Luis I. Prádanos, profesor de la Universidad de Miami, autor del libro «Postgrowth Imaginaries: New Ecologies and Counterhegemonic Culture in Post-2008 Spain»de múltiples artículos sobre economía postcrecimiento, estudios culturales y teoría crítica, publica, junto con Jesús Pagán -miembro del Consejo Asesor de NoGracias, tecnólogo y actual Director de I+D de Foodtopia- “Foodtopía: un proyecto de transición ecosocial mediante una cultura culinaria contrahegemónica” en el número 23 de la revista «La Nueva Literatura Hispánica» titulado «Cultura gastronómica: representaciones identitarias en España» y editado por el Profesor Jorge González del Pozo de la Universidad de Michigan-Dearborn.

Resumen:

El sistema agroindustrial global supone un suicidio colectivo debido a su impacto nefasto en la salud humana, la sociedad y los ecosistemas. Desafortunadamente, muy pocas manifestaciones culturales centradas en lo gastronómico hacen referencia a la relación intrínseca entre la cultura alimentaria hegemónica y el insostenible régimen económico-energético dominante. El proyecto Foodtopía es una excepción que está transformando la cultura alimentaria de algunos barrios de Murcia al tiempo que muestra el camino hacia una cultura contrahegemónica socialmente deseable, económicamente viable y ambientalmente regenerativa. El presente ensayo explora la filosofía y la práctica de Foodtopía y argumenta que la transformación, democratización y politización de la cultura gastronómica es un paso necesario para una transición ecosocial urgente en el actual contexto de colapso ecológico, crisis energética y creciente desigualdad social.

Introducción           

La importancia cultural de la gastronomía es incuestionable y su relevancia se hace aún más visible en épocas de marcada crisis ecosocial. La crítica cultural ha enfatizado la relación entre el boom mediático de una cultura gastronómica hedonista, competitiva e ignorante de su impacto socioecológico y el auge de la hegemonía neoliberal (Labrador Méndez, García). Por su parte, el Slow Food Movement insiste en que el sistema agroindustrial global supone un suicidio colectivo debido a su impacto nefasto en la salud humana, la sociedad y los ecosistemas. Desafortunadamente, la mayoría de las representaciones culturales gastronómicas ibéricas tienden a ignorar y no problematizar las consecuencias destructivas de la agroindustria (Marí). Muy pocas manifestaciones culturales centradas en lo gastronómico hacen referencia a la relación intrínseca entre la cultura alimentaria hegemónica y el insostenible régimen económico-energético dominante. El proyecto Foodtopía es una excepción que está transformando la cultura alimentaria de algunos barrios de Murcia al tiempo que muestra el camino hacia una cultura culinaria contrahegemónica socialmente deseable, económicamente viable y ambientalmente regenerativa. El presente ensayo explora la filosofía y la práctica de Foodtopía y argumenta que la transformación, democratización y politización de la cultura gastronómica es un paso necesario para una transición ecosocial urgente en el actual contexto de colapso ecológico, crisis energética y creciente desigualdad social.

Gastronomía, energía y estudios culturales

En su ensayo, “Abre la boca y cierra los ojos: Food, Environmental Awareness, and Contemporary Spanish Cinema” ,Jorge Marí nota cómo la creciente conciencia crítica que se ha desarrollado en los últimos años sobre la agricultura y ganadería industriales (el inmenso coste humano y medioambiental de la industrialización del sistema alimentario) no se refleja en el cine gastronómico español, a pesar de que este último también ha experimentado cierto auge durante esos mismos años. Según Marí, la mayoría de películas recientes centradas en lo gastronómico no parecen albergar conciencia ni preocupación socioecológica; por el contrario, en su gran mayoría vienen a perpetuar toda una serie de actitudes y de prejuicios que denotan ignorancia e indiferencia hacia el altísimo coste social y ambiental del proceso agroindustrial. La mayoría de estas películas construyen la comida desde perspectivas fundamentalmente hedonistas, esteticistas, de estatus social y cultural, como reclamo turístico o comercial y, por supuesto, desde un punto de vista exclusivamente antropocéntrico.

