidad, Ray Kurzweil (con el transhumanismo y la posibilidad de crear una nueva especie), Ferry aboga por ser realistas y considerar ambas revoluciones imparables pero ambivalentes: por una parte, una vuelta de tuerca del capitalismo y el ultraliberalismo; por otra, la evolución lógica del ideal humanista ilustrado y la democracia.

Es decir, una tragedia.

Una tragedia que se agranda porque Ferry reconoce la incapacidad de las actuales instancias políticas para imponer la necesaria regulación que debe limitar los obvios efectos indeseables de ambos procesos. Y este es el problema: la impotencia de lo público (vaciamiento democrático lo denomina) en un mundo en el que el conocimiento es cada vez más complejo y el mercado ha pasado a ser global, mientras que las políticas siguen siendo estatales y locales. 

La innovación detrás de la biomedicalización, el transhumanismo o la economía colaborativa está fuera de control, fuera de la historia:  

«Para los grandes representantes de la Ilustración, la finalidad del progreso de las ciencias y la economía era ante todo liberar a la humanidad de las cadenas del oscurantismo medieval, pero también de la tiranía que ejerce sobre nosotros la naturaleza brutal. .. el dominio científico del mundo no era un fin en sí, sino un medio para una libertad y una felicidad democratizadas, es decir, accesibles a todos»

En la actualidad, con el mercado global y la «competencia universal», la historia ha cambiado radicalmente de sentido:

«En lugar de inspirarse en ideales trascendentes, el progreso se reduce al mero resultado mecánico de la libre competencia.. la historia es empujada por causas eficientes, la necesidad de sobrevivir, la obligación absoluta de innovar o morir. Ya no estamos en un registro de causas finales sino de las causas eficientes»

Es decir, la innovación, se ha convertido en un proceso automático e incontrolable:

«va más allá, no solo de las voluntades individuales conscientes, sino también de los estados nación»

La uberización de la medicina

Tanto la transhumanización como la economía colaborativa son dos revoluciones que llevan la autonomía individual -a través de procesos de personalización de la medicina o los servicios- a sus límites. La confrontación entre libertad individual y justicia será cada vez más inevitable. En medicina, estos dos procesos ya están teniendo consecuencias:

  • Desaparición de la historia clínica (del clinical data al data businness): los sistemas electrónicos de registro de datos clínicos y apoyo a las decisiones pasan a ser sistemas de recolección de parámetros biológicos, sociales y de comportamiento, sumamente rentables en el mercado del big data. La historia clínica electrónica se convierte en una gigantesca app o red social 

    https://www.forbes.com/sites/johngoodman/2015/07/24/what-does-uber-medicine-look-like/#1e9dea1c79a9

  • Desaparición de la clínica: Ya hay empresas que ofrecen servicios médicos a través de apps. Lo que se transmite a través de las nuevas tecnologías es que el diagnóstico y el tratamiento son cada vez más el resultado de algoritmos matemáticos capaces de cruzar los datos de millones de personas con nuestros propios hábitos, nuestra dotación genética y los últimos protocolos de las cada vez mejor pagadas sociedades científicas 
  • Desaparición de la atención primaria: Si el acto clínico parece cada vez más redundante y los sistemas de salud son cada vez más meros proveedores de tecnología, la atención primaria empieza a ser vista como una medicina del pasado y, por tanto, a extinguir   
  • Desaparición de los sistemas públicos de salud: la individualización de las terapias y la medicina personalizada y perfectiva, a precios desorbitantes, sencillamente hacen inviable la existencia de sistemas públicos con objetivos orientados a la salud poblacional. 

Acierta Ferry al demandar reflexión política y social ante los retos inconmensurables que suponen la revolución transhumanista y la uberización de la medicina. En próximas entradas veremos las críticas de pensadores como Habermas o Sandel. También las bases epistémicas del proceso.