Acabábamos la entrada anterior sobre la Prescripción Inducida comentando que el enfoque centrado en el conflicto profesional -considerando la epidemia de medicamentalización en la que estamos inmersos y los problemas de seguridad y eficiencia que ello conlleva- parecía banal e incluso irresponsable, por no atender lo verdaderamente importante: los intereses de nuestros pacientes que, como diría hoy en día super-ratón, están «hiperpolifarmacologizados»

¿Cómo hemos llegado a esta situación?, nos preguntábamos. Sin duda gracias al poder del marketing de la industria farmacéutica. Sus artes van desde las más directas, como la visita médica y sus folletos tramposos, el pago de viajes y congresos o las becas de formación continuada hasta las técnicas más sofisticadas dirigidas directamente a manipular la evidencia a su favor. Hablaremos de las consecuencias del marketing directo y de las técnicas de manipulación de la investigación clínica pero hoy desmontaremos los tres mitos que más fervientemente defiende la industria: el precio de los medicamentos, su capacidad de innovación y su inversión en promoción

 

A la industria farmacéutica le gusta venderse afirmando que es el sector de I+D+I más importante del mundo. Falso. Es el sector de marketing y promoción más gigantesco, sofisticado e intensivo del universo. Para demostrarlo, los autores críticos, han utilizado tres estrategias como decía. La primera, desmontar las exageradas cifras que aportan sobre el costo de desarrollar un nuevo fármaco. La segunda destrozar la imagen de empresa innovadora que nos quieren vender. Y la tercera, mostrar las verdaderas cifras que invierten en la promoción de sus productos.

 

El artículo clásico en el que se basa la industria para cuantificar el costo de desarrollar una nueva molécula es el de DiMasi del 2003 que estableció una cifra mágica de 800 millones de dólares por nuevo medicamento puesto en el mercado

 

DiMasi ya había sido atacado duramente por sus anteriores evaluaciones económicas, publicadas en 1991 y 1995. Es famoso el informe presentado en 1999 por el movimiento ciudadano norteamericano Public Citizen en el año 2001, en el que demostraban como gran parte de la investigación que desarrolló los cinco medicamentos blockbuster de la época había sido financiada por fondos públicos o privados sin ánimo de lucro. Sus recomendaciones siguen siendo absolutamente vigentes

El trabajo más importante que ha desmontado esta campaña de «capitalización de la incertidumbre» ha sido el publicado recientemente en BioSocieties, «Desmythologizing the high cost of pharmaceutical research» que denuncia los graves problemas metodológicos y la importante financiación de la industria del Tufts Center al que pertenecían los autores del artículo de los 800 millones por fármaco.

Una vez descontadas las ayudas estatales vía desgravación de impuestos y considerando de manera diferenciada el costo de los medicamentos realmente novedosos y el de aquellos otros que proceden de moléculas más antiguas (me-too sobre todo), los autores concluyen que el costo medio de desarrollar un medicamento  arroja una cifra ¡18 veces menor!: 43,4 millones.

Por tanto, a la mandanga de la industria de que gastan millones de dólares en investigación para justificar los altos precios de los medicamentos siempre hay que contestarles, «eh, eh… ya serán 18 veces menos»

Claro, uno piensa, bueno, como todos los vendedores, nos engañan en el costo del producto (ni los vendedores de crecepelos de las pelis del oeste sacaban tanto margen) pero al menos inventan medicamentos novedosos. Este es el segundo gran mito: la capacidad de innovación de la industria. En una reciente revisión de Precrire, una de las revistas sobre evaluación farmacológica más prestigiosa del mundo, de todos los medicamentos introducidos en Francia entre los años 2001 y 2011, clasificados según sus bondades, tan solo un 0,2% eran innovaciones rupturistas y un 1,3% avances reales. Globalmente consideran que de las 998 nuevas moléculas evaluadas tan solo en un 27,8% estaría justificada su introducción en el mercado. En un 51,8% no aportarían nada nuevo (medicamentos me-too) y en un terrible 14,8% serían fármacos claramente dañinos

Adivinen en menos de 5 segundos qué medicamentos son los más utilizados…. Tachán.. efectivamente.. esos que no aportan nada nuevo. En un mundo lógico, no gastaríamos dinero en medicamentos que no aportan novedades y que nos venden a 800 millones la pildorita. Pues no oiga.

En este artículo los autores demostraron como los me too se llevaban la parte del león en el gasto en medicamentos en Canada. El mundo del medicamento no obedece las reglas básicas del capitalismo en donde lo mejor y más económico vence sobre lo peor y más caro. Los medicamentos más vendidos son los más caros, inútiles e inseguros. ¿Cómo se puede dar esta transgresión lógica? Bueno, además de por la manipulación de la evidencia, el sobrediagnóstico o el disease mongering, que veremos en otras entradas, por la capacidad de venta de esta industria basada en una gigantesca inversión en marketing.

