La industria farmacéutica
Como actividad industrial la producción de medicamentos se sostiene mientras obtiene beneficios. Es decir, las industrias farmacéuticas son negocios. Las industrias farmacéuticas forman parte del entramado de la economía de mercado y se sostienen gracias al capital que invierten sus accionistas. De hecho, se cuentan entre los negocios legales más rentables del mundo y son empresas que cotizan en Bolsa.
El contrato social con todas las empresas exige que el afán de lucro (la codicia) busque el beneficio del accionista sin producir daño en el consumidor. El ejemplo clásico es el del panadero que ve compensados sus afanes con unos ingresos que le permiten vivir. Lo lógico es que los panes y pasteles que produce el panadero sean de buena calidad y sobre todo seguros, de forma que los clientes los compran por su buen precio y por su aprecio. Las industrias en general y las industrias farmacéuticas en particular pueden lograr ese crédito y prestigio social del panadero cuando ponen a la venta productos de calidad, seguros y a buen precio.
Esta fue la situación de las industrias farmacéuticas desde su inicio, a finales del siglo XIX, hasta el «caso» de la talidomida, en los 50 y 60 del siglo XX. Los medicamentos tenían un aura increíble, de beneficios sin perjuicios y las industrias que los producían gozaban de enorme crédito y prestigio social. Bruscamente una industria «milagrosa» empezó a ser «sospechosa», no tanto por el error en la producción y comercialización de la talidomida, sino por la ocultación de datos y por la resistencia a la reparación de daños
La industria farmacéutica, sobre todo en Estados Unidos, sigue con la reputación por los suelos siendo el sector industrial peor considerado por la población. Una política de precios desbocada, los problemas con las patentes, varias condenas judiciales y la crisis de los opioides son algunas de las razones de esta mala imagen
Aspecto especialmente delicado es la contribución de la industria farmacéutica a la formación médica, que inevitablemente conlleva sesgos a favor de los productos propios y toma de decisiones clínicas irracionales. Por eso:
«la independencia profesional hay que plantearla como una estrategia de seguridad de los pacientes: lo primero es evitar la exposición a aquellas situaciones en las que se ha demostrado que existe riesgo de juicios sesgados (por ejemplo, aceptar pagos de comidas, congresos u honorarios de la industria; o cualquier incentivo organizativo no ligado a intereses de los pacientes)”
Un caso concreto, sobre visitadores médicos (representantes)
El 22 de noviembre de 2019 se celebró en Palma de Mallorca (España) una Jornada de Seguridad del Paciente organizada por la Gerencia de Atención Primaria de Mallorca.
Una de las ponencias incluidas en el programa de la jornada fue la presentada por Txema Coll (@txemacoll), médico de familia, con puesto de trabajo de centro de salud pero en estos momentos director de Atención Primaria del Área de Salud de Menorca. Se titulaba: «Evitar las intervenciones innecesarias en la atención primaria»
Como síntesis de la ponencia, Txema Coll elaboró una infografìa con un «Decálogo para evitar actividades innecesarias en la consulta de atención primaria». Son diez propuestas sencillas de recordar y con fundamento científico:
- Escucha y deja hablar a los pacientes
- Fomenta la longitudinalidad
- Practica el “esperar y ver”
- Antes de actuar, piensa
- Valora los condicionantes sociales y conductuales
- Consulta fuentes de información fiables e independientes
- Utiliza la MBE (Medicina Basada en la Evidencia) de manera sensata y prudente
- Practica la prevención cuaternaria
- Abandona la medicina defensiva
- No recibas a los representantes de la farmaindustria
La primera versión del decálogo la mandó a varios compañeros, y mi propio comentario fue muy a favor. En el punto diez sugerí que lo ampliara en el sentido de “No recibas a los representantes de las industrias”, pues al médico lo visitan representantes de la industria farmacéutica pero también de la alimentaria y de otras, como industrias tecnológicas y de servicios.
Ese punto diez ha sido piedra de escándalo.