En este sentido, el estilo y la retórica de estas películas están estrechamente relacionados con los discursos sobre la Marca España y la propaganda turística neoliberal. Marí también subraya que la ignorancia e indiferencia hacia las dimensiones ambientales y éticas de la comida no son exclusivas de las películas, sino que son compartidas también por la propia crítica cultural. Así, a pesar del auge que en los últimos años está teniendo la gastronomía como campo dentro de los estudios culturales españoles, la conciencia o sensibilidad ambiental de este tipo de contribuciones es, como mucho, marginal (La información incluida en este párrafo proviene de una comunicación personal con Jorge Marí. Un análisis más detallado aparecerá en su ensayo “Abre la boca y cierra los ojos.)

https://brill.com/view/journals/pgdt/17/1-2/article-p173_173.xml

Esta generalizada falta de sensibilidad ecosocial por parte de la crítica cultural gastronómica contrasta con la emergencia global de movimientos por la justicia y soberanía alimentaria que se oponen a las poderosas y destructivas corporaciones agroindustriales y extractivas. Estos movimientos promueven prácticas contrahegemónicas y decoloniales y abogan por la producción y distribución de alimentos de una manera culturalmente apropiada, socialmente justa y ecológicamente regenerativa (Figueroa-Helland, Thomas y Pérez Aguilera). Para estos movimientos la cultura culinaria está intrínsecamente relacionada con la sostenibilidad ecosocial, la cohesión comunitaria y la autonomía política. Los estudios culturales gastronómicos españoles sofisticarían significativamente su perspectiva crítica si prestasen atención a dichos movimientos, adoptasen una sensibilidad ecocrítica y dejasen de desconectar el mundo culinario de su contexto ecológico. Una crítica cultural gastronómica políticamente sofisticada que no perpetúe los discursos neoliberales imperantes exploraría las múltiples conexiones entre la cultura culinaria hegemónica, el paradigma económico dominante y el colapso ecosocial en curso. Sin duda, una crítica cultural informada por los estudios críticos sobre energía, las humanidades ambientales y los movimientos sociales por la soberanía alimentaria estaría mejor capacitada para cuestionar la hegemonía cultural y estudiar la cultura gastronómica de manera integral.

Con el fin de conectar la cultura gastronómica con su inextricable interdependencia energética y ecológica, el presente ensayo moviliza algunos conceptos procedentes de las llamadas “energy humanities,” un campo interdisciplinar que está ganando tracción en los últimos años (Boyer and Szeman 40). Esta perspectiva ilumina la inseparable co-evolución entre la modernidad patriarcal capitalista y el uso masivo de la energía fósil. Para ello, “energy humanities” explora las relaciones entre imaginarios culturales, poder político e intensidad energética desde una óptica humanística (ver Szeman and Boyer 1-13).

Todo el sistema urbano-agro-industrial actual—así como sus nefastas consecuencias socioecológicas—sería impensable sin la disponibilidad masiva de la energía fósil durante los últimos 150 años (Fernández-Durán y González Reyes; Riba Romeva; Sempere). Por ello resulta tan increíble su invisibilidad en los discursos y narrativas culturales dominantes. La historia de la modernidad capitalista es la historia de un metabolismo expansivo y patológico que crece destruyendo las bases materiales y energéticas de las que depende. Desde esta perspectiva es obvio que los imaginarios culturales dominantes son ilusorios y delirantes, ya que solo pueden perpetuarse ignorando activamente la destructiva espiral de energía no renovable que ha hecho históricamente posible la existencia del petrocapitalismo hasta hoy pero que, al agotar rápidamente los recursos de los que depende, hace que sea imposible su continuidad futura debido a las restricciones energéticas y ecológicas (pico del petróleo convencional, cambio climático, agotamiento del suelo, disrupción del ciclo de nutrientes, extinción masiva de especies, etc).