Tercer mito: la industria farmacéutica gasta más en investigación que en marketing. Falso. En un reciente artículo del Plos, se demuestra, como la inversión en I+D de la industria en norteamerica es del 13,4% de la facturación mientras que en promoción es del 24,4%. Por categorías, destaca la cantidad invertida en representates (35,5%) y en gastos no monitorizados (27,7%), es decir, no declarables por amparar prácticas corruptas

Ningún sector invierte tanto en marketing. En España el que más se acerca es el de las TICs que no llega al 15%

Para que os hagáis una idea, en España, en el año 2011, las empresas se gastaron unos 30.700 millones de euros en marketing. De ellos, el 7,3% fue en televisión. Total, unos 2241 millones de euros invirtieron las empresas españolas en anuncios de televisión dirigidos a estimular las ventas en una población de 45 millones de habitantes

La industria farmacéutica facturó en España unos 15.800 millones de euros

Si admitimos que el 24,4% (3857 millones de euros) de la facturación se dedicó a gastos de promoción, tenemos que la industria farmacéutica dedicó a marketing un 72% más que lo que todas las demás empresas españolas juntas invirtieron en publicidad televisiva durante un año 2011 (3857 vs 2241 millones de euros).

Toda esta ingente cantidad de dinero se dedica, en su mayoría, a estimular la venta de medicamentos entre un grupo muy reducido de personas: los médicos. Una población que no supera las 225.000 personas recibe al cabo de un año un impacto promocional muy superior al que recibe el conjunto de la población a través de la televisión

¿Qué cómo consigue vender la industria productos caros, poco innovadores e inseguros? Pues ya lo saben: mediante la publicidad, queridos y queridas. La diferencia sustancial es que en otros sectores es el bolsillo del consumidor el que asume los efectos de la publicidad: «yo me lo creo, yo me lo pago». En este caso, es el bolsillo del contribuyente (y cada vez más, con los copagos, el del paciente) el que lo hace: «el médico se lo cree, todos pagamos».

¿Cuánta responsabilidad se le puede pedir a un colectivo que sufre este colosal acoso publicitario? Mi posición al respecto es bien conocida. Los médicos no podemos seguir conviviendo con la industria farmacéutica si queremos seguir haciendo mínimamente bien nuestro trabajo. La industria no es nuestra aliada. La industria solo quiere vender productos y ¡vaya si lo consigue! Pero, si consideramos la brutal embestida publicitaria (en cantidad, intensidad y grado de sofisticación) que apalanca la industria farmacéutica para estimular sus ventas, la verdad es que últimamente tiendo a desculpabilizar al médico y comienzo a considerarlo un poco más víctima y rehén, como lo son las jovencitas, víctimas de la publicidad de Ralph o Mango y rehenes de los modelos de belleza que las marcas imponen.

Los médicos somos víctimas porque la administración nos han dejado solos frente a esta máquina de vender (se ha desentendido de la formación médica continuada, ha aceptado que ejércitos de representantes campen por sus anchas en todos los centros sanitarios, decide financiar públicamente medicamentos cuando menos inútiles y cuando más peligrosos, no aporta, con una intensidad y focalidad parecida, fuentes de información objetivas al facultativo, etc..).

Pero también somo rehenes de un modelo de atención médica definitivamente medicamentalizado mediante la manipulación de la evidencia, las estrategias incentivadas de sobrediagnóstico o las de invención/exageración de enfermedades.

Hablaremos de estas estrategias en otras entradas, también del efecto directo del marketing sobre las decisiones de los médicos y nuestra ceguera ante estas evidencias pero, con todas estas fuerzas, digamos, a favor del consumo de medicinas (marketing masivo+manipulación de la evidencia+sobrediagnóstico+invención de enfermedades+»solos ante el peligro»), la reflexión acerca de la prescripción inducida debe dejar de ser considerada, en mi opinión, como un mero conflicto entre profesionales para pasar a ser un conflicto sistémico o paradigmático entre un colectivo profesional y unas organizaciones sanitarias que buscan lo mejor para los pacientes y ciudadanos, y una industria poderosa que ha sembrado de minas, manipulando y corrompiendo, todo el sistema

Quizás, si los médicos de familia empezamos a considerar, cuando recibamos la «ultra novísima y carísima» prescripción del especialista, a éste más como una «fashion victim» que como un «vendido a la industria» (cuando además los médicos de familia no estamos para tirar cohetes), quizás, digo, en ese momento, estemos comenzando a solucionar el problema

 

Abel Novoa