Naomi Oreskes es profesora de historia de la ciencia en Harvard y autora de los libros Merchants of Doubt: How a Handful of Scientists Obscured the Truth on Issues from Tobacco Smoke to Global Warming (2010), Why Trust Science? (2019) y The Big Myth (2023).

En noviembre e 2023 publicó este artículo en Scientific American que reproducimos por su interés en este momento en el que las autoridades vuelven a recomendar la mascarilla y se cita la revisión Cochrane para argumentar que no sirven:

«La pandemia de COVID-19 continúa, pero en mayo las autoridades pusieron fin a su designación como emergencia de salud pública. Así que ahora cabe preguntarse si todos nuestros esfuerzos por frenar la propagación de la enfermedad -desde el uso de mascarillas hasta el lavado de manos, pasando por el trabajo desde casa- han merecido la pena. Un grupo de científicos ha agitado las aguas con un informe que daba la falsa impresión de que las mascarillas no funcionaban.

El informe del grupo fue publicado por Cochrane, una organización que recopila bases de datos y publica periódicamente revisiones «sistemáticas» de pruebas científicas relevantes para la atención sanitaria. Este año publicó un documento sobre la eficacia de las intervenciones físicas para frenar la propagación de enfermedades respiratorias como el COVID. Los autores determinaron que el uso de mascarillas quirúrgicas «probablemente marca poca o ninguna diferencia» y que el valor de las mascarillas N95 es «muy incierto».

Los medios de comunicación redujeron estas declaraciones a la afirmación de que las mascarillas no funcionaban. Bajo un titular que proclamaba «Las mascarillas obligatorias no hicieron nada», el columnista del New York Times, Bret Stephens, escribió que «los expertos … estaban equivocados» y exigió que se disculparan por las molestias innecesarias que habían causado. Otros titulares y comentarios declaraban que «Las mascarillas siguen sin funcionar», que las pruebas a favor de las mascarillas eran «Aproximadamente nulas», que «Las mascarillas no suponen ninguna diferencia» e incluso que «12 estudios de investigación demuestran que las mascarillas no funcionan».

Karla Soares-Weiser, redactora jefe de la Biblioteca Cochrane, se opuso a tales conclusiones de la revisión. El informe no concluía que «las mascarillas no funcionan», insistía. Más bien, la revisión de los estudios sobre el uso de mascarillas concluyó que los «resultados no eran concluyentes».

Para ser justos con la Biblioteca Cochrane, el informe dejaba claro que sus conclusiones se referían a la calidad y capacidad de las pruebas disponibles, que los autores consideraban insuficientes para demostrar que el uso de mascarillas era eficaz. Era «incierto si el uso de mascarillas [quirúrgicas] o respiradores N95/P2 ayuda a ralentizar la propagación de los virus respiratorios». Aún así, los autores tampoco estaban seguros de esa incertidumbre, afirmando que su confianza en su conclusión era de «baja a moderada». Se puede entender por qué la persona media podría estar confundida.

No se trataba sólo de un fallo de comunicación. Los problemas del enfoque de Cochrane en estas revisiones son mucho más profundos.

Un examen más detallado de cómo el informe sobre las mascarillas confunde las cosas es revelador. El autor principal del estudio, Tom Jefferson, de la Universidad de Oxford, favoreció la interpretación engañosa. Cuando se le preguntó por los distintos tipos de mascarillas, incluidas las N95, declaró: «No hay diferencia, ninguna». En otra entrevista, calificó de científicamente infundados los mandatos sobre mascarillas.

Recientemente, Jefferson ha afirmado que las políticas de COVID «carecían de pruebas», lo que pone de manifiesto un segundo problema: el clásico error de confundir ausencia de pruebas con prueba de ausencia. El hallazgo de Cochrane no fue que el enmascaramiento no funcionara, sino que los científicos carecían de pruebas de calidad suficiente para concluir que funcionaban. Jefferson borró esa distinción, argumentando en efecto que como los autores no podían probar que las máscaras funcionaban, se podía decir que no funcionaban. Eso es simplemente erróneo.