Visibilizar el rol de la energía en todos los aspectos de la vida cotidiana urbanizada revela la imposibilidad biofísica y la disfuncionalidad social de continuar con el paradigma dominante basado en la adicción al crecimiento económico contante en el marco de una biosfera finita (ver Prádanos “Energy Humanities”). La agricultura industrial que se globaliza con la llamada “revolución verde” es la aplicación de la lógica patológica del mercado global y del crecimiento económico constante al sistema alimentario al hacerlo dependiente de la energía fósil.

Algo obviamente insostenible y contraproducente debido a que la disponibilidad de tierra cultivable, agua fresca, nutrientes y petróleo no es ilimitada. Las consecuencias son catastróficas: la agroindustria reduce masivamente la biodiversidad y la diversidad cultural al tiempo que degrada el suelo, malgasta y envenena el agua, introduce polución genética y química, llena los océanos de plástico, depende de enormes cantidades de energía y de un transporte excesivo, provoca volatilidad en los precios de los alimentos e inseguridad alimentaria, arruina a comunidades rurales locales causando migraciones masivas a las ciudades, aumenta la desigualdad, desaprovecha más de un tercio de la comida que produce y, paradójicamente, no genera los nutrientes esenciales para alimentar a la población humana (no solo no acaba con el hambre sino que generaliza una nueva forma de malnutrición, la obesidad). De hecho, mientras que la agroindustria devasta el planeta para acumular capital en unas pocas macro-corporaciones, es la agricultura tradicional a pequeña escala operada mayoritariamente por mujeres la que produce el 70% de la comida que nutre a gran parte de las comunidades humanas usando una fracción de suelo, energía y agua.

Energía, cultura y sistema agroindustrial 

La dramática expansión planetaria e insostenible del metabolismo económico capitalista—con la globalización de la cultura consumista, la urbanización del capital y la agroindustria—sería impensable sin el uso masivo de energía fósil durante las últimas décadas (Fernández-Durán y González Reyes; Riba Romeva; Sempere). De hecho, el drástico crecimiento poblacional en los últimos 200 años—en los que se pasa de una población de 1000 millones en 1800 a una de 7300 millones en 2016—hubiese sido inviable sin la simultánea disponibilidad de energía fósil abundante y barata. Una energía cuyo flujo global cada vez acarrea mayores costes sociales, económicos y ecológicos debidos al pico del petróleo, al extractivismo extremo y al cambio climático. Antonio Turiel lleva años analizando los estudios sobre energía global y advirtiendo sobre el inminente declive energético. El principal problema es que se ha globalizado un modelo urbano-agro-industrial diseñado para devorar crecientes cantidades de energía y que no puede funcionar sin constantes inyecciones masivas de energía fósil que sabemos no van a estar disponibles en un futuro no muy lejano y cuyo uso ya está transgrediendo los límites planetarios de los que depende la supervivencia humana (Rockström, Johan et al.) y generando desplazamientos masivos y situaciones geopolíticas cada vez más virulentas.

https://report.ipcc.ch/sr15/pdf/sr15_spm_final.pdf

Según el último informe del IPCC publicado en octubre del 2018, lo que hagamos en la próxima década será decisivo para evitar los peores efectos del caos climático. La agroindustria es una de las mayores consumidoras de energía a escala global (un tercio del total aproximadamente) y es la principal responsable de la aniquilación biológica en curso (Ceballos, Ehrlich, and Dirzo) y la deforestación, la emisión de gases de efecto invernadero (más del 30% del total), la polución del agua (usa un 70% del agua dulce), la disrupción del ciclo de nutrientes (especialmente nitrógeno y fósforo) y la generación de residuos plásticos masivos.