Al parecer…
La versión final del decálogo se publicó en la página “Sano y salvo” dedicada a la seguridad del paciente en atención primaria y llevada por el propio Txema Coll, Cecilia Calvo Pita y Jesús Palacio, del Grupo de Seguridad del Medicamento de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SMFYC)
Al parecer, la industria farmacéutica reaccionó a la publicación del decálogo amenazando a SEMFYC con retirar su apoyo a las actividades de formación en las que colabora. La SEMFYC está reduciendo su dependencia de las industrias pero todavía precisa de su apoyo en mucho. Por ejemplo, ha renunciado a las industrias en el desarrollo de su congreso anual, pero las acepta en cursos de formación continuada y otras actividades.
La SEMFYC no está preparada para cortar los lazos con las industrias y, al parecer, envió una carta a las industrias desligándose del Grupo de Seguridad del Medicamento y atribuyendo la responsabilidad en exclusiva a Txema Coll. La carta circuló por las Redes y la publicó “Redacción Médica”
Un comentario
Si la carta es cierta (no ha sido desmentida) debería dimitir la Junta Permanente de la semFYC, incluido su presidente. Básicamente por despreciar el conocimiento científico que demuestra el sesgo que introduce la relación con la industria, y los problemas de seguridad del paciente que conlleva.
El decálogo propuesto por Txema Coll tiene lógica interna, y si recomienda la “consulta con fuentes de información fiables e independientes” en el sexto punto, es de esperar que en el último recomiende “no recibas a los representantes de la farmaindustria”.
Muchos médicos tienden a negar la influencia en sus decisiones clínicas de la relación con la industria, y ello recuerda a los compañeros de Semmelweis, en el siglo XIX, negando su papel en la fiebre puerperal y la muerte de las parturientas. La “contaminación” por la información sesgada no se ve, como no se veían las bacterias que pasaban de los cadáveres a las mujeres, pero su efecto es igualmente dañino
El caso de Txema Coll es lección que no debemos olvidar pues demuestra el poder de una industria, que no cuida su reputación, y la debilidad de las sociedades científicas médicas. Por ello, la propuesta es pasar de la transparencia (la declaración de los conflictos de interés) a la independencia, que es la única forma de mejorar en este campo la seguridad del paciente.
Independencia en toda la formación médica, desde la facultad de medicina a la jubilación, pero también en la investigación, elaboración de guías y recomendaciones y otros campos con impacto en la salud de los pacientes
Lo dicho, no recibas a los representantes de las industrias.
Juan Gérvas, Doctor en Medicina, médico general rural jubilado, Equipo CESCA, Madrid, España
jjgervas@gmail.com equipocesca.org @JuanGrvas
Una magnífica defensa de la responsabilidad, la transparencia y la ética. El problema está en la dificultad de mantener esos valores en un entorno tan ajeno a ellos como el actual.
Hay 2 aspectos en el asunto presentado en esta entrada.
Uno interno, a dirimirse en la propia SEMFyC. Desde fuera, y leyendo esa suerte de “pliego de descargo” de su Permanente, destaca la asimetría en el trato a uno de sus socios frente al dispensado al “estimado/a colaborador/a”, que, suponemos será, este/a último/a, plural. Al punto de rendirle(s) cuentas de procedimientos, valoraciones, actuaciones, normativas y justificaciones que uno cree, se supone corresponden al ámbito interno de la Sociedad:
– “(…) deseamos agradecer la doble confianza” …
– “(…) hemos podido detectar un uso no reglado …
– “(…) en ningún caso debe entenderse…
– “(…) te informamos que desconocíamos la publicación de dicha infografía puesto que no se había tramitado por los circuitos establecidos…
– “Quiero compartir contigo …
– “(…) extensiva esta respuesta a las personas de tu compañía que consideres…
Sabido es qué sucede cuando metemos a un “colaborador” externo hasta la cocina de la profesión. En esto, al menos, creo aue la SEMFyC no lo hace ni mejor ni peor que toda la pléyade de sociedades médicas de financiación y funcionamiento industria-dependientes. Ahora bien, en situaciones tan claras como la que ahora nos ocupa, séase, la influencia negativa de la industria en la prescripción facultativa, el tono moral de una sociedad profesional (de su Permanente ahora, para ser justos) se evidencia no tanto en el cómo se conduce con sus “más de 20.000 asociados”, sino en cómo lo hace con uno solo cargado de razón.
