El ministro de sanidad británico, Sajid Javid, acaba de conceder una entrevista en la que habla de los confinamientos y demás medidas decretadas en el Reino Unido para contener el covid. En referencia a futuras pandemias, Javid promete que no se volverán a restringir libertades fundamentales de forma irreflexiva o irracional, “como un acto reflejo”.

Pero traducido así, se pierde una metáfora poderosa. Javid dice knee jerk, lo que en castellano llamamos reflejo rotuliano, es decir, la patada involuntaria que damos cuando el médico nos golpea la rodilla con un martillito. Y es que precisamente eso fue el confinamiento: una patada.

 

 

El confinamiento fue ilegal

 

El pasado 14 de marzo se cumplieron dos años desde que el gobierno de Pedro Sánchez decretó el primer estado de alarma y encerró a toda la población en sus casas, en el modelo de confinamiento más estricto de nuestro entorno. El telediario de TVE le dedicaba un espacio a recordarlo, mencionando las calles vacías, el consabido colapso hospitalario y varias cifras de muertos de aquellas primeras semanas. El reportaje se acompaña de un inciso sobre los “gestos pandémicos”.

Aquí escuchamos el testimonio de ciudadanos que siguen saludándose con el codo o con el pie, contorsionándose para abrir las puertas sin tocarlas o desinfectando a conciencia los productos que compran en el supermercado. Por supuesto, también oímos a los que tienen terror a quitarse la mascarilla, lo cual sorprende especialmente dada su juventud.

En medio de todo este teatro, el telediario omite un detalle importantísimo: que el confinamiento fue declarado inconstitucional; es decir, que fue ilegal. El tratamiento informativo contrasta fuertemente con el que se hizo en 2017 en relación con el referéndum de independencia de Cataluña: por aquel entonces, no había diario o cadena de televisión que no hablase del “referéndum ilegal”. ¿Por qué nadie usa ahora ese epíteto ignominioso? ¿Por qué no se habla del “confinamiento ilegal”?

Cabe recalcar que el Tribunal Constitucional no se opuso en su sentencia a las medidas sanitarias en sí, ni entró a debatir su eficacia. Simplemente estimó que no hubo una mera “limitación” de derechos fundamentales, sino una “suspensión”, para la que sería necesario un estado de excepción; es decir, es una cuestión procedimental y no epidemiológica. El gobierno reaccionó a la sentencia de forma pueril, arguyendo que el estado de alarma había salvado 450.000 vidas. No aclaran de dónde sale esa cifra, pero es obviamente una hipótesis contrafáctica, es decir, la suposición de lo que habría pasado en una realidad paralela, en el caso de no haber adoptado ninguna medida.

 

 

El confinamiento fue desproporcionado

 

En su libro Fallimento lockdown, que analiza el confinamiento en Italia, los expertos en gestión política Piero Stanig y Gianmarco Daniele explican que, para defender un escenario contrafáctico, hacen falta datos empíricos. Uno de los problemas de las afirmaciones grandilocuentes como las del gobierno español es que presuponen que la alternativa era no hacer nada. Pero entre el confinamiento a la española y el no hacer nada había toda una gama de grises, intervenciones menos lesivas para los derechos civiles como las adoptadas por otros países de nuestro entorno. Son los principios éticos de mínima restricción y proporcionalidad.

Stanig y Daniele analizan la evolución de la epidemia en su país, Italia, comparándola con Suiza, donde las medidas fueron mucho menos estrictas: allí no se cerraron las escuelas ni hubo nunca un “confinamiento” propiamente dicho, ya que no se suspendió la libertad de circulación. Tampoco hubo en Suiza toques de queda ni mascarillas al aire libre. Y sin embargo, la mortalidad ha sido siempre notablemente más baja que en Italia.

Volviendo a España, se entiende que el telediario no entre a examinar cuestiones de eficacia y proporcionalidad. Es demasiado pronto o quizá demasiado doloroso: bastante descontento hay con la inflación, y bastante tristeza con la guerra de Ucrania. Ya habrá tiempo o se encargarán de hacerlo otros; asumir errores no es parte de la psique hispana. Por ahora nos regocijamos en el recuerdo emotivo de los aplausos de las ocho y el circo de los “gestos pandémicos”.

En cambio, no es pronto para el ministro británico Javid, que se muestra partidario de analizar el resultado de las medidas adoptadas con una investigación independiente; en este sentido, desde España resulta irónico escucharle decir que “ningún gobierno del mundo puede jactarse de haberlo hecho todo bien”.

 

 

El confinamiento fue inmoral

 

Con idéntica flema británica, en Escocia se ha publicado otro libro que repasa las vicisitudes y los malentendidos del confinamiento, con el título elocuente The Year the World Went Mad (“el año en que el mundo enloqueció”). El autor es Mark Woolhouse, epidemiólogo de la Universidad de Edimburgo que asesoró a los gobiernos escocés y británico en la gestión del coronavirus.

En su libro, Woolhouse también habla del escenario contrafáctico y explica por qué es tan tremendamente difícil calcular cuántas vidas salvó el confinamiento.

Reconoce que sigue habiendo desacuerdo, pero considera que nadie se atrevería a decir, hoy por hoy, que el confinamiento salvó medio millón de vidas en Gran Bretaña. Entre otras cosas, siempre surge el caso incómodo de Suecia, que apenas hizo nada y aun así queda muy lejos de los peores presagios contrafácticos. Aparte de las dudas sobre su eficacia, Woolhouse describe el confinamiento como una medida inaplicable en las democracias liberales occidentales, que la OMS habría seguido defendiendo pese a constatar su fracaso para contener el brote inicial.

Cuando se decretó el primer confinamiento europeo en Italia, y enseguida después en España, no había datos que demostrasen que funcionaría. Por el contrario, los protocolos que tenían los países occidentales en previsión de pandemias de virus respiratorios mucho más mortíferos, siempre con la gripe de 1918 como referencia, ni siquiera contemplaban medidas tan drásticas, y si las mencionaban era para desaconsejarlas por invasivas y contraproducentes. Sí era previsible que los daños fuesen descomunales. Por eso, además de ilegal, el confinamiento fue desproporcionado. Pero Woolhouse va más allá: el confinamiento fue intrínsecamente inmoral.

Eso fue el confinamiento y así tenemos que recordarlo: una medida impulsiva, espoleada por el pánico y amparada por el sacrosanto principio de precaución. Fue un acto reflejo, es decir, aquello que uno hace sin detenerse a pensar en la conveniencia o las consecuencias de sus acciones.

Retomando la metáfora empleada por Sajid Javid, el confinamiento fue una verdadera patada: una patada a nuestra dignidad.

 

Lorenzo Gallego es traductor y actual alumno del Máster en Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona. Dedica su trabajo de fin de máster al confinamiento domiciliario como medida sanitaria.