Estimado Dr. Novoa:

Buenos días lo primero de todo. Le escribo porque sigo de cerca las publicaciones de NoGracias acerca del rumbo que está tomando actualmente la investigación científica en general y la biomédica en particular. Leo todas las noticias relacionadas con la investigación básica y traslacional en biomedicina en libros, periódicos, revistas, Internet, blogs, redes sociales, etc., todo lo que el escaso tiempo libre del que dispongo me permite, y también es el modo en como llegue hasta Vd. y a “NoGracias”.

Antes de meterme en farinetas y lo primero de todo, me gustaría expresarle mi máximo respeto y admiración, pues como muy bien decía el filósofo: “Vale más la opinión de un solo hombre sensato que la de mil necios juntos”, y, desgraciadamente, estoy leyendo cosas últimamente que me hacen dudar ya de las cosas más elementales, y de todos aquellos en quien he intentado hallar respuestas, es NoGracias en el único sitio en donde encuentro sinceridad, sentido común y buena praxis a este respecto.

He estado leyendo ciertos artículos por Internet últimamente acerca de la investigación biomédica y su aplicación práctica en los pacientes finales, y hay ciertos aspectos de los mismos que me han dejado impactado e intranquilo.

Estos artículos son los cuatro siguientes:

https://blogs.scientificamerican.com/cross-check/sorry-but-so-far-war-on-cancer-has-been-a-bust/

El primero se titula “Lo sentimos, pero la guerra contra el cáncer hasta el momento ha sido un fracaso” del autor John Horgan para la revista “Scientific American”. En este artículo, escrito por John Horgan en 2014, se identifican algunos datos realmente preocupantes, como que todo el conocimiento acumulado a lo largo de la historia de la medicina y hasta la actualidad acerca de oncogénesis no se ha traducido en una notoria reducción en la tasa de mortalidad por cáncer, y lo respalda con estadísticas verdaderamente escalofriantes (o por lo menos, para mí lo son), en las que se especifica que, en EE.UU., desde que en el año 1971 el presidente Richard Nixon declarase la guerra contra el cáncer y se pusiesen en marcha infinidad de programas tanto gubernamentales como particulares para atajar la enfermedad, la mortalidad apenas ha caído un 5% en el total general de cánceres conocidos. Añade, textualmente, que:

“los datos sombríos sobre el cáncer pueden perderse entre los mensajes positivos de los medios de comunicación, los grupos de defensa y los centros médicos, e incluso las etiquetas de los alimentos y suplementos, insinuando que pueden combatir o prevenir el cáncer”

Es decir, que todos esos encabezados de artículos que luego se quedaban en poca cosa y que me habían llevado a conclusiones esperanzadoras al principio y desilusiones después no eran cosas aisladas que me pasaban a mí solo o que me imaginaba yo, sino que otros lo veían también. Es decir, que sí es cierto que muchas veces se “decora” en exceso lo que verdaderamente se ha conseguido en un laboratorio, llevando a mucha gente a hacerse una idea equivocada de lo que se ha obtenido y dando falsas esperanzas a personas que puedan tener intereses muy directos e inmediatos en la resolución, cura y erradicación total y absoluta de estas enfermedades, bien por ser pacientes ellos mismos o por tener familiares, amigos o conocidos íntimos que los padecen.

Aparte de eso, el autor continúa con que en los últimos 50 años y sólo en EE.UU. se han invertido más de 105.000 millones de dólares para la investigación contra el cáncer, pero que la tasa de mortalidad ha caído apenas un 5%, mientras que en ese mismo período de tiempo y con una cantidad de recursos humanos y económicos infinitamente menor e incluso ridícula comparada con los destinados a cáncer, la tasa de mortalidad por enfermedades cardiovasculares se ha desplomado un 64% y las de gripe y neumonía un 58%. 

La cuestión no es sólo que se haya conseguido muchísimo más con infinitamente menos, sino que, además, se ha llegado a esa mínima reducción en la mortalidad del cáncer mediante mejoras en la práctica quirúrgica (es decir, de la habilidad de los cirujanos en la mesa de operaciones de los hospitales), la radioterapia y mediante campañas publicitarias de concienciación y prevención (anti-alcohol, anti-tabaco, anti-comida rápida, etc.). En otras palabras, el buen pulso de los médicos y las campañas contra vicios nocivos han hecho que la mortalidad cayese mucho más y más rápido que todos los laboratorios del país en el mismo período de tiempo pero con inversiones económicas infinitamente menores, e incluso risibles si se comparan.