Cochrane ya ha cometido este error antes. En 2016, una avalancha de medios de comunicación declaró que usar hilo dental era una pérdida de tiempo. «¿Te sientes culpable por no usar hilo dental?», preguntaba el New York Times. No hay que preocuparse, nos tranquilizaba Newsweek, porque el «mito del hilo dental» había «sido destrozado». Pero la Academia Americana de Periodoncia, profesores de odontología, decanos de facultades de odontología y dentistas clínicos (incluido el mío) afirmaban que la práctica clínica revela claras diferencias en la salud de los dientes y las encías entre los que usan hilo dental y los que no. ¿Qué estaba pasando?

La respuesta demuestra un tercer problema del enfoque Cochrane: cómo define la evidencia. La organización afirma que sus revisiones «identifican, valoran y sintetizan toda la evidencia empírica que cumple criterios de elegibilidad preespecificados». El problema es cuáles son esos criterios de elegibilidad.

Las revisiones Cochrane basan sus conclusiones en ensayos controlados aleatorizados (ECAs), a menudo denominados el «gold standard» de la evidencia científica. Pero muchas preguntas no pueden responderse bien con ECAs, y algunas no pueden responderse en absoluto. La nutrición es un buen ejemplo. Es casi imposible estudiar la nutrición con ECAs porque no se puede controlar lo que come la gente, y cuando se le pregunta qué ha comido, mucha gente miente. El uso del hilo dental es similar. Una encuesta concluyó que uno de cada cuatro estadounidenses que afirmaba usar hilo dental con regularidad mentía.

De hecho, hay pruebas sólidas de que las mascarillas sirven para prevenir la propagación de enfermedades respiratorias. Sólo que no proviene de ECAs. Viene de Kansas. En julio de 2020, el gobernador de Kansas emitió una orden ejecutiva por la que se exigía el uso de mascarillas en lugares públicos. Sin embargo, sólo unas semanas antes, la asamblea legislativa había aprobado un proyecto de ley que autorizaba a los condados a no aplicar ninguna disposición de ámbito estatal. En los meses siguientes, las tasas de COVID disminuyeron en los 24 condados con obligación de mascarilla y siguieron aumentando en otros 81 condados que optaron por no cumplirla.

Otro estudio descubrió que en los estados con mandatos de mascarilla se produjo un descenso significativo de la tasa de propagación del COVID a los pocos días de firmarse las órdenes de mandato. Los autores concluyeron que en el periodo de estudio -del 31 de marzo al 22 de mayo de 2020- se evitaron más de 200.000 casos, con el consiguiente ahorro de dinero, sufrimiento y vidas.

Cochrane ignoró estas pruebas epidemiológicas porque no cumplían su rígido estándar. He llamado a este enfoque «fetichismo metodológico», cuando los científicos se fijan en una metodología preferida y descartan los estudios que no la siguen. Lamentablemente, no es exclusivo de Cochrane. Al insistir dogmáticamente en una determinada definición de rigor, los científicos han dado más de una vez con respuestas erróneas.

A menudo pensamos en la prueba como una proposición de sí o no, pero en ciencia, la prueba es una cuestión de discernimiento. Muchos estudios no son tan rigurosos como nos gustaría, porque la confusión del mundo real lo impide. Pero eso no significa que no nos digan nada. No significa, como insistía Jefferson, que las mascarillas «no marquen la diferencia».

El informe de las mascarillas -como antes el del hilo dental- utilizó «procedimientos metodológicos Cochrane estándar». Ya es hora de que se cambien esos procedimientos estándar»

Comentario del traductor (Abel Novoa): El fetichismo metodológico de la medicina con el ensayo clínico es muy obvio. Confundir ausencia de evidencias (ensayos clínicos que demuestren que las mascarillas funcionan) con evidencia de ausencia (no existencia de evidencias de que las mascarillas no funcionan) es un grave error epistemológico. La evidencia, como dice Oreskes, debe ser interpretada con discernimiento. Ese discernimiento requiere asumir el pluralismo evidencial. En la generación de conocimiento teórico médico hay diversas fuentes además de los ECAs: por ejemplo, estudios de cohortes, como los presentados por Oreskes, ciencia básica como los estudios de los mecanismos de las mascarillas y teorías científicamente fundadas que ayudan en ese discernimiento. El pluralismo evidencial, y, por tanto, considerar diversas formas de establecer causalidad, debe superar el fetichismo metodológico de la medicina con los ECAS, una metodología rigurosa, sin duda, pero muchas veces no suficiente para descartar una hipótesis.

Las opiniones de Abel Novoa son individuales y no representan las de NoGracias