Por todo ello, cambiar el modelo alimentario y pasar del paradigma agroindustrial al agroecológico (agroecología, permacultura, agricultura regenerativa) sería el paso más importante para evitar un colapso civilizatorio inminente e impulsar una transición ecosocial viable ante la peligrosa convergencia del caos climático, la creciente desigualdad social, la extinción masiva de especies, la sobrepoblación humana y el pico de la energía fósil. Este cambio debería venir acompañado de una reducción en la dieta cárnica en las regiones que más carne per cápita consumen, debido al enorme impacto ecológico de su producción agroindustrial (Goodland and Anhang).

Todo esto es técnicamente factible (ver, por ejemplo, los ensayos incluidos en el volumen colectivo Innovations that Nourish the Planet), pero políticamente improbable en el contexto de un imaginario cultural consumista y un sistema económico adicto al crecimiento que tiende a acumular capital, aumentar desigualdad y manufacturar pobreza. La acumulación de riqueza en pocas manos se traduce en acumulación de poder político ya que cuanta más desigualdad hay, más capacidad tienen las personas ricas para diseñar el sistema económico, legal y financiero—también mediático y cultural—a su favor y adquirir así más riqueza y más influencia política en un bucle de retroalimentación (The Economist).

El sistema de producción agroindustrial es energéticamente inasumible y genera una espiral de problemas socioecológicos devastadores. Los seres humanos necesitan aproximadamente la energía diaria de 100 vatios (100 W) para mantener sus funciones vitales y actividades básicas. Sin embargo los mal llamados países desarrollados utilizan 10 veces esa energía solamente para producir sus alimentos (1000 W). Es decir, que para proporcionarnos una caloría de energía alimentaria agroindustrial usamos 10 calorías de energía fósil. En términos de petróleo equivalente, cada día necesitamos 2,8 kilogramos de petróleo per capita, con lo cual el petróleo es el principal ingrediente de nuestra dieta. Además, dicha dieta energéticamente despilfarradora no es saludable y es directa o indirectamente responsable del 60% de las patologías sanitarias, lo cual produce un enorme gasto indirecto en salud pública.

Este paradigma agroindustrial insostenible a todos los niveles (cuyos protagonistas son oligopolios energéticos, agro-tecnológicos y de distribución), está impregnando todas las culturas gastronómicas del mundo. De esta manera, se convierte en la norma global un sistema de producción alimentaria que consume 10 veces la energía que acaba poniendo en los platos. Este ratio es el principal motor de la crisis ecosocial al acelerar simultáneamente la crisis climática, la deforestación y el cambio en los usos del suelo, la privatización y cercamiento de tierras comunales, los desplazamientos masivos, la exclusión social y el declive energético. Una civilización que en el contexto de una biosfera finita consume 10 veces lo que se necesita, tarde o temprano colapsa.

Foodtopía critica que en España por cada 1000 euros que se gastan en alimentos, 500 euros son basura, 280 euros equivalen al gasto sanitario inducido, y solo 220 se traducen en el alimento. Esa compra ha consumido alrededor de 340 kilogramos de petróleo equivalente, unos 360 m3 de agua, ha emitido a la atmosfera cerca de 1000 m3 de CO2 equivalente y ha generado una enorme cantidad de basura. Si ponemos estas cifras a nivel municipal y tomamos por caso el Ayuntamiento de Barcelona comprobaremos que su presupuesto municipal es de 2000 millones de euros, pero el costo alimentario de los barceloneses sería de 5256 millones de euros (2,7 veces el presupuesto municipal), de los cuales más de 2658 millones son basura (basura que el municipio tiene que pagar por procesar), 1472 millones son gasto sanitario inducido y el resto, 1156 millones, son el alimento en sí. Estos cálculos ponen en evidencia el mito de que el capitalismo es la manera más eficaz de asignar recursos escasos. Como indica Carlo Petrini, “consumerism is an ideology that pillages and wastes resources, but ultimately fails to satisfy needs” (Terra Madre, 43). Por ello es urgente un cambio drástico en la cultura gastronómica que deje de concebir el alimento como un producto industrial de consumo y asuma que “Food…is far more than a simple product to be consumed: it is happiness, identity, culture, pleasure, conviviality, nutrition, local economy, survival” (Slow Food Nation 166). Foodtopía opera poniendo estos principios en práctica en todas las facetas de su funcionamiento con el fin de luchar contra el cambio climático, la exclusión social y las enfermedades derivadas de la comida basura.

