La atención primaria tiene un radical discurso político en sus fundamentos.

La atención primaria implica un compromiso epistémico y práctico a favor de la equidad social y la emancipación de las personas.

La enseñanza que ignora dichos fundamentos hace también política aunque, a diferencia de quienes defienden su indivisibilidad, oculta sus objetivos, es decir, manipula y es indigna de llamarse «universitaria». 

La escandalosa exclusión del conocimiento relacionado con la medicina de familia en las universidades españolas es una negación con connotaciones políticas y económicas tan burdas que el certero análisis que inspira esta publicación y que «solo» dice que el «emperador está desnudo», debería avergonzar a quienes han/hemos callado durante décadas.

La cantera «farmacrítica» de la Universidad de Albacete no para de producir brillantes pensadores. Reproducimos, por su interés y para mejorar su difusión, un texto excepcional de una estudiante de medicina de 6º curso, Maribel Valiente González, publicado en la también excepcional revista -hay que destacar que de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria quien recientemente anunció que su próximo congreso nacional estaría libre de humos industriales- Actualización en Medicina de Familia (AMF).

La independencia profesional y de pensamiento es la mejor apuesta de futuro posible por parte de instituciones científicas, académicas y profesionales. El movimiento estudiantil agrupado alrededor de Farmacriticxs, muy presente en las últimas Jornadas de NoGracias y que forma parte permanente de su Junta Directiva, es un brillante ejemplo. Ahora -esperemos que se consolide- también la apuesta de la SEMFYC por la independencia en su próximo congreso nacional puede significar un salto cualitativo en el desolador panorama que muestran las sociedades científicas en España.

 

AMF ha sido desde su mismo nacimiento un extraordinario portavoz de este enfoque. Publicar un texto tan comprometido como este, firmado por una estudiante, habla de su talante abierto y respetuoso con las ideas y nada con los curriculums.

Mil gracias por el texto Maribel: inspirador, comprometido y lúcido. 

Gracias, otra vez, a AMF y, ahora también, a su organización matriz, SEMFYC, que sigue dando pasos lentos pero seguros en pos de la independencia profesional y científica.

En tiempos en los que la democracia está viviendo momentos de acoso por parte de ideologías autoritarias y fuerzas económicas hegemónicas, quizá el profesionalismo puede reverdecer y constituirse en lo que nunca debería haber dejado de ser, un referente moral, intelectual crítico y democrático.  

La universidad es la institución encargada de formar a las nuevas generaciones de profesionales del sistema sanitario; un intento serio de reforma del mismo debe necesariamente incluirla en su estrategia. Con la actual emergencia de nuevas organizaciones en defensa de la Atención Primaria (AP), resulta más importante que nunca definir las líneas de acción dentro de la institución y ser conscientes de la situación que esta atraviesa.

La crisis institucional de la universidad tiene su origen en la pérdida progresiva de autonomía debido a la dependencia financiera del Estado. En los últimos 80 años, este proceso se ha acelerado: primero durante la dictadura, posteriormente con las políticas neoliberales de introducción del sector privado. La máxima expresión de este proceso fue el denominado Plan Bolonia, empleado por los Estados para introducir cambios al amparo del proceso reformista: subida de tasas, reestructuración de los planes de estudio y métodos pedagógicos adaptados a las demandas del mercado de trabajo(1).

El paso de licenciatura a grado traduce estos cambios en un modelo pedagógico que satura el tiempo con horas de asistencia obligatoria, exámenes periódicos y trabajos en grupo. Genera un estudiantado infantilizado y competitivo con unos contenidos dirigidos a través de apuntes y presentaciones PowerPoint que limitan toda formación autogestionada y crítica. Suprime los créditos de libre configuración que estimulaban el estudio de otras disciplinas y la participación en actividades extracurriculares como complemento al discurso científico-técnico del ámbito médico. Contribuye a la disolución de un movimiento estudiantil cada vez más fragmentado, con menos tiempo y energía para establecer vínculos al margen de la guía docente.

Si queremos proyectar acercamientos entre la AP y la universidad, conviene analizar y entender cuál es el origen de la distancia cognitiva, emocional, política y social de la que partimos. Lejanas quedan ciertas facultades, y no solo las de medicina.

Lejana la capacidad de dotar de significado ciertos significantes vacíos

Si definimos «sociedad» como la inmersa en el sistema capitalista, heteropatriarcal y racista que nos rodea, entonces la universidad es uno de los ámbitos en los que este despliega sus efectos; es reflejo del mismo y maquinaria que lo perpetúa. El rol de las facultades de medicina es generar profesionales sanitarios para este sistema. Sumado a la acción estructural de la universidad neoliberal, en las facultades de medicina opera otro factor que asegura unas condiciones de partida óptimas: la nota de acceso. Esto nos asegura dos perfiles principales de estudiantes: los de clase media-alta que han tenido los recursos para sacar esa nota (colegio privado, academia particular, condiciones de posibilidad para estudio exclusivo) y aquellos con menos recursos que han dedicado un esfuerzo ingente para acceder a la carrera (elevada importancia al estudio, presión económica por segundas matrículas y pago del piso/residencia, voluntad de subir en el ascensor social). Luego está la minoría de grises entre ambos extremos que estudia lo necesario para sacar la carrera, pero quiere formarse en otros ámbitos.