Incide el articulista igualmente en que al haber ahora más y mejores métodos de detección temprana de síntomas, viven más tiempo los afectados por el cáncer debido al diagnóstico prematuro, pero no en términos absolutos. Literalmente, asegura que:

“Si uno descubre un tumor maligno muy temprano y comienza la terapia de inmediato, incluso si la terapia no tiene valor, parecerá que el paciente vive más»

Es decir, es una cuestión de ventaja en el tiempo, pero no en el ámbito biomédico per se. Este artículo me dejo completamente helado la primera vez que lo leí, pues es muy grave lo que en él se dice y se demuestra con datos fehacientes. No obstante, como nunca me ha gustado beber de una sola fuente, seguí buscando otros artículos por Internet que apoyasen o desmintiesen al susodicho.

https://blogs.scientificamerican.com/cross-check/is-science-hitting-a-wall-part-1/

El segundo se titula ¿Está la ciencia estancada?”, también del autor John Horgan e igualmente publicado en el “Scientific American”. En el que nos ocupa, el autor habla de que, contrariamente a lo que se pudiese esperar, un aumento no solo en la inversión destinada a la investigación biomédica, sino también en el número de investigadores, no solo no llevan a más y mejores resultados sino que han ido, con el paso del tiempo, produciendo menos y peores.

La gráfica con la que corona su artículo se puede observar como al tiempo que aumenta el número de investigadores en el área, los resultados innovadores, rompedores y revolucionarios se reducen a una velocidad alarmante. Lo que implica, y cito textualmente:

“Los investigadores encontraron tendencias similares en la investigación relacionada con la agricultura y la medicina. Cada vez más investigaciones sobre el cáncer y otras enfermedades han producido cada vez menos vidas salvadas”.

Esto quiere decir que por mucho dinero invertido, por mucho personal contratado, por muchos recursos humanos, económicos, técnicos y de cualquier otra índole o circunstancia que se destine a investigación contra el cáncer, hay un momento en el que no solo no da más de sí, sino que se vuelve contraproducente.

En economía se explica la transición de un bien de primera necesidad a un disbien con un ejemplo muy tonto y sencillo pero que se entiende perfectamente. Si un moribundo sediento va caminando por el desierto y esta muerto de sed, el bien más preciado y de mayor necesidad primaria para él será lógicamente el agua. Si en ese momento se le suministrase una cantidad ilimitada de agua, el primer trago sería la salvación, el segundo sería de lo más reparador, el tercero, cuarto y quinto serían refrescantes y le ayudarían a recuperar fuerzas. Pero si se le obligase a seguir bebiendo agua constantemente, lo que al principio era una necesidad vital (un bien de primera necesidad) se
vuelve contraproducente para él en el momento en el que saciada su sed, se ve obligado sin embargo a ingerir más agua, hasta el punto de que puede producirle daños en el organismo (es decir, se convierte en un disbien).

Con este símil tan tonto pero fácil de comprender, los economistas ponen el límite a los llamados máximos y óptimos técnicos (que se utilizan en inversiones de bolsa, auditorías de empresas, gestiones administrativas varias, estadísticas, etc.). Pasando de este sector de la economía al de la biomedicina, se comprueba, tal y como el autor expone en este artículo, que una vez que el dinero a invertir y los investigadores necesarios para llevar a cabo las investigaciones, los experimentos y los informes finales ya han llegado a un punto límite, aumentar las inversiones y el personal no sólo no va a mejorar los resultados, sino que va a encarecerlos, pasando así de un bien de primera necesidad (el agua para el moribundo cuando tiene sed son aquí los científicos para los pacientes cuando están enfermos) a un disbien (el agua que daña el organismo del nómada una vez calmada la sed y el exceso de investigadores que no descubren nada novedoso o que incluso ponen en marcha fármacos y tratamientos no adecuados a enfermos con determinadas características fisiológicas que empeoran su estado de salud más de lo que ya de por sí estaba).

https://investigadorenparo.wordpress.com/2019/02/14/manipular-datos-es-facil-y-muy-tentador-entrevista-a-leonid-schneider/