Foodtopía 1000 W: del hedonismo triste al decrecimiento feliz 

El vatio es una unidad de energía. Toda nuestra actividad diaria depende de la energía. Durante milenios el ser humano ha vivido principalmente con una energía diaria de 100 W. En la actualidad, gracias a los combustibles fósiles, las personas inmersas en culturas consumistas urbanas consumen en su actividad diaria unos 4000 W (1000 de ellos solo en la producción de su alimentación), es decir, 40 veces más. Foodtopía se propone contribuir a la transición de la sociedad europea desde un consumo actual muy superior a 4000 W de energía per cápita a un consumo de 1000 W (por eso promocionan la idea de una “sociedad Foodtopía 1000 W”). El problema es que el sistema agroindustrial ya consume 1000 W solo en alimentación.

Foodtopía es “un proyecto de economía local resiliente” que pretende aunar producción agrícola, transformación y distribución de alimentos en la geografía de un barrio con el objetivo de reducir considerablemente el precio actual de la alimentación, y sus efectos colaterales directos e indirectos, a través de una drástica reducción del consumo de energía a lo largo de la cadena de producción alimentaria. Foodtopía ofrece un plato equilibrado, rico nutricionalmente y de baja huella ecológica por precios que oscilan entre 1 y 2.5 euros. Lo hace a través de la “eficiencia energética” a lo largo de todo el proceso, desde el campo a la mesa. Mientras que la tasa de retorno energético (TRE) de la agroindustria es de 10 (usa 10 calorías de energía para producir una de comida), Foodtopía ya ha conseguido una TRE de entre 1,5 y 3. Su objetivo es llegar a una TRE de 1 (consumir 100 W para generar 100 W), lo cual liberaría un margen energético de 900 W (en comparación a su equivalente agroindustrial) para usarlo en el resto de actividades sin llegar a superar los 1000 W per capita.

En otras palabras, Foodtopía 1000 W es un proyecto real de trasformación de alimentos que cada día produce en entornos urbanos centenares de menús con alta tasa de retorno energético usando nuevas tecnologías de producción local y conectando todos los eslabones implicados en el sistema alimentario. El resultado es que con una fracción de la energía que usa la agroindustria, Foodtopía ofrece una dieta mucho más equilibrada y sana que además elimina gasto sanitario, relocaliza valor añadido, llena sus calles de color y diversidad, genera cero residuos y cohesiona la comunidad. Foodtopía muestra el camino para pasar de la globalización agroindustrial adicta al petróleo a los barrios hipo-energéticos; del monopolio corporativo al empoderamiento comunitario; del oligopolio a la soberanía alimentaria; del caos climático a la resiliencia local. Foodtopía es un ejemplo de la posibilidad de un decrecimiento energético próspero y feliz basado en el rediseño comunitario del sistema alimentario urbano.

Foodtopía 1000 W propone una sociedad que, a través de la eficiencia energética, produce y procesa comida altamente nutritiva con un consumo energético 4 veces menor en comparación con el actual. Esto implica relocalizar y conectar cooperativamente todos los eslabones de la cadena (evitando los intermediarios corporativos): la agricultura urbana y periurbana (primer sector), la transformación urbana y el procesamiento (segundo sector) y la distribución local (tercer sector). Así, por cada diez euros que una persona gasta en comida de Foodtopía, 9 aproximadamente se quedarían en la economía local. Foodtopía genera una espiral virtuosa que reduce la huella ecológica de los barrios, la exclusión social, el hambre, el gasto sanitario, la pobreza y la fricción social.

