Hay libros que son necesarios. Algunos llegan a imprescindibles. Desde luego que la medicina contemporánea ya no se puede entender sin dar cuenta de la relación de daños que generan las intervenciones y sin repasar algunos ejemplos ilustrativos del pasado reciente.

La farmacología tiene varios atractivos indudables para el profesional sanitario. En primer lugar significa una vuelta a la parte más micro de la profesión, allí donde comenzó todo, los orígenes, a aquellas lecciones que ya casi hemos olvidado de los tiempos de la facultad. Quizá nos gusten porque, al igual que las canciones de los grupos que ya han desaparecido, nos recuerdan que una vez fuimos postadolescentes en (j)aulas. Conseguíamos disipar y posponer el ansia por las enfermedades en los pacientes con lecciones sobre la parte más minúscula: la anatomía, la fisiología, la bioquímica, los modelos de investigación básica, la fisiopatología, la parte de la farmacología que tiene que ver con los ejes de abscisas y ordenadas: la distribución, la eliminación, la farmacocinética. Tiene algo de hermoso. Posteriormente todos aquellos conocimientos se trasladaban a lo macro. La aplicación de la farmacología parte de las disfunciones. Se parte de la clínica. Me gustan los enfoques que tienen los médicos farmacólogos de la clínica, que me recuerdan a los de los radiólogos. Reducen las complejidades, nominan con facilidad, estratifican y categorizan los síntomas, los síndromes, las enfermedades… de modo directo y certero. No por ello tienen un conocimiento inferior al de los clínicos, sino que tienen otro diferente. No tienen que desentrañar (qué alivio) los datos relevantes entre la maraña de los relatos de los pacientes, la secuencia de los hechos y el ruido del día a día. La clínica aparece en las disfunciones sobre las que se despliega el fármaco y de ahí la clínica vuelve a aparecer otra vez en los efectos adversos de los mismos y en el seguimiento a largo plazo. Se siguen los efectos de los fármacos en los pacientes como se sigue a los pacientes en la consulta.

De este escenario de lo “pequeño”, de los estudiantes, de lo académico, de lo teórico, se pasa irremediablemente a los juegos de los mayores. La farmacología ha edificado un complejo industrial, un sector potente (si no el que más) de la economía, ha tejido una tupida red de intereses, de corrupción, de malas prácticas… que la visión de la medicina hoy en día no se puede desligar de esta circunstancia. Los intereses y el poder de la farma han modificado y corrompido la práctica clínica. Por eso para hablar de la medicina ya no podemos quedarnos en la nefrona sino que la medicina hoy en día es hablar de la distribución del poder, de las relaciones sociales de poder, es decir, de las relaciones institucionales de poder, es abordar el binomio Estado-mercado con sus equilibrios, relaciones y conflictos y es aceptar que este fenómeno descrito ha desplegado su influencia hacia el sistema, hacia los clínicos y hacia los pacientes.

Ya solamente se puede ignorar en dos circunstancias. La inocencia del que aún no sabe y la hipocresía del que no quiere ver. La falsa moralidad de quienes se creen que con su defensa a ciegas “del sistema” hacen algún bien; de quienes quieren hacernos creer que buscan un bien para el sistema o para el paciente, pero en realidad lo buscan para ellos mismos.

La lectura del complejo médicoindustrial tiene implicaciones clínicas. Ya no se puede ejercer la medicina sin considerar que los síntomas que vemos en los pacientes pueden no deberse a la patología sino a los efectos adversos de los medicamentos que toman. Esta idea tan simple significa una verdadera revolución en la forma de enfocar el ejercicio profesional.