El tercero es una entrevista al biólogo Leonid Schneider titulado Manipular datos es fácil y muy tentador. En esta entrevista en la que sintetiza los aspectos más básicos de su página web, se habla de cómo ciertos y recientes acontecimientos han puesto en tela de juicio las investigaciones y los resultados llevados a cabo y obtenidos por varios científicos del CSIC (Carlos López Otín, Susana González, Pura Muñoz Cánoves, etc…), a quienes se les ha «pillado» falsificando datos en sus conclusiones finales. En esta entrevista, el entrevistador le pregunta al biólogo si considera que la comunidad científica en general está lo suficientemente comprometida con la detección temprana y reversible de la falsificación de datos y resultados para evitar males mayores si pasan a tratarse en pacientes, a lo que el autor responde y cito literalmente:

“¡Están muertos de miedo! A los científicos les gusta chismorrear unos sobre otros, pero son muy cuidadosos con quién chismorrean. La denuncia de irregularidades se considera el peor tipo de alta traición en el mundo académico y los denunciantes son tratados de manera implacable. Entonces, lo que hacen los científicos es usar el “chismorreo” para advertirse unos a otros y para castigar a alguien que no consideran de confianza, ya sea como revisor de artículos, o como “panel member”. Se pueden imaginar con qué frecuencia se abusa de este sistema para solventar pequeñas rencillas personales.”

Es decir, no solamente se tapan unos a otros, como si fuesen partidos políticos opuestos pero que se deben favores el uno al otro, sino que vuelan las dagas y las puñaladas traperas entre gente que, se supone, debería tener la madurez emocional, la entereza moral y la sabiduría intelectual de saber que se están dedicando a intentar SALVAR VIDAS, y que, por tanto, las rencillas y los correveidiles son más propios del patio de recreo de una guardería que de instituciones medianamente serias, adultas, maduras y de una importancia académica, social y de salud pública insuperables, en principio.

Pero la cosa no acaba en las peleas de quinceañeros bobos entre científicos de alto nivel, sino que va más allá en el tema de las replicas y el control de pares. El entrevistador le pregunta al biólogo si está satisfecho del sistema actual de auditoría, control y rendición de cuentas del ámbito científico biomédico, a lo que responde literalmente:

“¿Hay mecanismos de control? ¿Dónde? La gran mayoría de las investigaciones institucionales son un ejercicio de blanqueo, ofuscación y control de daños. E, incluso, si hay una investigación medio decente, que solicita retractaciones o al menos correcciones, te encuentras con revistas de Elsevier como Cell, que se niegan a seguir esas solicitudes institucionales y no hacen nada en absoluto.”

Esto pone de manifiesto que no solamente entre colegas investigadores se tapan los «trampullos» los unos a los otros, sino que las propias instituciones y centros científicos donde desarrollan su labor están involucradas en el fraude, pues aunque conscientes de las irregularidades existentes, no sólo no toman medidas contundentes de despidos y purgas de personal, sino que en la mayoría de los casos, acaban ascendiendo o premiando a los responsables de susodichos fraudes (esta semana pasada, la investigadora Pura Muñoz Canovez, a quien Schneider ya ha destapado en varias ocasiones su corta y pega de Photoshop en sus artículos, lejos de ser multada, expedientada o retirada de su puesto, acaba de ser galardonada con uno de los premios Jaime I a la excelencia investigadora; inaudito).

Así mismo, deja patente que más allá incluso de los propios centros en los que se llevan a cabo estos engaños, son las revistas de divulgación científica especializada las que no someten los artículos que les llegan a un profundo análisis antes de publicarlos y que, hasta que no se les ha demostrado por activa y por pasiva que los datos allí contenidos no son correctos y el escándalo es mayúsculo, ni siquiera se molestan en retirarlos de sus publicaciones. 

Resumiendo, que estos escándalos arrastran no solo al autor o autores principales de esos artículos falsificados, sino a sus colaboradores (que callan por complicidad), a las instituciones a las que pertenecen (que les respaldan, promueven e incluso premian a sabiendas de que están falseando datos), a los grupos de réplica (que hoy por ti mañana por mí, no analizan los resultados de otros investigadores para confirmar su credibilidad ni denuncian las irregularidades que puedan hallar en los mismos), a las revistas especializadas (en las que se supone debería haber todo un departamento dedicado única y exclusivamente a «escrudiñar» con lupa todo lo que les llega antes de publicar nada, para que no dé la sensación de que cualquiera les puede mandar cualquier majadería y ellos la publican gustosamente en un medio serio de divulgación en salud pública, y que, además, no se molestan en retirarlos hasta que el fraude es tan obvio, notorio y publicitado que ya da vergüenza ajena.

