Presentación:
Decimos que la sanidad va mal, ¿y nosotros? a lo mejor también porque no desobedecemos.
Este texto es una reflexión personal; un grito recordatorio; una desobediencia frente al guardar silencio.

 

En ese diálogo, aludiendo a la definición, poníamos de manifiesto las acciones, sin dolo, realizadas por los profesionales. Como, por ejemplo, el sometimiento a cirugías innecesarias y bajo criterios poco fundamentados cuyas consecuencias son variadas y de entre ellas la muerte en el peor de los casos.

Ambas estábamos de acuerdo en que cuando no nos preguntamos “para qué”, o al cosificar al paciente nos deshumanizamos; somos capaces de llevar a cabo cualquier monstruosidad. A veces, camuflada por una falsa moral. ¿Y la autocrítica? A mí me preocupa qué fuerzas nos guían para tomar determinadas decisiones y se me venía a la cabeza el complejo del héroe. Término incluido y popularizado en la retórica pandémica de 2020. Un mal a evitar que causa obnubilación y ensimismamiento en quien lo sufre.

Mientras tanto, motivados por esa heroicidad (hay que “salvar a todos”) dejamos de preguntarnos la profundidad del para qué y buscamos la satisfacción y la autorrealización a través del complejo. Que nunca llega porque sin comprender el “para qué” la insatisfacción es permanente. ¿Para qué aplicamos un tratamiento quimioterápico a un paciente con metástasis de 85 años que a su edad sigue yendo a jugar la partida y tomarse sus cervezas independientemente del diagnóstico? ¿Realmente va a mejorar su calidad de vida más de lo que ya tiene? ¿Su cuerpo va a soportar el tratamiento? ¿Es necesario?

Este complejo de heroicidad se ve alimentado por la especialización técnica en comunión con la creencia de que cuanto más intervencionistas seamos mejor será la atención y los cuidados derivados de la misma. Lo que nos lleva a infravalorar los daños de las intervenciones sanitarias y desechar que no-hacer puede ser lo mejor para quien recibe los cuidados. Con no-hacer no me refiero a dejar desamparado al enfermo, sino a no encarnizarse, no aplicar acciones cuyo perjuicio y riesgo es mayor, saber cuidar al final de la vida entendiendo y aceptando la muerte como parte indisoluble de la misma.

Durante el diálogo también nos preguntábamos si los estudios de morbimortalidad post-operatorios son suficientes y de calidad como para dar visibilidad a este fenómeno iatrogénico que parece esconderse.

Puede consultarse el texto íntegro aquí.

Bárbara Hérnandez es enfermera de Osakidetza.