El libro de Laporte comienza con una parte hermosa. Los descubrimientos de medicamentos con los que se puede entender que comienza la medicina moderna: los antibióticos. La etapa inmediatamente anterior lo fue de las enfermedades infecciosas. A continuación aborda cuestiones interesantes como los mecanismos de acción, las dianas terapéuticas, el efecto placebo y lo que tiene que ver con la medicina basada en la evidencia: cómo se hace y se pervierte la investigación clínica, los ensayos clínicos, la fármacoepidemiología…

Una gran parte de la obra, que viene después, se centra en lo que podría denominar: los pufos. Grandes escándalos de medicamentos que iban a morir de éxito y finalmente cayeron en desgracia después de un escándalo (fraudes científicos, ocultaciones, corrupción, artimañas legales, implicaciones en las malas prácticas de las agencias reguladoras y los Estados…). Desgraciamente estos casos no se pueden considerar aislados sino que son tantos que se pueden entender como endémicos, forman parte del paisaje. El tema es que dejan muertos por el camino y cuando no: enfermedades, secuelas, sufrimiento. Justamente a lo que se aplica el sistema sanitario por resolver. Podemos citar algunos pufos: los anticonceptivos hormonales (énfasis a gestágenos de tercera generación), terapia hormonal sustitutiva, tamiflú, sofosbuvir, ISRS, antiinflamatorios (aines, coxibs), veraliprida, glitazonas, medicamentos para el dolor (opioides), ezetimibe, calcitonina…

Y también sobremedicaciones y usos inadecuados: prazoles, estatinas, antidiabéticos, analgésicos (gabapentina, pregabalina), psicofármacos. Grandes pufos en gestación (talidomida, ácido valproico, dietilestilbestrol).

Prosigue con contenidos acerca de las agencias reguladoras, sistemas de farmacovigilancia, modelos de generación de conocimiento dentro del sistema sanitario.

Finaliza con caracterización de la industria farmacéutica y sus prácticas, efectos adversos de medicamentos (gestión, impacto), sistemas de fijación de precios, el caso que nos ocupa el presente de medicamentos de muy alto coste y cuestiones en relación a los reguladores.

Laporte es el profesional más cualificado y crítico que tenemos en el Estado. Los hay muy cualificados pero no son tan críticos y los hay más críticos pero no son tan cualificados. Además, creo que es un profesional que tiene una visión honesta porque sabe reconocer las aportaciones y los avances, valiente y generosa. Supongo que le hubiera sido muy fácil y muy rentable estar en el otro lado, con su talla profesional e intelectual. Independientemente de los intereses materiales y siendo bien pensantes, es muy fácil que un profesional tenga un sesgo positivo y de intervención hacia su objeto de estudio. Un oncólogo haría lo que pareciera que fuera bueno para enfrentarse al cáncer tal o cual o un dermatólogo no dudaría en entusiasmarse con el tratamiento x para tratar la enfermedad y. Ese entusiasmo a veces da lugar a consecuencias funestas, aunque esto se tarda un poco en comprender. Sería fácil entusiasmarse con los efectos positivos del tratamiento farmacológico siendo farmacólogo clínico pero Laporte supo ver y caracterizar los cuestionamientos.

He echado en falta en el libro un poco más de sangre, anécdotas, chascarriillos, guerras, puyas. Intuyo que en la inmensa trayectoria profesional «de alto nivel» que ha tenido Laporte han debido de haber miles de historias jugosas para contar y el libro era una ocasión privilegiada para relatar las que se pudieran contar. Entiendo que lo ha omitido porque, tengo la impresión, que Laporte es un profesional elegante y correcto.

Sí que cuenta, un poco por encima, algún conflicto legal en relación a represalias. Creo que el sistema ignora a Laporte porque su mensaje no interesa. Cuando ha tenido la oportunidad de penetrar por alguna grieta (Salvados, comparecencia del Congreso de los Diputados) rápidamente los guardianes del sistema y sus terminales mediáticas han salido en tromba para intentar cerrar filas. En su reacción no hacen otra cosa que reconocer la acción. No obstante, todos esos circos que le montan no tienen pinta de quebrarle. Otros profesionales, lamentablemente, no corrieron esa misma suerte. Laporte sigue en pie. He afirmado anteriormente que el sistema le ignora pero no es cierto completamente. El libro ha tenido una difusión amplia con presentaciones en numerosos lugares y ha sido entrevistado en variados medios. Merece mucho la pena. Hay libros necesarios, éste es imprescindible.

 

Roberto Sánchez es presidente de NoGracias.