https://francis.naukas.com/2019/05/01/el-caso-lopez-otin-de-fraude-cientifico/

Esto es lo que ha pasado hace poco con López Otín, hasta hace dos días un gurú del sector y ahora con una credibilidad más que dudosa que empeora cada día que pasa. Es más, el propio Schneider, en este mismo artículo reconoce:

“Los colaboradores, como Juan Valcárcel o Carlos Suárez Nieto, esos científicos son peligrosos. Saben exactamente que los datos falsos están mal, pero de todos modos lo aprueban. Piensan que las carreras personales son más importantes que la ética e incluso las vidas humanas. En biomedicina todas las investigaciones terminan en la clínica y es aquí donde se daña a los pacientes.”

Es decir, que ponen por delante su orgullo y vanidad personales antes que las vidas y la seguridad de los pacientes (esto ya roza, o mejor dicho, traspasa lo delictivo y criminal). Y que conste que ni soy un conspiranoico, ni tengo resquemor alguno contra las instituciones públicas o particulares de investigación en biomedicina, ni estoy en contra de la industria farmacéutica, ni nada por el estilo. Más bien al contrario, como siempre he querido dedicarme a esto pero no he podido por circunstancias personales, me duele sobremanera que se corrompan de este modo instituciones que yo consideraba cuasi-sagradas y que la imagen que den al exterior acabe siendo tan sumamente nefasta.

Repito, tal y como le he comentado con anterioridad, que soy consciente de que estos son casos aislados y rarísimos, pero al arrastrar con ellos a nombres en principio tan eminentes, a sus colegas y colaboradores, a sus superiores y contratadores, a otros grupos de réplica, a revistas especializadas de supuesto prestigio, etc., pues hacen mucho daño a la imagen pública y hacen pensar que no solo son tres o cuatro que se dedican a falsear datos sino que existe todo un entramado detrás que lejos de impedírselo, aún los animan con premios, subvenciones y reconocimientos que no se merecen, con lo cual, un solo artículo falsificado salpica directa o ¡indirectamente a una gran parte de la comunidad científica.

Pero lo peor fue el cuarto y último artículo de esta lista, que es el siguiente que le enlazo, y que despejó mis dudas acerca del transcurso actual de la investigación en biomedicina.

https://www.elconfidencial.com/tecnologia/ciencia/2019-08-03/nuevos-farmacos-estudio-no-aportan-nada-nuevo_2150659/

El cuarto es “Más del 50% de los fármacos que se lanzan son copias que no aportan nada nuevo” del diario “El Confidencial”, en el que se pone de manifiesto como de los 216 nuevos fármacos lanzados entre 2011 y 2017 y aprobados por la EMA (la Agencia Europea de medicamentos), en 125 (el 58%) el beneficio aportado sobre los ya existentes era inexistente, en otros 35 (el 17%) era incluso menor y solo en 54 (el 25%) era ligeramente novedoso. 

También se aclara que innovar no es investigar, es decir, no por meter muchos más medicamentos y fármacos en el mercado, estos van a ser mejores o van a curar o paliar los síntomas de los afectados en mayor medida. En el artículo también se pone de manifiesto como el problema de la renovación de patentes hace que muchas grandes compañías farmacéuticas prefieran lanzar al mercado copias de los ya existentes que volver a desembolsar dineros en algo ya comercializado, por justificar también los gastos de I+D+i aparte de por la sensación entre el gran público en general de que se está avanzando en la lucha contra el cáncer y otras patologías perversas cuando en realidad no es así, sino que es más de lo mismo y a veces, incluso peor.

Concretamente si sumamos los 125 medicamentos que no aportaron mejoras visibles y los 35 que incluso eran peores, nos da un total de 160 medicamentos completamente ineficaces sobre un total de 216, es decir, el 75%, o casi 8 de cada 10 de todos los medicamentos aprobados en Europa entre 2011 y 2017, no valían para absolutamente nada. Desmoralizador.


Tras leerlos todos ellos detenidamente, encontré por fin su artículo “Desinflando la burbuja biomédica, causas y consecuencias. Apuntes para ministros novatos”. En el mismo, realiza Vd. una brillante exposición en la que se aglutinan todos los aspectos descritos en los anteriores artículos mencionados e incluso lo lleva más allá proponiendo nuevas formas de gestión, organización, administración y visión a futuros.

