Ser pobre es, precisamente, no tener amigos, ni conocidos, ni redes de apoyo. Ya se sabe, hablando apropiadamente, ni amigos, ni conocidos, ni redes de apoyo que ayuden a resolver los problemas. Se ve bien en Grecia, donde los niños están acabando en instituciones de caridad, por el fracaso de los padres empobrecidos y en paro, por el aumento del alcoholismo y otras drogadicciones, por las familias que acaban viviendo como vagabundos en las calles, por el desastre del capital social que llega a mínimos inadmisibles. Lo expresa bien la nota que acompañaba al niño abandonado en la puerta de un asilo: «No volveré a por Ana. No tengo dinero. No puedo criarla. Lo siento. Su madre».

El resto del artículo de Juan Gérvas lo podéis leer en su columna de hoy en Acta Sanitaria… IMPRESCINDIBLE.