La ecología política de Foodtopía 1000 W: repolitizar la gastronomía 

Foodtopía actúa en entornos urbanos de cercanía (barrios) a través de fábricas de producción, transformación y distribución de alimentos procedentes de la agricultura ecológica urbana y periurbana. Foodtopía produce, procesa y distribuye con el fin de re-localizar y dinamizar la economía y aumentar la biodiversidad, incentivar el uso de moneda local, hacer que la dieta sirva de medicina preventiva y, lo más importante, desarrollar la soberanía alimentaria y servir de inspiración para un nuevo paradigma gastronómico, energético y cultural que genere resiliencia local ante los problemas derivados del cambio climático y el pico del petróleo.

Foodtopía ve en la inevitable decadencia en el suministro de los combustibles fósiles una oportunidad para transicionar a una cultura gastronómica socioecológicamente benigna que no genere plástico, tenga bajísimo contenido cárnico y priorice alimentos locales, equilibrados nutricionalmente y des-petrolizados. El suministro de materias primas para las fábricas Foodtopía se basa en las innovadoras técnicas empleadas en Cuba después de la caída de la Unión Soviética, ante la carestía drástica de suministro de hidrocarburos. Desde entonces, la economía cubana ya ha experimentado el declive energético que la economía global sufrirá en un futuro no muy lejano, y ha sido capaz de adaptarse a ello evitando el colapso ecosocial. Cuba tuvo que des-petrolizar forzosamente su sistema alimentario y transformarlo mediante la agroecología urbana, comunitaria y de proximidad. Inicialmente no se lograban altos rendimientos, debido a la falta de insumos y de experiencia agroecológica. Sin embargo, con un fuerte apoyo gubernamental, la agricultura urbana pasó rápidamente de ser una respuesta espontánea a la inseguridad alimentaria a ser una prioridad nacional. Durante este proceso, Cuba ha agregado una palabra nueva—organopónicos—al vocabulario de la agricultura urbana y se ha convertido en pionera en la transición global hacia una agricultura sostenible que produce más y mejor con menos (Cederlöf).

Inspirados por estas innovaciones tecnológicas socioecológicamente regenerativas, Foodtopía construye y diseña fábricas en barrios murcianos de no más de 3000 habitantes usando nuevos diseños de equipos que ahorren energía y se adapten a la producción local urbana. Las innovaciones técnicas de sus fábricas permiten procesar materias primas básicas (cereales, legumbres y grasas vegetales) que combinados proporcionan dietas estructuradas en un 60% de carbohidratos, un 10% de proteína vegetal y el resto grasa de origen vegetal. Las fábricas utilizan envases retornables, y su objetivo es desvincularse totalmente de la energía fósil y no generar ningún residuo en todo el proceso. Ello permite la elaboración de menús asequibles, equilibrados y altamente nutricionales provenientes del recetario tradicional.

Las tiendas Foodtopía que se sitúan dentro de los barrios no solamente suponen espacios de nutrición saludable, inclusiva y medioambientalmente responsable, sino que son además lugares de encuentro para la convivialidad y la educación ambiental comunitaria donde se facilita la cohesión social. En los barrios donde se integra Foodtopía también se usa el espacio y los materiales excedentes para otras funciones y producciones, como fabricar jabón artesanal, fomentar y apoyar las cooperativas de servicios integrales, centralizar el lavado de ropa, tratar los residuos de biomasa a través de gallineros y compost para uso agrícola, incentivar el trueque y la moneda local, captar la energía solar (térmica y fotovoltaica). De esta manera, se fomenta el uso multifuncional y comunitario del espacio y los equipos. Así se facilitan las dinámicas de cooperación social y se reduce la huella ecológica per cápita, ya que muchas viviendas no necesitan disponer de equipos de cocina, lavadoras, secadoras u otros elementos de consumo no optimizado si se operan y poseen de manera individual. Los fundamentos de Foodtopía están en la optimización energética local (a nivel de barrio y de manera cooperativa), la movilidad en bicicleta, la prevención sanitaria (en lugar de la medicalización y la intervención especializada), el acceso nutricional inclusivo y el decrecimiento energético en barrios de basura cero.