El otro aspecto, externalizable podríamos decir, es la formación médica continua que, salvo decisiones voluntarias de autofinanciación de alguna actividad formativa por parte del interesado contra su dinero, su tiempo, su conciliación familiar, etc., debe ser asumida por el Sistema Sanitario (público o privado) en el que el facultativo desempeña su labor profesional. Tanto en términos de financiación como de compensación contra jornada laboral anual.
Sigamos en el proceso de liberación del ejercicio médico de lastres espurios.
Nada se sostiene sin beneficios. Ni el hígado, ni el riñón, ni el cerebro. El universo es esclavo de las leyes termodinámicas…. Claro que el exceso de beneficio, sin tasa ni mesura, es una nosología más a la que, en nuestra profesión, se le llama cáncer.
Los médicos son gente en los que la educación y cortesía se les presupone. No acostumbran excluir a nadie y supongo, que como en todo, existe la proporcionalidad y la visión del conjunto desde diferentes ángulos de observación.
A esta página acuden muchas personas que pueden sacar la lectura errónea, si son desconocedoras del habitual hacer de la profesión, que los médicos tienen establecido un contubernio habitual con las empresas farmacéuticas, y que por un plato de lentejas venden la dignidad y nobleza de su sagrada profesión. Puede haber, la habrá, alguna oveja negra, pero en la inmensa extensión de la práctica, el paciente puede estar seguro de que su médico recetará lo que estime mejor para él.
Si no hubiese tanto pequeño profesional honrado distribuido en cualquier rincón, consultorio u hospital de la geografía, páginas como esta serían un clamor en el desierto. De nada valdrían como guía a los que no se quieren dejar guiar.
El representante es el trabajador que tradicionalmente ha acercado las incorporaciones de la industria al médico. Desde ese punto de vista, su labor ha sido útil y honrada. Hay que tener en cuenta que el sistema de Seguridad Social tiene sus puntos muy fuertes, los fuertes, y los regulares, como Melilla, y entre estos últimos hay que señalar que en la socialización que ha hecho del saber (y la persona) del médico, le ha dejado un poco bastante a sus exclusivas fuerzas en cuanto a incorporación de conocimiento y novedades. La Seguridad Social ha dejado tradicionalmente ciertos aspectos de la labor informativa a los propios laboratorios, y ahora no vale lamentarse de eso.
Por otra parte los representantes presentan una información que es la que ellos tienen, la que creen verazmente, y la que no pueden contrastar desde su ausencia de estudios de farmacología o patología. Le toca al médico, tras agradecer la novedad, hacer sus deberes y ponerse al día en los nuevos fármacos. Si se fía de la información que le da el representante, no es la culpa del representante.
Por regla general, ningún médico se deja comprar porque alguna vez le paguen un café o alguna cena en un congreso, aunque no es recomendable ni bueno abusar de eso. Los sobornos de la industria no han ido fundamentalmente por la vía de la puerta del consultorio, perejil del loro, sino que han apuntado a voluntades mucho más altas. No nos engañemos.
¿Café o cena?… Las comidas o cenas en restaurantes con estrella Michelín son algo común en los congresos (100/120€ por comensal invitado). Luego ese gasto, com
o partida de marketing que es, será tenida en cuenta a la hora de negociar el precio del medicamento con la administración. O sea, que los comprimidos que se dispensan «huelen» a ostras y percebes que apestan. Es una auténtica vergüenza.
No tiene usted ni idea. La industria tiene un código ético que ojalá lo tuviera otros organismos. Por referirme a lo que usted dice hay un máximo de gasto por comensal que el la mayoría de los casos ronda de los 50,-60 €, ya me dirá usted como se come por ese precio en restaurantes de ese nivel.La vergüenza es opinar sin saber. Saludos