El resultado general: un alumnado formado casi exclusivamente en el hospital con sus ideales de tecnificación e innovación; a través de contenidos de corte biologicista impartidos por especialistas; en un ambiente competitivo que promueve la búsqueda de prestigio socioeconómico; en ausencia de asignaturas humanistas que permitan reflexionar sobre lo público-privado y la ética dentro de la profesión, y con aspiraciones de trabajar en la privada. La AP no parece un destino deseable en estas circunstancias: plazas del MIR que no necesitan una nota elevada, centros de salud con la alta tecnología del fonendo y la palabra, menores salarios, precariedad laboral, escaso reconocimiento social, etc.

Ahora bien, si entendemos «sociedad» como aquella que vive las consecuencias de este sistema, la universidad está —lógicamente— alejada de ella: de la denuncia ante la privatización del sistema sanitario y el Real Decreto 16/2012, la formación independiente de la industria farmacéutica o la AP como modo de garantizar la equidad, solidaridad y justicia en el sistema sanitario.

Lejano el análisis político y la estrategia consecuente

Es necesario ponernos de acuerdo sobre qué entendemos por AP cuando hablamos de introducirla en la universidad. El discurso predominante por parte de sociedades científicas, profesorado universitario y algunos movimientos estudiantiles emplea como argumento principal los innumerables estudios que demuestran la importancia de la AP en el sistema sanitario, las habilidades formativas que transmite o su valor por la necesidad de eficiencia y resolutividad ante la crisis económica(2).

https://www.bmj.com/content/334/7607/1301

Este discurso técnico es necesario, pero no suficiente. Ya reclamaba Iona Heath(3) la necesaria complementariedad entre la técnica y la política; la ausencia de esta última tiene consecuencias desastrosas: clases sobre AP como garante de la equidad que omiten el contexto actual de desigualdad, privatización y pérdida de universalidad; lecciones sobre atención a la mujer en ausencia completa de perspectiva feminista o particularidades de atención al inmigrante que no mencionan el racismo o los centros de internamiento de extranjeros (CIE).

En un análisis político, vemos que la instauración del Plan Bolonia y el debilitamiento de la AP son procesos que van de la mano: la pérdida de prioridad de las políticas sociales y la mercantilización de la universidad/sistema sanitario; la precariedad en las condiciones de estudio/trabajo; la saturación de horas lectivas/carga asistencial en el centro de salud y urgencias. Ante este contexto, generar vínculos colectivos se convierte en desafío y resistencia.

Debemos superar el corporativismo de «cuantos más estudiantes elijan AP, mejor» por «cuanta más conciencia de la AP que queremos entre en la universidad, mejor». Ambos discursos no son excluyentes, pero el segundo añade la perspectiva política al discurso técnico y extiende la estrategia a estudiantes que no trabajarán en AP. En el escenario actual, la formación de nuevas promociones que entren a la residencia con una conciencia clara de las líneas a seguir (comunitaria, feminista, antirracista, polí- tica, crítica con la industria farmacéutica) es clave.

Los intereses políticos y financieros que han impedido la defensa de la AP por parte de sociedades científicas, colegios profesionales y sindicatos son los mismos que operan dentro de la universidad. No podemos trabajar únicamente en la institución por las limitaciones estructurales que presenta: dificultad para conseguir un profesorado que cumpla con los criterios de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) y tenga el doctorado (fomento de las cátedras de Medicina Familiar, mayoritariamente patrocinadas por la industria farmacéutica (4)), investigación dirigida por la publicación en revistas de impacto y no por las necesidades sociales (Primary Health Care del Journal Citation Report, propiedad de Thomson Reuters y ejemplo de capitalismo cognitivo), etc. No por ello hay que dejar de trabajar esta vía, pero tampoco hay que pensar que es suficiente y necesaria para conseguir una AP camino de ser.

http://amf-semfyc.com/web/downloader_articuloPDF.php?idart=2126&id=01_Octubre_2017.pdf

Lejanas las nuevas formas organizativas y los movimientos sociales

En un reciente editorial(5) se reclamaba la necesidad de acercarse a las generaciones más jóvenes. Si la AP es política, sus movimientos se han preocupado poco por estar presentes en el ámbito universitario. Y tiene cierto sentido que así sea: primero enfrentamos el urgente desmantelamiento de la AP y cuando tengamos las condiciones materiales vamos a otros espacios.

Mi propuesta es complementar la inmediatez de los recortes con una mirada a largo plazo. Comenzar a trabajar desde abajo para reflexionar sobre la AP que queremos entre aquellas que pronto formarán parte del sistema sanitario, desarrollando este trabajo en la frontera: introducir los efectos posibles desde dentro de la universidad y establecer vínculos con estudiantes desde fuera. Además, la AP es el centro de anudamiento de muchos ejes: violencia de género, exclusión sanitaria, desahucios, acoso laboral, farmaindustria, etc. Conectar la reivindicación de una AP fuerte con la universidad y los movimientos sociales resulta fundamental para aunar fuerzas, generar redes, aprender de aquellas que están a pie de calle y evitar encerrarse dentro de la propia reivindicación de la AP como fin en sí misma.

Las condiciones estructurales son difíciles, estamos en un momento de construir y mantener resistencias primarias. Pero existen ciertas ventajas: la universidad aglutina a mucha gente que luego se dispersa por el sistema sanitario; la formación en este espacio asegura cierta continuidad durante el futuro ejercicio profesional. Además, existen movimientos de estudiantes (IFMSAa , CEEMb , delegaciones) y profesionales dispuestos a trabajar. Si cada persona que leyera este editorial se organizara con otras y acudiera a una facultad de medicina, estaríamos un paso más cerca de lograrlo. 

Maribel Valiente González