Foodtopía pone en entredicho los mitos de la cultura gastronómica dominante al mostrar una cultura culinaria alternativa y no elitista que no solo no genera los múltiples efectos colaterales nefastos de la agroindustria, sino que desencadena una espiral de inercias social y ecológicamente regenerativas. Así, Foodtopía cuestiona la ineficiente y destructiva manera de alimentarnos en una sociedad hiper-energética y muestra una alternativa viable y deseable. Si para mantener la intensidad material y energética de la cultura gastronómica agroindustrial actual España genera una huella ecológica que supera en más de tres veces su biocapacidad, Foodtopía ayuda en cambio a reducir significativamente la huella ecológica de los barrios murcianos al tiempo que mejora la calidad de vida de sus habitantes.

En el contexto presente en el que la inercia urbano-agro-industrial dominante nos lleva a un colapso energético-ecológico-social inminente (ver Turiel; Fernández-Durán y González Reyes; Riba Romeva; Sempere), la respuesta más efectiva sería reducir simultáneamente la desigualdad social y la ineficiencia energética masiva del sistema dominante. El objetivo es iniciar la transición a la sociedad de los 1000 W: la cantidad de energía con la que probablemente sería posible mantener cierta estabilidad biofísica y evitar las peores consecuencias sociales y ecológicas del cambio climático y el declive energético. Foodtopía da pautas prácticas para una des-petrolización socialmente deseable que conllevaría una ecología política de la comida y una cultura gastronómica radicalmente diferentes.

Teniendo en cuenta que todas las personas necesitan alimentarse y que la producción agroindustrial destruye las condiciones materiales y energéticas de las que depende la producción de alimentos, parece increíble que ni la filosofía ni los estudios culturales se hayan tomado realmente en serio las implicaciones éticas, ecológicas y políticas del sistema alimentario. Una ética de la comida indagaría en las siguientes preguntas: ¿cómo deberíamos comer para vivir bien en un planeta finito? ¿Cómo debería ser una praxis alimentaria y una cultura gastronómica que genere resiliencia ante los riesgos climáticos y la reducción de la disponibilidad energética? ¿Cómo sería una ecología política de la comida? ¿Qué papel jugarían las universidades y la crítica cultural gastronómica en el urgente cambio de paradigma alimentario que nuestra situación actual requiere?

Gran parte de la filosofía moderna patriarcal considera la comida como algo no relevante filosóficamente. Ante este despropósito, la filosofía contemporánea y los estudios culturales deberían hacerse eco del ecofeminismo y asumir su responsabilidad social de desarrollar los principios éticos, culturales y políticos para una buena praxis alimentaria. Nuestra supervivencia y buen vivir dependen en gran medida de transicionar hacia una cultura gastronómica justa y sostenible. Un “enfoque filosófico de la comida” debe ir más allá de una comprensión científica de la nutrición, pero superar también una visión cultural reduccionista, elitista y estética, en la medida en que debe tomar en cuenta todos sus diversos aspectos energéticos, laborales, ecológicos, económicos, políticos, bioéticos, sanitarios y estéticos. Es necesario, como demuestra Foodtopía, nutrir una conciencia filosófica alimentaria integral.