En el mismo se describe como hasta el 85% de toda la investigación biomédica en la actualidad está siendo desperdiciada por causas evitables, pero que, misteriosamente, no hay un consenso general para atajar el problema ni adoptar medidas medianamente firmes. En cualquier caso, los símiles que yo encuentro entre los cuatro artículos que le he enumerado y el suyo propio, creo que son (y por favor, corríjame si me equivoco) los siguientes:

(1) Recalca la importancia de  no seguir inyectando cantidades ingentes de dinero público en un sistema de investigación que directamente no da más de sí, y mejorar por otro lado y al mismo tiempo, los cuidados y otros determinantes sociales de la salud. En otras palabras, que va a ser más rentable y beneficioso en el medio y largo plazo para todos invertir en hábitos de vida saludables y mejora de atención médica que en querer sanar ciertas enfermedades y patologías mediante laboratorios farmacológicos.

(2) Al igual que en el segundo artículo, en el que se habla de la decadencia de resultados innovadores al aumentar el número de investigadores implicados en ellos, Vd. advierte que en la actualidad hay tantos científicos en el área biomédica que la inmensa mayoría de los casos trabajan en condiciones muy precarias e hiper-competitivas en las que el “publicar o perecer” puede llevar a encarecer seriamente la calidad de los proyectos y de los resultados.

(3) Pone de manifiesto que muchos de los mecanismos de auto-regulación no funcionan y apuestan por el “low cost” en lugar de por la calidad y la excelencia. El problema de todo esto es que, como bien indica el biólogo Schneider, en biomedicina, los resultados de las investigaciones acaban siendo trasladados en forma de tratamientos más o menos agresivos a los pacientes, y si son una falsificación o un fraude puede costar vidas humanas el hecho de querer hacer pasar por bueno y útil lo malo e inservible, simplemente por estúpida vanidad personal.

(4) Señala que hacer muchos ensayos clínicos no es investigación y que no tiene sentido financiar con fondos públicos todo medicamento lanzado al mercado de forma casi automática y por defecto, porque, y me permitirá citarle textualmente:

“Las actuales condiciones de la investigación biomédica y clínica y el elevado nivel de corrupción institucional de agencias reguladoras y sociedades científicas hacen que, cuanto más apoyado este por los expertos más probable es que un nuevo producto sea caro, inútil y peligroso. Si hay mucha presión Ministra, es que no vale. Los fármacos buenos no necesitan lobbies.”

A lo que añade:

“La industria farmacéutica está desesperada y cada vez más basa sus ventas en la distorsión de la ciencia y la corrupción institucional. Los profesionales sanitarios y sus instituciones profesionales y científicas no pueden seguir apoyando e ignorando una burbuja biomédica que va contra la salud y los presupuestos públicos. Es necesaria una revolución cívica o democrática entre los profesionales sanitarios y sus instituciones para colaborar en el establecimiento de otra agenda para el sistema. ¡Fuera los mercaderes y dentro la dignidad profesional y el compromiso democrático!”.

O dicho de otro modo, que ya no da para más la investigación básica y traslacional en biomedicina (a lo que Vd. añade el ejemplo de Reino Unido, mucho más avanzado que España en esta área y que ya está levantando el pie del acelerador, mientras que aquí aún lo estamos pisando más a fondo). Esto último y en tiempos de una espantosa y tan extendida y grave crisis económica, no solo es contraproducente para la salud de los pacientes, sino que es un derroche que hay que analizar para gestionarlo mejor, porque si no, no durará la investigación en este país (los directivos del CSIC ya están diciendo que o se plantean nuevos rumbos, metas, horizontes y se planifica mejor el dinero invertido y a qué va destinado o en un plazo no superior a 4-5 años la institución va a ser insostenible tanto por recursos económicos, como personal humano de investigación, lo cual sería catastrófico para España, dicho sea de paso).

De modo que al leer los cuatro artículos arriba citados y luego el suyo, pude captar los símiles entre todos ellos, lo que me despejó muchas de las dudas que me surgían, tal y como le comentaba al principio acerca del peligroso rumbo que está tomando actualmente la investigación científica en general y la biomédica en particular, pues, tal y como hemos podido comprobar de boca de expertos de primer nivel (entre ellos Vd. mismo), ahora mismo

En fin, que la investigación y, en especial, el sector biomédico está indudablemente en crisis en la actualidad y que si no se toman medidas correctivas, la cosa no acabará bien, ni para los científicos, ni para los pacientes.

Mi más cálido y cordial saludo,

José Miguel Cortés Alonso. Economista.