Nuestra ingesta diaria está inserta en una red de flujos biofísicos, políticos, tecnológicos, económicos y sociales que hacen que el acto cotidiano de comer no sea un asunto completamente individual, sino una praxis colectiva con impacto global. Foodtopía pretende facilitar que esa práctica diaria se traduzca en una ecología política que sirva de correctivo a la destructiva inercia agroindustrial. La tarea de un estudio filosófico, político y ético del buen alimento radica en la interdisciplinariedad. En cada comida que prepara, Foodtopía se posiciona sobre los asuntos globales intrínsecamente conectados y sus implicaciones sociales y ecológicas. El poco valor que se le da a la producción y procesado de los alimentos en las sociedades capitalistas patriarcales es un tema que hay que abordar desde una perspectiva ecofeminista (ver Pérez Orozco, Federici; Shiva). Si la modernidad occidental hegemónica invisibiliza, privatiza y feminiza los trabajos de reproducción de la vida (en los que se incluye la alimentación), se precisa una repolitización culinaria que promueva culturas gastronómicas contrahegemónicas que no invisibilicen, privaticen y feminicen el procesamiento de alimentos. La pregunta sería: ¿Qué debemos garantizar colectivamente, la acumulación de capital o el acceso a una comida limpia, buena y justa para todas las personas? Debido a la transversalidad social, ecológica, cultural y económica del sistema alimentario y a cómo afecta la salud pública y a los ecosistemas globales, la comida debe dejar de percibirse como una práctica individual para pasar a ser un eje vital del debate colectivo, el imaginario cultural contrahegemónico y la movilización política. Es crucial articular una ecología política gastronómica fundamentalmente ecofeminista y decrecentista. Urge poner la comida en particular y la reproducción de la vida en general en el centro de un debate político informado sobre la situación ecológica, energética y de desigualdad social.

El futuro de la humanidad depende en gran medida de la forma en que abordemos la cuestión gastronómica. Por lo que re-politizar la cultura alimentaria debe ser una prioridad. Foodtopía provee un modelo práctico que ya está funcionando. Este año (2018) se abrió la cuarta tienda y para finales de año se prevé contar con 10 centros de comida. El decrecimiento no es distópico, es un entorno amigable si se organiza bien. Centenares de personas lo viven a diario en Foodtopía. Este proyecto nos invita a alejarnos de nuestra adicción estructural a la energía fósil, transformar la cultura gastronómica y crear barrios donde vivir escenarios placidos en la sociedad de los 1000 W. La cultura culinaria hegemónica, en cambio, nos lleva directamente a un colapso civilizatorio espectacular como el representado en las distopías post-petróleo tipo Mad Max.

Conclusiones

Foodtopía ofrece un imaginario cultural gastronómico mucho más sobrio y menos espectacular que el que se fomenta desde el techno-optimismo elitista desinformado o el catastrofismo apocalíptico de la cultura popular, pero el resultado es sin duda mucho más placentero, justo y menos arriesgado que continuar con el statu quo. Foodtopía es un buen ejemplo de lo que Prádanos llamó “postgrowth imaginaries”: prácticas y discursos culturales ibéricos que cuestionan la lógica del crecimiento constante y articulan maneras diferentes de estar en el mundo.

https://www.elsaltodiario.com/alimentacion/compra-publica-comedores-escuelas-hospitales#

Imaginemos qué pasaría si los movimientos municipalistas de los últimos años comenzaran a fomentar el modelo Foodtopía en las ciudades y promover que sea adoptado por todos los hospitales y colegios públicos de todas las ciudades (ver Elorduy). Disminuiría significativamente el gasto público en energía, procesamiento de residuos y gasto sanitario; se reactivaría la economía local y se regenerarían los ecosistemas regionales; mejoraría la salud pública y la cohesión social; y se reduciría considerablemente la huella ecológica del metabolismo urbano. El decrecimiento feliz se estaría materializando. No es algo imposible (lo que sí resulta imposible es continuar con el modelo agroindustrial sin llegar al colapso ecosocial), pero sus condiciones de posibilidad dependen de una transformación, democratización y politización radical de la cultura gastronómica. Proponemos que los estudios culturales gastronómicos contribuyan activamente a promocionar dicha transformación. Nos va la vida en ello.

Obras Citadas

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